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—¿La has visto hoy? —le pregunto y él mira detrás de mí, en la distancia, al otro lado del arroyo. Me levanto, meneando mis dedos de los pies desnudos en el exuberante césped verde y camino hacia el arroyo, colocando mis pies en el agua fresca mientras Altair se sienta a mi lado en una gran roca. La pequeña loba se acerca unos metros más, pero esta vez no viene hasta el agua. —Está bien —le digo suavemente, tratando de hacerla sentir cómoda—. Sé que eres mi loba. Este es nuestro compañero, Altair. Nunca nos haría daño. Las orejas de la pequeña loba se levantan al escuchar esto, pero no se mueve. Continúa mirándonos desde su lugar en la distancia, negándose a acercarse a mí nuevamente. Altair se acerca al borde del agua y gime. —Oye —le digo, extendiendo mi mano para acariciar su pelaje