Un deseo siniestro.

1542 Words
Le causó una gran cólera en el epicentro de su estómago. La acritud de su malestar se elevaba como vórtices verticales, hasta lo más alto de su garganta. En su mente con una nublazón de furia, impero la idea de correr y arrastrarla; incluso detenerla, azotarla y follarsela frente a sus demás mascotas. Cómo ejemplo de su poder sobre todo lo que se mueve en ese círculo infernal. Se limitó a ignorarla por pura arrogancia de su ego, aunque prácticamente la maldita bruja le había hecho un desaire. La complacencia de ver a Bastix y a todas sus hembras acompañándolo, pudo haber mermado su frustración; seguían bailando para él, como siempre solía ser; todas lo veneraban, todas lo deseaban, no era para menos, su sola presencia ponía en ebullición sus coños de perras celosas. Esto no evito que volviera a ser atrapado por la figura sensual y a la misma vez delicada de la bruja. Le rechinaba un poco su caminar aireado, como si se sintiera mejor que los demás. —«¡Grrr!».—Su gruñido, fue para intentar despojarse de la frustración. Cuando la perdió de vista, al doblar hacia la derecha, luego de atravesar la puerta dorada que finalizaba a la lejanía más extrema del salón. Visualizó el vacío que había dejado a su lado, le gustaba sentir su olor, tenerla cerca, aunque en ocasiones perturbaba sus pensamientos. Era una bruja mística, para él, era la peor estirpe de servidoras, se creían incluso superiores a todas, divinidades santas casi diosas. La tenía por cretinas. Seguro se había sentido insultada por el vestido rojo, pero ella era su reina y tenía que entenderlo, era su maldita perra, su mascota para la procreación, tocó su m*****o. Lo tenía duro, luego sintió el calor de Bastix cerca, le besaba el cuello, con hambre. La diabla siempre estaba caliente, su coño húmedo, esperando que la llenará de él. —Mi preciosa, siempre estás ardiente.—Su diabla Carmesí era un trofeo, se había quedado con ella y el trono de las tierras carmesí, luego de matar a su padre. Acarició sus muslos bronceados. —¡oh mi rey, mi amo y señor!. —Señaló la salida, mientras sus manos inquietas empezaban a desabrochar su cinturón. Igual su lengua complaciente se relamia. —No mire hacia allá, ya esa bruja se fue. —Saco su miembr0 con destreza, le brillaron los ojos.—Aquí me tiene, mí señor. La punta veterana de la lengua ágil de la diabla carmesí resbaló en la superficie carnosa de su glande frondoso, la removió en círculos, los movimientos agiles los siguió complacido. humedeciéndolo con su saliva tibia. —«¡Grrr!» —Gruñó. Era deliciosa la sensación. Extasiado miró las diablas que seguían bailando como si nada pasara. En sí nada pasaba, sólo era placer. Estaban acostumbrados a esa dinámica, incluso a follarse más de una hembra, delante de una multitud de mascotas observadoras. Todas sus sumisas eran complacientes y sabían su lugar. El único que tenía derecho a controlar, ser egoísta y celar, era él Capturo la cabeza de Bastix cuando sintió que tragó todo su tronco, hasta atravesar su garganta. —Delicioso nena. ¡sí, sí!. —Comenzó a moverse con movimientos expertos de arriba hacia abajo, deslizándose con aprehensión entre la suavidad caliente. Subía y bajaba. En tanto hacia unas contracciones con su boca para succionar su m*****o. Bastix era la mejor en el sexo oral. Casi por completo lo engullía. Se recostó un poco para seguir sintiendo la sensación. Jaló su pelo oscuro. En unas volvió a inclinarse para sobar un poco culo expuesto. En el descanso de sus ojos volvió a ver algunas de sus mascotas revolotear sus senos. A pesar de sentir la exploración de su boca, capturar su virilidad gruesa. El placer y el morbo no eran el mismo, su siniestro deseo estaba encausado en otra dirección más retadora. La invasión prohibida no era la misma que sostuvo con su destinada. Debía reconocer que con la bruja mística era más excitante. Tal vez porque ella tenía energía opuesta a él y se resistía a demostrar total sumisión. Sabía que no solo era por el vínculo, algo más fuerte tejía su atracción por esa condena. Llegaba a ese terreno que todavía sentía que no le pertenecía. A todos les gustaban los retos. Casi odiandose asi mismo por recordarla en ese instante. Se obligó a seguir sintiendo el placer. Unos minutos después, otra de las mascotas se acercó para entregarle una de sus Tetas. Mientras Bastix seguía muy concentrada dándole una mamada prodigiosa. La demonia que se había acercado era Bibi. —«¡Grrr!».—Chupo los pezones duros. Tenía las tetas grandes. Un poco más grande que la de Bastix, pero no tanto como los de su bruja cretina. Por un momento intentó imaginar que era Vieda. Las amió, igual las pellizcó con rudeza. —«¡Grrr!». Delicioso —Seguia Chupando los pezones duros, a la vez el clímax lo estaba por alcanzar. La sensación de succionar su semilla hasta drenarlo se dio. El líquido fue expulsado, sustraído por la boquita complaciente de Bastix. Trago todo. Se lamía con complacencia la boca, no habia cosa que amaran las diablas más que la leche, se mataban hasta por la más ligera gota semen. Al levantar la vista, los ánimos de Bastix sufrieron una metamorfosis. Su rostro, sus ojos de un rojo descompuesto. Al parecer no le había gustado su dinámica de estar chupandole las tetas a una demonia. Se elevó mientras se lamía los labios y cacheteo a Bibi. —¡Lárgate de aquí, maldita!. ¿No ves qué el rey me pertenece esta noche? Ya me eligió a mí. —Saco sus garras púrpuras, en el eje de su postura se reveló la intención de agredirla. —Nuestro amo no ha tomado una decisión.—Un reto, Bibi era una demonia cuaima, le mostró sus ojos de serpiente. Incluso sobo sus pechos, los mismos que había chupado minutos atrás.—No te creas tan importante. No hubo más palabras por parte de su preferida. El se limitó a sonreir con malicia, ya sabía que presenciaria un espectáculo de golpes y pataleos. Bastix, fue la primera en atacar, con una contundente patada al estómago de Bibi. Rodó por los escalones. Se acercó a la demonia derrumbada, volvió a patearla con fuerza. La escena no fue molesta para él. Igual Bastix era su preciosa, su consentida. Ellas mismas tenían sus propias reglas. Entró su m*****o semi flácido, se abrochó el cinturón. Por último tomó una copa de vino, desestreso un poco sus hombros y se elevó. —¡Ya Bastix, déja a Bibi!.—La orden rebotó con los ecos. —Ve a tu habitación, espérame desnuda. Bibi, yacía sobre el suelo con el labio partido. En verdad la diabla carmesí, era una auténtica fiera. —¿Lo prometes?. —Se mostró incrédula, con desdén le dió una respuesta afirmativa. En parte el mismo no se sintió muy seguro de cumplir esa promesa, su apetito había variado. —Claro nena, ¡vete!. Esta comenzó a salir del salón, su rabia parecía ceder. Estaba hecha una furia. Si no la calmaba, fácilmente en su impulso podía incendiarlas a todas. Sería otra tarea buscar más mascotas atractivas. En el infierno no abundaban las hembras bellas y sensuales, la mayoría eran pura carroña. Cuando se marchó, vio que Bibi se levantó. —¡Se pueden marchar, la fiesta ha terminado!. — Exclamó a viva voz, con autoridad —¡Boa!.—Llamó al demonio servil. Este fue corriendo hacia él. —Sí mi señor. —Asegurate que las mascotas se retiren. —¿Qué hará señor?.—Boa estaba a la expectativa de sus deseos.—¿Desea qué le revise sus aposentos?. —No, me quedare a dormir con Bastix esta noche.—La idea inicial. Ya la diabla debía estar en su aposento, esperándolo. —Ahora encargate de las mascotas. Se dispuso a caminar hacia la salida, después de cruzar la puerta de salida, algunos de sus guardias lo siguieron. Cada paso le comenzaba a crear más estrés, contorsionaba el cuello. Su m*****o volvió a tomar la dureza. Habían muchos olores dispersos. Olores y malos olores. Pero había una fragancia que enarbolaba aspectos en sí que no quería reconocer. "Es una maldición que huele tan maravillosa". ¡Maldita bruja!. Pensó. Odiaba la sensación de desearla tanto. Agilizó sus pasos. Ya al finalizar el estrecho del palacete, se despidió de estos. Ya podía seguir su camino. En sí lo cual era un protocolo. Él podía cuidarse solo, pero tener súbditos, mandarlos, verlos arrastrarse y cuidar su espalda era un placer. Alimentaba mucho su ego. Cuando se elevó por las escaleras, persiguiendo el rastro de los olores, empezó un debate interno. Al tocar el último peldaño de la escalera en su elevación, sus ojos se alternaron en dos direcciones; ir con Bastix que seguramente lo esperaba desnuda sobre la cama o interrumpir el descanso de la bruja. Rascó un poco su cabeza con inquietud. En ese momento la cordura y el recuerdo de su destinada le nubló la mente. Se arrastró como un animal en celo, hacia donde estaba la habitación de su nueva adquisición.
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