—Bueno, pero primero debes graduarte —le dije y ladeé una sonrisa. —Y tú irte de aquí. —Sabes que va a pasar, aunque yo no quiera. Quedó ahí, en el plan de vivir juntos. Sabía que, aunque eso no fuera a pasar, Mateo necesitaba una esperanza de salir de esos problemas que, aunque yo no supiera cuáles fueran, era evidente que sí los tenía. Nos despedimos y Mateo se fue. Pero mi malestar seguía ahí, en mi pecho. A eso de las siete, no soporté más y decidí ir a la casa de Mateo, tomar cualquier excusa para hablar con él. Decidí decirle que me acompañara a Santa Marta el día que tuviera mi examen de admisión y así los dos conociéramos la ciudad, sabía que mi padre, con tal de que yo estudiara en la universidad de Santa Marta, le pagaría los pasajes y la estadía a Mateo. Cuando lleg