El sol comenzaba a descender sobre el tranquilo pueblo de San Martín cuando María, con su melena castaña ondeando al viento, paseaba por el parque. Mientras observaba los colores cálidos del atardecer, chocó accidentalmente con Juan, un apuesto desconocido.
Juan: (sonríe) Disculpa, no te vi.
María: No hay problema. (se sonroja) Debería prestar más atención.
Juan: (ríe) Tal vez deberíamos prestar atención juntos. Soy Juan, ¿y tú?
María: María. Encantada, Juan.
A medida que hablaban, una chispa inesperada prendió entre ellos. Sin embargo, la mirada de María se nubló, recordando la promesa que la atormentaba.
Juan: (notando la expresión de María) ¿Estás bien?
María: (vacila) Sí, solo es que... tengo cosas en mi pasado que no puedo olvidar.
Juan: Todos tenemos historias difíciles. ¿Quieres contarme la tuya?
María vaciló antes de compartir su secreto, revelando una promesa hecha en el lecho de muerte de su madre, jurándole nunca amar a otro.
Juan: (serio) Las promesas pueden ser complicadas, pero no puedes dejar que te definan.
A lo largo de la conversación, María sintió una conexión única con Juan. Sin embargo, la sombra del pasado persistía.
Días después, sus encuentros se volvieron más frecuentes. Pasearon por el pueblo, compartieron risas y confidencias. Aunque María luchaba contra sus sentimientos, no podía negar que Juan estaba rompiendo las barreras que ella misma se impuso.
María: (suspira) Juan, deberíamos alejarnos antes de que sea tarde.
Juan: (serio) No puedo alejarme de ti, María. El amor no entiende de promesas del pasado.
A medida que el sol se ocultaba completamente, sus miradas se encontraron. María se debatía entre la promesa quebrantada y el amor que crecía en su corazón, preguntándose si podría dejar atrás el "nunca te amaré" que la atormentaba.