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Y Jorge, como siempre, consiguió lo que quería, que Andrea sonriera y luciera enamorada. La tomó de la mano mientras salían de la iglesia y posaban para las fotos. La pequeña recepción se llevaría a cabo en los jardines de la casa familiar de los Kuribreña. Una enorme Villa de color blanco a las afueras de la ciudad. Andrea ya la había visto porque ahí tuvo lugar la cena de compromiso y se reunieron las dos familias para planear la boda. Ahora el jardín lucia hermoso y etéreo con tantas luces y los toldos blancos con cortinas de gasa y lleno de flores. Podría ser una boda pequeña, pero rebosaba elegancia y buen gusto. Jorge no le dirigió la palabra para nada después del beso en la iglesia. Por su puesto, bailo con ella y con todas y cada una de las otras señoras con quien tenia que ha