—¡Déjame salir! —pidió Katherine al sujetar los barrotes. El policía estaba sentado detrás de su escritorio, con las piernas subidas sobre la documentación, comiéndose una dona glaseada y leyendo el periódico. Después de arrestarla, tomarle las huellas, las pocas declaraciones que pudo y de llevarla a la celda solitaria, se sentó a leer el interminable diario de la ciudad. —Sácame de aquí —pidió Katherine de nuevo. El hombre se limpió la barba y el pecho. —Podría, pero sabes que no puedo —dijo alcanzando otra dona. Katherine movió los pies y apretó y tiró de los barrotes. —¡Por favor, Dylan! ¡Ayúdame! —gritó Katherine, estando solo ellos dos—. Nos conocemos desde que éramos niños. —Y jamás quisiera salir conmigo —dijo el hombre cuando le dio la vuelta a la hoja para leer la tira