Su desaparición
La soledad de un calabozo amplio y bastante oscuro encerraba a un hombre que cruelmente yacía inmovilizado por gruesos grilletes, las pesadas cadenas lo atrincheraban contra el muro asiendo sus muñecas con los brazos levantados por encima de la cabeza, también tenía las mismas argollas de metal sujetando sus tobillos. Aprisionado brutalmente de ese modo, con el rostro cubierto daba la impresión de ser un c*****r.
Los suaves pasos femeninos provenientes del graderío resonaban, pese que la jovencita pelirroja avanzaba cautelosamente. Llegó ante el prisionero, mirando con profundo arrobamiento el cuerpo torturado que colgaba de las cadenas.
—¡Qué asombroso! No puedo creer que siga con vida— Susurró maravillada.
Su voz, aunque fue un murmullo, recorrió completamente la
