Leandro Mackenzie Jennifer cayó sobre mis pies, su rostro pálido y su cuerpo temblando como si tuviera escalofríos. —¡Llamen una ambulancia! ¿Qué esperan? —grité a quien fuera que me escuchara. Diez minutos, que parecieron eternos, pasaron antes de que unos paramédicos se llevaran a Jennifer al hospital. Yo la acompañé. Es mi hermana, es sangre de mi sangre, y por más peleas que hubiéramos tenido, no iba a dejarla sola. Estaba en la sala de espera, y mi teléfono comenzó a sonar insistente. Vi el identificador de llamadas y era Danielle. Qué inoportuna, seguro se le había acabado el dinero. Rechacé la llamada y volví a esperar. Sentía un desespero por saber sobre la salud de Jennifer. Solamente éramos ella y yo en el mundo; no la iba a desamparar. Marqué el número del imbécil de Valen