Narración de Samantha Cedeño (Protagonista)
Suburbios de Chicago
Estoy sola en este lugar lleno de gente desconocida, hermanos latinos de varios países y pocas casas alrededor. Lamentablemente no puedo ir en busca de Richard por ahora.
Todos piensan que estoy muerta pero no es así. Uno de aquellos asesinos que entró a la casa de mi amado a secuestrarme, no me dejó morir al volver en la noche para desenterrarme de esa tumba donde me colocaron en aquella triste mañana.
Al parecer este individuo vestido vulgarmente con la cara cortada, semblante frío y voz tosca, sintió compasión de mí al decir que nunca ha visto una mujer tan hermosa en su vida. Antes de irse me advirtió que una mujer fue quién me hizo la maldad y que luego de mi aparente asesinato, incendiaron la residencia de Richard.
Justo en el momento donde iba a decirle a Richard que esperamos un hijo tiene que suceder esta tragedia. Estoy de dos meses de embarazo refugiada en un albergue en Chicago de mujeres desamparadas.
Temo volver a Manhattan debido a la advertencia que me dijo aquel buen hombre, ya que si regreso aquella desconocida mujer intentará asesinarme nuevamente y a la vez a mi amado Richard.
Ha pasado un mes de aquel incidente ocurrido en Manhattan. Día y noche pienso en mi amado Richard. ¿Cómo está? ¿Me extraña? ¿Está buscándome? Con toda seguridad está desesperado buscándome por todos lados. Él debe estar sufriendo igual que yo. Yo lo amo, lo amo demasiado que temo por su vida.
Ahora con cuatro meses de embarazo cuido de mí y mi hija trabajando en una pequeña cafetería al estilo tradicional en un desconocido barrio de la ciudad. Todas las mañanas al abrir el negocio entra un señor al parecer de 48 años de edad, es alto, buen mozo, lleva bigote y el cabello tiene un poco de canas, proyecta bondad en la mirada. Viste siempre de n***o teniendo en su mano un bastón y un reloj antiguo en uno de los bolsillos.
Amablemente me saluda con una cálida sonrisa en los labios.
—Hermosa señorita muy buenos días.
—Buen señor ¿en qué le puedo ayudar? —Le pregunto algo tímida.
—El mismo café de siempre, bien cargado y dos cucharas de azúcar morena. —Me responde cordialmente.
En aquel momento mi jefe se acerca mostrando un rostro un tanto cabizbajo.
—Samantha lamentablemente tengo que despedirla, mi madre está muy mal de salud y debo viajar a Texas a cuidar de ella.
—Mi señor no me haga esto, si me quedo sin trabajo ¿Cómo puedo tener el suficiente dinero cuando nazca mi hija? —Mi voz es desgarrada intensa con mucho sentimiento.
—No puedo hacer nada Samantha para ayudarla, ahora en su último día de trabajo. Mañana cierro la cafetería de forma indefinida. —Me responde.
¡Oh Dios mío! ¿Qué hago? No es suficiente con perder a mi gran amor, salvarme de una muerte trágica, estar sola, embarazada en un albergue y ahora quedarme sin trabajo.
La vida me está dando duro sin merecerla. No sé qué hacer mi pequeña niña, ambas estamos desamparadas sin el apoyo de nadie. Ni siquiera puedo regresar a Ecuador ya que mis padres y familia fallecieron hace varios años atrás en el trágico terremoto que dejó sin vida a miles de manabas.
Antes de salir de mi último día en la cafetería, mi jefe se acerca a la caja registradora dándome un poco de dinero extra a parte de mi liquidación. Con este dinero puedo sostenerme varios meses.
Al pasar el tiempo el dinero se me está acabando, estoy buscando trabajo desde hace varias semanas atrás, pero por mi notorio embarazo no me quieren dar. ¡Sufro mucho por mi hija!
“Richard mi amado te necesito, pero no puedo volver a Manhattan porque hay gente malvada que quiere hacernos daño”. Son mis lamentos mientras camino bajo la lluvia.
Parece que voy a resfriarme, no puedo volver al pequeño departamento donde resido. La dueña me ha advertido que si no tengo para pagarle del mes no puedo entrar. Estoy con menos de 100 dólares en el bolsillo, voy a regresar al albergue donde me dieron algo de reposo durante varias semanas al llegar a Chicago.
De nuevo en el albergue, menos mal la gente aquí se porta bien conmigo, especialmente unos chicos de r**a afroamericana que están encantados con mi peculiar rostro. Parece que tengo un pequeño dolor en la barriga, estoy con náuseas y mareos. Me voy a desmayar no puedo más con esta situación, tengo miedo que le pase algo a mi hija.
— ¿Está bien señorita? —Me pregunta una mujer de r**a indígena.
— ¿Qué pasó? —Le pregunto asustada por verme en una cama con paños húmedos en la frente.
—Tuvo pequeñas contracciones debido a su embarazo. Debe ir de urgencia a un hospital para ser atendida o perderá al bebé. —Me comenta mientras me cambia los paños de la frente.
—Le agradezco por su ayuda. —Le respondo sintiendo cierto dolor en el abdomen.
Si pierdo a mi hija es el fin de mi vida, es ella la única esperanza que tengo para seguir adelante. Pensar que hace varios meses atrás todo era felicidad y una vida llena de promesas por cumplir. Ahora solo pesares y malas noticias, sin embargo, por mi hija no voy a darme por vencida.
Sin dinero no puedo internarme en un hospital o clínica, la única manera que tengo es humillarme ante ellos para que me atiendan de urgencia. Al dirigirme al hospital más cercano pierdo fuerzas al caminar, una vez más el dolor vuelve y estoy a punto de desmayar.
¡No! ¡No! ¡No voy a darme por vencida!
Holy Cross Hospital
Al entrar al hospital casi sin poder caminar, una enfemera de agradable semblante se acerca para darme primeros auxilios. Ella me hace sentar y me da un cierto medicamento luego toca mi barriga, su rostro es de verdadera preocupación.
— ¡Señorita! ¿Cuánto tiempo ha estado así? —Pregunta.
— Desde la mañana —Le respondo con voz apagada, débil y floja debido al dolor en el vientre.