Capítulo 1: Galene - Cerebro operando a la velocidad humana normal (vhn) x 0.6
―¿Así que usted derramó café en el teclado? ―preguntó Galene con calma.
―Bueno, sí ―murmuró el empleado, tocándose el cuello.
―Bien. Pero usted llamó a TI por un fallo en la computadora ―remarcó ella.
―Claro. Sí.
―Así que la computadora falló cuando usted derramó café sobre ella. Este café en particular, para ser exactos ―señaló a la taza. Estaba todavía medio llena de pegajosa y destructora crema con azúcar.
El empleado asintió lentamente.
―¿No podía simplemente decir lo del café en su solicitud de servicio técnico y ahorrarme un viaje? ―preguntó con franqueza.
―Bueno, no lo hice. Tampoco es que ustedes en TI tengan mucho que hacer, de todos modos. Esta es una empresa tecnológica ―dijo el empleado, tratando de ser sarcástico.
―Por supuesto. Solo procesamos trescientas solicitudes al día ―asintió ella. En ningún momento su registro de actividad física mostró un solo repunte en su ritmo cardíaco. Para quien interpretara los datos, bien podía estar tumbada en un cómodo sofá.
El empleado se mofó.
―Te conseguiré un teclado de repuesto ―dijo Galene, chasqueando la lengua. Tiró del cable y sacó el teclado, asegurándose de que el café goteara lejos de sus vaqueros.
―Sí ―dijo el empleado, dando una palmada―. Por favor, pero deprisa. Tengo un montón de emails que enviar antes de poder irme hoy.
Ella asintió.
―Genial. Vuelvo enseguida ―dijo, escabulléndose.
Galene tomó el ascensor de servicio para bajar. Abrió el almacén de repuestos con su tarjeta de acceso y arrojó el teclado estropeado y pegajoso a la papelera de reciclaje. Tomó uno nuevo y escribió en la solicitud de servicio técnico:
«Fallo de teclado, sustituido. Solicitud cerrada».
Luego fue al baño, se sentó en el inodoro y se comió el sándwich de su almuerzo. Sola. Se aseguró de que cayeran muchas migas entre los botones del teclado, usándolo como plato. Incluso leyó algunas páginas de Fundación, de Asimov, un libro clásico de ciencia ficción que nunca parecía tener tiempo de terminar.
Ella le llevaría el teclado... en algún momento.
Cinco segundos más.
Cuatro.
Suspiró.
¿Uno punto tres?
—¡Y son las cinco en punto! ¡Hora de salir, cabrones!
Galene se levantó, se echó la mochila con el portátil al hombro y se precipitó hacia la puerta.
―No tan rápido ―dijo su jefe desde el otro lado de la sala de TI.
―¿Qué? No, señor; ya he completado la jornada oficialmente. Comprueba la hora ―protestó.
Su jefe frunció el ceño.
―Lo sé. Pero hay una petición de última hora, y es de máxima prioridad ―dijo, toqueteando su tableta.
Ella agarró una pistola espacial de juguete de un escritorio y lo amenazó con destrucción futurista en forma de proyectiles de espuma.
―No. Muevas. Un dedo ―dijo con toda la intimidación que una chica bajita y flacucha podría provocar.
Él la miró entrecerrando los ojos. Ella lo desafió. Lo desafió dos veces. Él dio un toque en la tableta.
El portátil de Galene estaba dentro de su mochila. Ella suspiró y lo sacó para leer la solicitud que le acababan de asignar. Estaba en el sistema ahora. Con fecha y hora y todo eso. No había escapatoria.
―¿Último piso? ¡Vamos! ¿No podrías enviarme a algún sitio que me pille de camino a la salida, por lo menos?
―Es lo que hay ―dijo el jefe y sorbió su café victoriosamente.
Lo empezó a mirar, desplazándose con el panel táctil, con el portátil apoyado en su antebrazo.
―Ni siquiera conozco esta configuración, ¿no es esto competencia de George?
Su jefe miró alrededor teatralmente.
―¿Ves algún Georgie por aquí?
―No ―dijo imitándole.
―Mira ―suspiró su jefe―. Ayúdame, ayúdate. Resuelve esta solicitud de máxima prioridad ahora y te lo compensaré mañana. Te cambiaré de sitio y no tendrás que ver al tocaculos del piso 31.
Galene entrecerró los ojos.
―Vale ―se rindió―. Pero más vale que el cambio sea permanente, o mañana tomaremos un café en Recursos Humanos. ―Le apuntó con el arma espacial para remarcar esto último.
―Oye. ¡Estoy de tu lado, Gal! Pero esta mierda tiene que hacerse ―alegó su jefe.
―Y yo voy a hacerla ―dijo Galene suspirando y arrastrándose hacia la puerta.
―¡Gracias! Eres la mejor empleada de la historia ―le gritó el jefe―. Y por favor, termina ahí arriba antes de que oscurezca, es urgente.
Galene se detuvo y apoyó la frente en la puerta del ascensor. Cerró los ojos.
―Sí, jefe.
Se tomó su tiempo, con el dedo encima del botón. Nadie podía quitarle eso, esos preciosos segundos de calma antes de subir a una solicitud. El Departamento de Tecnología Informática de Hermes Information Technology estaba situado en el subsuelo del rascacielos. Era agradable, fresco y tranquilo. Comparado con el caos de arriba, parecía un oasis. No se podía renegar en una solicitud. Tenía que ser correcta y profesional. Tenía que callarse y sonreír cuando algún idiota hacía un comentario inapropiado sobre su cuerpo. Por eso Galene usaba vaqueros y sudaderas dos tallas más grandes, para reducir las posibilidades de acoso. Por otro lado, el trabajo de TI en sí no era tan difícil. Cualquier friki de la informática podría ponerse al día en una sola semana y empezar a manejar solicitudes como un veterano. Todos ellos habían desmontado y construido su propio ordenador antes de saber lo que era el sexo opuesto. Pero requería una cierta cantidad de calma, y Galene tenía de sobra. Hacía falta calma cuando algún gerente imbécil pensaba que podía tratarle como una mierda porque su resultado económico había bajado el último trimestre. Cuando los accionistas no podían esperar cinco minutos para configurar la presentación de diapositivas. Cuando los empleados olvidaban sus contraseñas y tenían que restaurarlas por millonésima vez.
Galene podía soportar todo eso.
Abrió sus ojos cansados y apretó el botón del ascensor.
Sonó al instante. Las puertas se abrieron. El ascensor la estaba esperando. Anticipándose.
Suspiró.
A veces, trabajar en un edificio con siete inteligencias artificiales predictivas diferentes era una auténtica putada.