PRÓLOGO
Estaba a punto de amanecer cuando llegó al otro lado del terreno baldío. Había llovido un poco la noche anterior, creando una nube de niebla. Caminaba lenta y metódicamente, como si hiciera esto todas las mañanas.
Había cimientos de casas por todas partes, casas que jamás serían terminadas. Supuso que las estructuras fueron colocadas hace cinco o seis años, para finalmente ser abandonadas cuando estalló la crisis de las viviendas. Y, por alguna razón, esto lo enfurecía. Tan promisorias tanto para las familias y un constructor, solo para terminar fracasando rotundamente al final.
Se veía demacrado contra la niebla; alto y delgado, como un espantapájaros real. Su abrigo n***o se integraba perfectamente con la brizna de color gris claro. Era una escena etérea. La escena lo hacía sentirse como un fantasma. Lo hacía sentirse legendario, casi invencible. Se sentía como si fuera una parte del mundo, y que el mundo también era parte de él.
Pero su presencia allí no era nada natural. De hecho, pasó semanas planeando esto. Meses. Los años anteriores solo fueron los pasos que lo trajeron a este momento.
Caminó por la niebla y escuchó la ciudad. El ajetreo estaba lejos, como a dos kilómetros de allí. Se encontraba en una parte olvidada y decrépita de la ciudad que había sufrido un colapso económico. Muchas esperanzas y sueños muertos yacían en el suelo cubierto de niebla.
Todo esto lo enfurecía.
Esperó pacientemente. Caminó de un lado a otro sin ningún propósito real. Caminó por el borde de la calle vacía y luego al área de construcción entre los esqueletos de las casas que nunca llegaron a ser. Siguió caminando, esperando que otra figura se mostrara en la niebla. Sabiendo que el universo se la enviaría.
Finalmente apareció.
Incluso antes de que pudiera verla, pudo sentirla a través de la luz débil del amanecer y la niebla. La figura era femenina.
Esto era lo que había esperado. El destino estaba siendo escrito justo en frente de él.
Con el corazón tronando en su pecho, dio un paso hacia adelante, haciendo todo lo posible para parecer natural y tranquilo. Abrió la boca y empezó a llamar a un perro que no estaba allí. En la niebla, su voz no sonaba como la suya; era delgada y vacilante, como la de un fantasma.
Metió la mano en el bolsillo de su abrigo largo y sacó una correa para perros retractable que había comprado el día anterior.
“¡Cariño!”, gritó.
Era el tipo de nombre que confundiría a un transeúnte antes de que tuviera tiempo para siquiera echarle otro vistazo.
“¡Cariño!”.
La figura de la mujer se acercó por la niebla. Vio que ella tenía su propio perro, y que este era su paseo matutino. Era uno de esos perros pequeños y pretenciosos, del tipo que se parecía más a una rata. Él obviamente ya sabía eso de ella. Sabía casi todo de su horario matutino.
“¿Todo bien?”, preguntó la mujer.
Podía ver su cara ahora. Ella era mucho más joven que él, unos veinte años menor.
Levantó la correa vacía y le sonrió tristemente. “Mi perra se soltó. Estoy bastante seguro de que se fue por aquí, pero no la escucho”.
“Ay no”, dijo la mujer.
“¡Cariño!”, gritó de nuevo.
A los pies de la mujer, el pequeño perro levantó la pata y orinó. La mujer ni se dio cuenta. Ella lo estaba mirando ahora. Sus ojos se llenaron de reconocimiento. Inclinó su cabeza. Una sonrisa incierta se formó en sus labios. Dio un pequeño paso hacia atrás.
Él metió la mano en el otro bolsillo de su abrigo y envolvió su mano alrededor del mango del martillo que había escondido allí. Lo sacó con una velocidad sorprendente.
Le golpeó la cabeza fuertemente con él. El ruido que hizo en el terreno tranquilo, en el manto de la niebla, fue mínimo. Pum.
Los ojos de la mujer se volvieron vidriosos. Cuando cayó al suelo, Aun podía ver las huellas de esa pequeña sonrisa en su boca.
Su pequeño perro la olfateó y luego levantó la mirada. Dejó escapar un ladrido patético. El hombre se le acercó y el perro gruñó suavemente. Orinó un poco más, retrocedió y luego se fue corriendo del terreno, su correa arrastrando detrás de él.
Guardó el martillo y la correa inútil. Luego miró el cuerpo de la mujer por un momento y lo alcanzó lentamente, el único sonido el de los ladridos del perro, haciendo eco en la niebla matutina.