Narra Rocío
Limpio el mostrador grasiento, mis músculos cansados piden a gritos un descanso. Otro día ofreciendo hamburguesas. Me duelen los pies por estar de pie todo el día y me duele la cabeza por el ruido constante de los clientes gritando órdenes.
—¡Pedido!— grito, deslizando la bandeja de comida por el mostrador hacia el siguiente cliente en la fila. El reloj de la pared parece moverse a paso de tortuga mientras cuento los minutos hasta que termine mi turno.
—¡Rocío!—grita mi gerente desde el mostrador—¡Tienes una llamada telefónica!
—¿Puede tomar un mensaje?— Pregunto, no queriendo abandonar mi puesto durante el ajetreo posterior al trabajo.
—¿Estás loca? Primero, te dije que dejaras de dar este número a tus amigos. Ahora, ¿crees que soy tu asistente personal?
—Lo siento—murmuro, limpiándome las manos de mala gana en el delantal antes de acercarme al teléfono. No tiene sentido explicarle a mi jefe que no doy este número a mis "amigos", y que la mayoría de las llamadas son de mi hermano Adam, de diez años. Estamos principalmente solo él y yo en este mundo, y desearía poder estar con él todo el día, cuidarlo y prepararle el almuerzo cuando regrese de la escuela.
Levanto el auricular, rezando para que Adam esté bien—¿Hola?
—Rocío, soy el tío Carl—dice la voz ronca al otro lado de la línea—.Necesito que me veas ahora mismo.
—¿Adam está bien?—pregunto al instante, mis pensamientos van en direcciones equivocadas.
—Que se joda Adam. Te necesito— anuncia el tío Carl.
—¿Ahora mismo? Pero estoy en el trabajo—protesto, mirando nerviosamente a mi alrededor mientras la fila de clientes continúa creciendo.
—No lo diré de nuevo. ¿Me oyes, mocosa desagradecida? Dije que tienes que venir a verme. Justo en este instante—está claro que está molesto y su tono me provoca escalofríos. Sé que esto no puede ser una buena noticia. No respondo, temblando de rodillas—.Ven ahora. Esto es importante— espeta sin esperar mi respuesta. Mi corazón se acelera y me pregunto qué podría ser tan urgente como para exigir que abandone mi trabajo en medio de un turno. Mi mente recorre las diversas posibilidades, cada una más preocupante que la anterior.
—Está bien, está bien. Estaré allí enseguida— estoy de acuerdo, tratando de mantener mi voz firme mientras el pánico comienza a crecer dentro de mí.
—Bien. Reúnete conmigo en el lugar habitual— dice antes de colgar abruptamente.
Cuelgo el auricular y respiro profundamente, intentando calmar mi corazón acelerado. Miro a mi manager, que está ocupado supervisando el caos de las primeras horas de la tarde.
— Tengo que irme— dejo escapar.
—No puedes—apenas me mira.
—Por favor, Dave. Es una emergencia familiar.
—¿Crees que me importa? Pídele a alguien más que lo cubra.
—Sabes que no hay nadie más. Mi tío me necesita y mi hermano tiene diez años. Adam no puede cubrirlo.
—Siempre hay algo con este tío tuyo, ¿no?—Dave se queja. Agacho la cabeza avergonzada. He tratado de mantener mis asuntos familiares fuera de mis lugares de trabajo, pero mi tío siempre tiene muchos derechos y es exigente, y de alguna manera se las arregla para meterse siempre en problemas de una forma u otra. Vivimos con él, Adam y yo. Y él nos recuerda ese "techo sobre nuestras cabezas" en cada oportunidad. Entonces, cuando me llama, corro, temerosa de que si no lo hago, Adam y yo nos quedemos sin hogar.
—Realmente necesito irme.
—Dije que no.
–Lo siento, tengo que hacerlo— apenas le doy la oportunidad de responder antes de correr hacia la puerta trasera.
—¡Rocío!–me llama, pero no tengo tiempo para explicarle. Adam es lo primero, siempre lo ha sido y siempre lo será, y ahora mismo, si no voy a encontrarme con el tío Carl y él se enoja, tengo miedo de las consecuencias que eso tendría para Adam y para mí.
Mientras corro en mi bicicleta por las concurridas calles de la ciudad, esquivando a los peatones y zigzagueando entre los autos estacionados, el único pensamiento que pasa por mi cabeza es: ¿Qué podría querer el tío esta vez con tanta urgencia?
***
Mi corazón late con fuerza en mi pecho cuando llego al callejón poco iluminado detrás del salón de tatuajes donde trabaja el tío Carl nuestro lugar habitual. Estoy sin aliento cuando llego. Él tiene auto y yo no. Tuve que venir en bicicleta hasta aquí.
Pero no es como si alguna vez me hubiera pedido una opinión sobre cuál podría ser un lugar de encuentro conveniente para nosotros cuando necesita algo de mí. Chasquea los dedos y aparezco donde él quiere que vaya. Así ha sido siempre desde que nos acogió hace seis años, y no he conocido otra manera.
—¿Tío ? –llamo.
Sale de la oscuridad del callejón interior. Su imponente figura proyecta una sombra amenazadora sobre las paredes cubiertas de graffiti, y el sol poniente proyecta un brillo inquietante a su alrededor
—Tío, ¿qué está pasando? ¿Por qué me llamaste así?—pregunto, mi voz temblando de miedo.
Luego, se acerca y puedo ver los moretones. Jadeo y mis manos se llevan la boca a la boca en estado de shock. Un corte en carne viva marca su mejilla, su ojo izquierdo está cerrado por la hinchazón y un profundo tono púrpura se arrastra sobre su párpado. Los nudillos de su mano derecha están abiertos—.Tío, ¿qué te pasó?–pregunto, mi corazón se aprieta por la preocupación.
Él gruñe, haciendo una mueca mientras se mueve.
—Me metí en problemas con la gente equivocada— murmura entre dientes—.No, gracias a ti.
—¿Problemas? ¿Qué tipo de problemas?—presiono, sintiendo un nudo de miedo en la boca del estómago, mientras trato de ignorar sus comentarios pasivo-agresivos.
—Son esos malditos matones con los que tuvo que lidiar tu madre. Son tipos nuevos que exigen su dinero— explica, con los ojos brillando de ira y dolor.
Mi aliento se queda atrapado en mi garganta. Los recuerdos de la adicción al juego de mi madre y el desastre que dejó tras su muerte regresan, mezclándose con el miedo de lo que estos matones podrían hacer.
—Pero les devolvimos el dinero a todos, ¿no?—pregunto sin aliento. La ansiedad recorre mi pecho. Nunca fui a la universidad. Nada más terminar la secundaria, acepté tres trabajos para pagar a los cobradores de mi madre. Ahora tengo 21 años y no tengo ni un centavo que mostrar por mi arduo trabajo. Todo esto se destina a pagar sus deudas o a mi tío para el "mantenimiento" de Adam y de mí.
—Resulta que hay más. Quieren su dinero, Rocío y no están dispuestos a ser amables— responde el tío con gravedad.
Me acerco a él, instintivamente queriendo huir.
—¿Cuánto les debemos?–pregunto con voz temblorosa.
—¿Nosotros? No existe el nosotros. Solo eres tú—hace una pausa, asegurándose de que sus palabras calen.
Bajo la cabeza y vuelvo a preguntar: —¿Cuánto?
—Cinco mil dólares. Y mira lo que me hicieron por eso—me grita, señalándose el ojo–.Tienes una semana para pensar en ello, o maldita sea, te los enviaré.
Siento que el mundo a mi alrededor da vueltas mientras asimilo el peso de sus palabras. Cinco mil dólares. ¿De dónde voy a sacar esa cantidad de dinero en tan poco tiempo? Siento la garganta seca y tengo las manos húmedas de ansiedad.
–¿Cinco mil dólares?—susurro, mi voz apenas audible por encima del sonido distante del tráfico. La rabia en los ojos del tío no ayuda mucho a aliviar mi ansiedad—.Pero yo... no puedo.
—Te he malcriado, sí—grita el tío —.Todos estos años has vivido bajo mi techo. Sin alquiler, sin comida para comprar. He pagado por ti y tu hermano. Ahora eres una adulto, 21 años. Este no es mi problema, ¿me oyes? Ya he tomado una decisión. Si no pagas me llevaré a ese desgraciado hermano tuyo y me mudaré a una dirección donde no puedas encontrarnos. Entonces verás lo rápido que tu mente creativa puede encontrar una solución—las palabras del tío flotan pesadamente en el aire, asfixiándome con su exigencia imposible. No tiene sentido discutir con él. Le p**o cuatrocientos al mes de alquiler, todo olvidado a su conveniencia. Como en mi lugar de trabajo, pero él no cuenta eso.
Cinco mil dólares en una semana. Bien podrían ser cinco millones por todo lo que tengo en mi cuenta bancaria. Mi mente se acelera, tratando de encontrar una solución, una manera de salir de este lío que mi madre había dejado atrás una vez más—¿Tierra a Rocío?—dice, acercándose y tocando mi frente. Giro la cabeza y las lágrimas brotan de mis ojos—.Oh, no seas una cobarde débil. Una semana es suficiente para que lo descubraslos fondos. Vende tu mierda, pide un adelanto en el trabajo, haz lo que necesites. Pero lo juro, Rocío. Si me meto en problemas con estos matones la próxima semana, me llevaré a Adam y me iré. ¿Me escuchas?
El callejón poco iluminado se siente como una prisión que se cierra a mi alrededor mientras el pánico se apodera de mi pecho. La mirada del tío Carl es penetrante y acusatoria. Sus amenazas cuelgan siniestramente entre nosotros como una guillotina esperando caer.
Asiento aturdida, mi mente corre con el peso de su ultimátum.
—Yo… encontraré una manera, tío. Lo prometo—logro tartamudear, con la esperanza de apaciguarlo y ganar más tiempo para resolver las cosas.
Él gruñe en respuesta, su expresión aún endurecida por la ira y el dolor.
—Bien. Será mejor que lo hagas. No estoy jugando, Rocío. Este es tu desastre que debes arreglar— gruñe antes de girarse para caminar de regreso a las sombras del callejón.