Capítulo 8: No Debo No Puedo

1966 Words
El sonido constante de las teclas de la computadora se había vuelto monótono, casi relajante, pero mi mente no estaba en el trabajo. Desde que salí de la oficina de Aziel, mi cabeza estaba llena de pensamientos que no podía ordenar. Todo había comenzado de manera tan sencilla, con un informe que entregar, pero terminó siendo mucho más complicado de lo que había anticipado. "Aziel" No podía sacarlo de mi cabeza. Había algo en su mirada, en la forma en que me hablaba, que me desarmaba sin que yo pudiera hacer nada al respecto. No me lo había permitido antes, pero ahora sentía esa conexión como algo innegable, aunque no sabía si era un sentimiento de vulnerabilidad o de curiosidad lo que me atraía hacia él. En cualquier caso, sentía que esa cercanía me estaba arrastrando a algo que no podía controlar. Cerré los ojos un momento, intentando despejar mi mente. La habitación se sentía más grande de lo normal, vacía, aunque no estaba sola. A mi lado se encontraba Lucero trabajando, pero todo me parecía irrelevante. Mi cabeza estaba llena de su rostro, de la preocupación que vi en sus ojos, de esa constante insistencia en saber si estaba bien, cuando ni siquiera él sabía lo que me estaba sucediendo. A veces, era demasiado fácil para él ver lo que yo intentaba ocultar. La fragilidad que él percibía en mí no era algo que hubiera mostrado a propósito. Nadie debía saber lo que estaba pasando dentro de mí, lo que Harold me había dejado. Lo que sentía al ver su carta. Pero lo peor de todo era que Aziel parecía ser el único capaz de ver la grieta que trataba de esconder. Mis pensamientos volvieron a él, una y otra vez, como un eco que no me dejaba en paz. Me preguntaba qué era lo que me atraía, por qué ese magnetismo estaba empezando a nublar mi juicio. No era solo que me parecía atractivo, o que su presencia me desconcertara... No. Había algo más, algo más profundo que se me escapaba. Quizás su calma, su forma de hacer preguntas sin presionar, su disposición a ayudarme cuando nadie lo hacía. Pero también me asustaba. Era la última persona en la que debía pensar, porque no tenía espacio en mi vida para involucrarme con nadie más. Había aprendido la lección. Nadie podía hacerme daño, nadie podía prometerme algo que no pudieran cumplir. Y menos ahora. Menos con lo que llevaba dentro. Me dejé caer hacia atrás en la silla, frotándome las sienes, como si eso pudiera aliviar el dolor que comenzaba a gestarse. Me había prometido que no me dejaría arrastrar por esa sensación que Aziel provocaba en mí, pero la verdad era que era difícil no caer en esa atracción, en ese sentimiento que no lograba entender. Lo había visto antes, con otras personas, pero nunca había sentido esto. Era... extraño. Mi teléfono vibró sobre el escritorio, sacándome de mis pensamientos. Un mensaje de Lucero. Me costó unos segundos abrirlo. "Ivanna, ¿ya comiste? Te vi un poco pálida esta mañana. Estoy preocupada. ¿Te pasa algo?" Suspiré, con una mezcla de gratitud y frustración. Lucero siempre tan atenta, siempre tan preocupada por mí. Pero no podía explicarle lo que estaba sucediendo. No podía decirle lo que me estaba pasando con Aziel, porque ni siquiera yo lo entendía. "Todo bien, Lucero. Solo un poco de estrés. Nada que no pueda manejar." Respondí de forma cortante, como si las palabras pudieran esconder todo lo que sentía por dentro. Guardé el teléfono antes de que ella pudiera insistir. Pero las preguntas de Lucero no eran las únicas que me acechaban. Había una voz en mi cabeza que me repetía una y otra vez que tenía que alejarme de Aziel, que no podía dejarme llevar por lo que estaba naciendo entre nosotros, aunque fuera en mi mente. Y sin embargo, otra parte de mí, la más vulnerable, deseaba más. El teléfono de mi escritorio sonó y lo tome rápidamente, pero antes de que pudiera hablar su voz me sorprendió. — Ivanna, he revisado el informe. Creo que podemos hacer algunos ajustes antes de la reunión de esta tarde. ¿Te parece si lo discutimos más tarde?" Apreté los labios, intentando calmarme. ¿Por qué sentía esa sensación en el pecho? Era tan sencillo, solo un mensaje profesional. Pero en mi mente, parecía mucho más que eso. —Si, señor. —En media hora en la sala de reuniones, si tienes tiempo. No es nada urgente. —Está bien señor. Colgué el teléfono. Mi mente estaba en conflicto. ¿Por qué no podía ser tan fría y calculadora como siempre había sido? ¿Por qué Aziel lograba tocar las fibras más profundas de mi ser? Un suspiro escapó de mis labios mientras me levantaba de la silla. Me dirigí hacia el baño para ver mi rostro en el espejo. Mi rostro pálido y mis ojos cansados me devolvían una mirada distante, como si alguien más estuviera viéndome desde dentro. La última vez que alguien había tocado mi corazón había sido Harold, y la herida aún estaba fresca. Pero ahora, Aziel... Aziel había empezado a abrir esa cicatriz. No. No puedo. No debo. Me repetí en silencio. Pero aunque mi mente intentaba resistir, había algo en su presencia, algo en sus palabras que no podía ignorar. Una parte de mí quería estar cerca de él, comprender qué era lo que pasaba entre nosotros, aunque sabía que no debía. Dejé escapar otro suspiro antes de salir del baño. Caminé de vuelta a mi escritorio con la determinación de mantener las distancias, de recordar quién era, lo que estaba cargando. No iba a dejarme llevar, no iba a perderme en algo que no podía controlar. No con lo que estaba sucediendo en mi vida. Pero al mismo tiempo, mi corazón seguía dando pequeños saltos cada vez que pensaba en Aziel. Y eso, me aterraba más que nada. La media hora pasó rápidamente, y la sensación de nerviosismo en mi estómago no disminuía. Me había tomado más tiempo de lo que esperaba salir de mi escritorio, pero al final lo había logrado: calmada, dispuesta a enfrentar la reunión sin mostrar mis emociones a Aziel. Esa había sido mi promesa: mantener todo profesional. Cuando llegué a la sala de reuniones, Aziel ya estaba allí. De pie junto a la mesa, revisando algunos papeles, su figura tan erguida como siempre, pero había algo en su postura que parecía diferente. Estaba... esperando. Algo en sus ojos brillaba con una intensidad que me desconcertó. Al verme entrar, levantó la mirada. No había una sonrisa cálida, ni una expresión neutral. Solo me observó con una intensidad que me hizo sentir como si fuera el único ser en la sala. —Hola, Ivanna. —Su voz sonó tranquila, pero había algo en su tono que sugería que no todo estaba tan tranquilo. Hice un esfuerzo consciente por sonreír, pero mi gesto fue más rígido de lo que me hubiera gustado. Me senté en el extremo opuesto de la mesa, queriendo mantener la distancia. Tenía que hacerlo. —Hola, Aziel. —Respondí con un tono neutral. —¿Empezamos? Aziel asintió y se acercó para dejar algunos documentos frente a mí. No pude evitar notar el leve aroma a su colonia, un detalle que me recordó su cercanía en esos momentos previos, cuando me había sostenido en sus brazos, cuando todo había sido tan diferente. Pero no, no podía pensar en eso ahora. No en la conexión que había sentido, no en la preocupación en sus ojos. Tenía que mantenerme firme. Profesional. Nos sumergimos en la discusión sobre el informe. Las palabras fluyeron sin mucho problema, pero cada vez que levantaba la vista, ahí estaba él, mirándome con esa expresión pensativa. A veces era tan intenso que me resultaba difícil sostenerle la mirada. Era como si cada vez que nuestros ojos se encontraban, algo se desatara dentro de mí, algo que no entendía ni sabía cómo manejar. Me distraía de las cifras, de las propuestas, de todo lo que estaba sobre la mesa. ¿Por qué me pasaba esto con él? Siempre había sido una persona racional, que mantenía sus sentimientos a raya. Pero Aziel... Aziel parecía desestabilizar todo lo que había creído sobre mí misma. Algunas veces sus comentarios me hicieron reír, incluso con mi mente aún envuelta en pensamientos conflictivos, pero rápidamente me reprendí por hacerlo. No podía dejar que esto se fuera de las manos. Él solo estaba siendo amable. Él solo... estaba siendo él. De repente, en medio de una pausa en la conversación, se recostó ligeramente en su silla, observándome con atención. Su mirada, como si estuviera sopesando algo más allá de las palabras. —Ivanna, ¿estás segura de que estás bien? —preguntó, rompiendo el silencio con una suavidad que me desconcertó aún más. Un escalofrío recorrió mi espalda. ¿Cómo podía ser tan perceptivo? ¿Cómo podía ver lo que trataba de esconder? ¿Por qué no me dejaba en paz con ese tema? ¿Por qué no podía seguir adelante sin que me preguntara constantemente si estaba bien? No respondí inmediatamente. Me mordí el interior de la mejilla, buscando las palabras adecuadas. No podía decirle la verdad. No podía hablarle sobre lo que me estaba carcomiendo por dentro. Y mucho menos podía hablarle de Harold, de su carta, de su abandono. Ni siquiera quería mencionarlo. —Estoy bien, Aziel. Realmente. —La mentira salió de mis labios con una naturalidad que me asustó. Me sentí avergonzada por haber dicho eso, porque sabía que no estaba bien, porque él sabía que no lo estaba, y sin embargo, no podía dejar que él viera lo que me estaba pasando. No podía dejar que él se acercara más de lo que ya lo había hecho. Un largo silencio se alargó entre nosotros. Aziel no parecía creerme, pero no insistió más. En lugar de eso, se inclinó hacia adelante, acercándose un poco más. Un movimiento tan sencillo, pero que hizo que mi respiración se acelerara. —No tienes que mentirme, Ivanna. Si algo te pasa... —dijo suavemente. El tono de su voz era tan cálido, tan cercano, que me hizo sentir vulnerable de inmediato. No podía soportarlo. No podía soportar la idea de que alguien pudiera verme de esa manera, tan débil, tan perdida. Mi mente entró en una espiral. No quería estar cerca de él. No podía, no debía. Pero ahí estaba, él, dispuesto a saber más, dispuesto a ayudar. Y yo, luchando por mantener las distancias, luchando por no dejarme arrastrar. Suspiré, tratando de recomponerme. Bajé la mirada a los papeles frente a mí, evitando sus ojos. —No es nada, Aziel. En serio. Es solo estrés del trabajo. Ya sabes, cosas de oficina. —Mi voz sonó tensa, y sabía que él podía percatarse de ello, pero no podía hacer nada al respecto. Tenía que mantenerme firme. Aziel no respondió de inmediato. Simplemente me observó, como si estuviera evaluando cada palabra que salía de mi boca. Y luego, finalmente, soltó una sonrisa sutil, pero no exenta de una curiosidad que me hizo sentir incómoda. —Está bien. No insistiré. —dijo, y su tono fue el de alguien que, aunque se rendía momentáneamente, no dejaba de estar atento a mí. Mi pecho se sintió más liviano al escuchar esas palabras, pero el alivio duró poco. Sabía que no me estaba librando de él tan fácilmente. Su presencia era constante, inquebrantable, y por alguna razón, me sentía atrapada. Como si todo lo que hacía, todo lo que decía, lo observara con una intensidad que no podía controlar. A pesar de mi intento por mantener las distancias, no pude evitar preguntarme una vez más: ¿qué era lo que sentía realmente por él?
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