Los gemidos y jadeos de Selene, para el rey, eran como leña en una hoguera. Cada sonido de placer emitido por ella, incrementaba el deseo en Frederick, quien besaba y lamía esos erguidos botones como si fueran el manjar más apetitoso. Las piernas de Selene se aferraron a la cadera del rey con mayor fuerza, haciendo que su centro chocara con la pelvis del monarca, por lo que, una de sus manos se movió hacia una de las blancas y tersas piernas, y las empezó a acariciar con lentitud, mientras su boca abandonó los senos de su prometida, para empezar a dejar un camino de húmedos besos que pasaron por el abdomen de la joven dama, que subía y bajaba erráticamente. La ansiedad estaba haciendo más estragos en la cabeza de Selene, que los mismos besos y caricias de su prometido, pues ella no sab