Recuerdo esta etapa de mi vida con tres sensaciones: caricias, lectura y muchas preguntas. —¿Por qué Carl se fue? —le pregunté a Mateo cuando anocheció. —Dijo que necesitaba hacer unas cosas del trabajo —respondió mientras se acostaba en la cama. Me acosté a su lado y me acurruqué en su pecho. Él me besó la frente y yo le di un beso en la punta de su nariz. Esa otra mañana, al despertarme, Mateo ya se había levantado. Al bajar al primer piso, lo encontré cocinando, hacía huevos revueltos y el olor a café se colaba en mis fosas nasales. Cuando logró verme, me sonrió y se acercó para besarme la frente (empezaba a ver que le gustaba hacer eso). —Buenos días, corazón —me susurró. —Buenos días —rodeé su cintura con mis brazos. Habría estado todo el día así, abrazándolo. Sintiendo