Esta impresión que hemos tardado tanto en describir, la recibió Lucy en un instante, y al encontrarse sus ojos con los del cazador, negros y penetrantes, bajó la mirada al suelo con una mezcla de tímida confusión y temor. Pero había que decir algo, o por lo menos así lo pensó ella, y en un tono turbado comenzó a hablar del maravilloso salvamento, y estaba segura de que era él quien los había librado a su padre y a ella —con la ayuda del Cielo— de una muerte inmediata. Parecía como si a él le hicieran daño estas expresiones de gratitud, y respondió secamente: «Os dejo, señora» —con un tono severo que hacía más intensa, pero no más áspera la profundidad de su voz—. «Os dejo bajo la protección de aquellos para quienes es posible hayáis sido hoy un ángel de la guarda». Sorprendió a Lucy lo a