Capítulo XI. Para demostrar el partido que puede sacarse de un trueno LA descarga atmosférica, que alarmó a todos, sirvió en cambio para espolear el audaz genio inventivo de la flor de los mayordomos. Caleb, casi antes de haber cesado el estruendo, sin preocuparse de si el castillo se iba a derrumbar o no, exclamó: «¡El cielo sea loado! ¡Esto viene que ni pedido de encargo!». Entonces cerró la puerta de la cocina ante las narices del criado principal del Lord Keeper, que volvía de hablar a los cazadores. —¿Cómo diablos consiguió entrar? Pero… me da igual… Oye, Mysie, ¿qué haces ahí tiritando junto al fogón? Ven acá… Ó, mejor, estáte ahí; pero chilla con todas tus fuerzas… Es para lo único que sirves… Vamos, vieja bruja… chilla… Más fuerte, mujer, más fuerte, que te oigan los señores en e