Ethan agarra a Hunter de las solapas de la camiseta y lo estrella contra el capó del coche con una fuerza que me hace erizar del miedo.
Él luce atemorizante, realmente atemorizante.
Miro hacia todos lados, tratando de encontrar ayuda de alguien, pero esta carretera es una maldita avenida solitaria. Los pocos autos que pasan viajan con tanta velocidad que ni siquiera creo que sus conductores alcancen a ver la escena de asesinato que yo estoy presenciando.
— Uno multiplicado por uno es uno, ¿cierto? — Alcanzo a escuchar que Ethan le susurra con voz amenazante a Hunter —. ¿Cierto? — Le pregunta con algo más de fuerza, apretando su agarre en la garganta.
Hunter asiente con pánico lloviendo en su rostro.
— S-sí.
— Entonces espero que entiendas que, si vuelves a poner un solo dedo sobre Abbigail, no vas a sobrevivir para contarlo — se me corta la respiración cuando en un rápido movimiento, Ethan sube su rodilla y golpea el estómago de Hunter con fuerza. El fuerte sonido del impacto por poco me obliga a llevar las manos a mis orejas —. Y entenderlo es más fácil que la tabla del uno.
— Ethan, vámonos — le pido con un poco de desesperación cuando veo que no se le ve la intención de detener sus golpes —. ¡Ethan, vámonos!
Él me mira sobre su hombro con una expresión fría que me hiela de pies a cabeza. Cuando por fin suelta a Hunter, él cae al piso en peso muerto.
Mierda, ¿lo mató?
— Te dije que no te bajaras del auto — Ethan camina por mi lado mientras se limpia sus nudillos ensangrentados, sin una pizca de emoción en su rostro, como si golpear a alguien fuera algo normal en su diario vivir —. Él está bien, Abbi, no lo maté... aunque ganas no me faltaron — creo escucharlo murmurar al final.
Otro escalofrío recorre mi cuerpo al imaginar a Ethan asesinando con sus propias manos a alguien.
Cuando él se sube de nuevo al coche, yo aún no soy capaz de moverme, el temor de lo que acabo de ver me mantiene paralizada, con mis pies anclados al piso. Ethan me mira por la ventanilla con una expresión de fastidio en su rostro, ese fastidio que ahora también se ha vuelto común con su frialdad.
— ¿Qué haces ahí parada? Vamos, súbete.
¿Es en serio? ¿Lo vamos a dejar ahí tirado?
— Pero Hunter está...
— Súbete, Abbigail — su orden es clara y firme, sin una pizca de petición en su tono.
Sostengo mi cabeza con fuerza y miro a un Hunter medio muerto tirado en el piso. Pánico llena mi pecho, así que a toda velocidad entro en el coche.
El perro guardián empieza a conducir de inmediato.
— ¿Qué acabas de hacer, Ethan? — Murmuro con voz temblorosa, llevando mis rodillas a mi pecho para tratar de encontrar consuelo —. ¿Sabes en los problemas que nos podemos meter? ¡Puede demandarnos!
— No lo va a hacer — responde con simpleza sin apartar la vista de la carretera —. Y si lo hace, pues tú lo demandas a él por golpearte, tu amigo Luke está de testigo.
Él no puede estar hablando enserio, las cosas no son así de fáciles.
— ¡Idiota! ¡Eres un idiota! — Siento que empiezo a hiperventilar cuando la realidad me golpea —. ¡Todo el peso de lo que hoy hiciste va a caer sobre Bárbara!
Ethan frunce el ceño levemente y, después, con una facilidad que me sorprende, saca un cigarrillo de uno de los repartimientos el auto y lo enciende sin importarle que yo esté dentro.
— Tú me dirás si él hace algo en contra de Bárbara.
¡¿Por qué luce tan tranquilo?!
— ¿Para qué? ¡¿Para que lo mates?! — Lanzo un fuerte grito de enfado —. ¡Y no fumes en mi presencia!
— ¡Cálmate ya! — Explota y gira el auto con brusquedad para frenarlo en la orilla de la carretera —. ¡Eres malditamente chillona, Cristo!
Llevo con brusquedad mi cabello hacia atrás cuando me cae en la cara por culpa de sus inesperados frenazos.
Odio que fumen, me es desagradable ver a alguien hacerlo, pero, de alguna forma, ver que Ethan lo hace me enfada aún más. ¿No ve que se está matando? ¿Y por qué demonios me preocupo por un idiota como él? No sé por qué me importa, pero me importa, así que intento quitarle a la fuerza el cigarrillo para tirarlo, pero él lo impide. Gruño de frustración y cuando estoy a punto de pegar un fuerte grito, él gira su rostro y expulsa todo el humo en mi dirección.
Exploto de la rabia.
Sin pensarlo, mi mano vuela a su rostro con la clara intención de aterrizar en su barbuda mejilla, pero él me detiene con un fuerte agarre que me hace chillar de dolor.
— Suéltam...
— Escúchame bien, Abbigail —su voz sale filosa y me mira con una frialdad que puede helar el desierto más caluroso del mundo —. Nunca en tu vida te atrevas a golpearme, ¿entiendes?
— Suéltame — gruño con voz demandante, tratando de ignorar el escalofrío que su frío trato hacía mí me causa.
— ¿Entendiste? — Da otra calada a su cigarrillo y se vuelve a acercar, enviando todo el aire directo a mis pulmones, enfadándome a propósito —. ¿Entendiste, Abbigail?
— Vete al infierno, idiota — escupo con odio.
— Pero si de allí vengo, muñeca — una amarga sonrisa descansa en sus labios.
— Irónico que me protejas de Hunter cuando me tratas de esta forma.
Una fuerte risa sale de sus labios, obligándome a apretar mi mandíbula con fuerza para evitar soltar cosas de las que después me pueda arrepentir. Me remuevo llena de rabia en el asiento, controlándome por mi propio bien. En este momento, Ethan me asusta. Y sé que estando en el auto con él, corro más peligro que estando afuera en la transitada carretera.
— A ver, a ver, detente ahí — gira su rostro y me mira con una burla hiriente —. No confundas las cosas, Abbigail. Yo te estoy protegiendo porque ese es mi trabajo. Tú me importas una mierda, así que no pienses que golpeé a Hunter por algo más allá de lo laboral. Si piensas eso, no puedes estar más lejos de la realidad.
Aprieto mis dientes con fuerza, alejando las lágrimas que sin sentido llenan mis ojos.
Tomo el bolso con fuerza y, negándome a seguir compartiendo mi espacio con él, me bajo del auto.
— ¿Qué demonios haces, Abbigail?
Le ignoro y camino con más rapidez con la intención de llegar caminando a casa, aun cuando sé que me va a tomar horas hacerlo, pero prefiero eso a seguir aguantando al maldito perro guardián y sus palabras que siempre consiguen herirme.
— ¡¿A dónde mierdas vas, chiquilla estúpida y mimada?!
Lo empujo con fuerza cuando su mano vuelve a tomar mi muñeca para hacerme girar a él.
— Vete a la mierda — lo miro fijamente a los ojos por tres profundos segundos en donde él ve mis lágrimas retenidas. Se sorprende y creo ver que su mirada se suaviza un poco, pero al siguiente instante vuelve a ser tan fría como antes, así que me planteo si me lo he imaginado. Le doy otro fuerte empujón y agarrando con fuerza mi bolso, continúo con mi caminata.
— ¡¿Piensas llegar caminando o qué, idiota?! — Grita detrás de mí.
¿Idiota? ¡Idiota él!
Me giro de nuevo a encararle.
— ¡Que te vayas a la mierda! ¡Cuando llegue a casa le diré a mi padre que...
Otra estruendosa risa sale de sus labios cuando escucha mis palabras y si no estuviera tan furiosa, estaría avergonzada de estar peleando en medio de la calle con este sujeto.
— ¡¿Te estás escuchando?! ¡¿Le dirás a tu padre?! ¿Qué le vas a decir, Abbigail? ¿Qué empezaste a maullar como una gata porque golpeé al tipo que casi te mata? ¿Después le contarás lo del video de Bárbara? — Se acerca a mí con esa sonrisa de burla en sus labios que me dan ganas de borrarle de un fuerte puñetazo —. ¡Díselo, Abbigail! ¡Adelante! ¡Yo te acompaño!
— Te odio — mascullo con los dientes apretados sin esta vez poder controlar las lágrimas de rabia que bajan por mis mejillas.
Él se queda un instante en silencio, mirándome de una forma que no sé interpretar, pero pronto su boca vuelve a abrirse con palabras ponzoñosas —: Ódiame todo lo que quieras, no me puede importar menos — se encoje de hombros con una indiferencia que, sin sentido alguno, trae nuevas lágrimas de humillación a mis ojos —. Pero a mí no me vengas a chantajear con tus estúpidas amenazas de niña. Yo no le tengo miedo a tu padre... mucho menos a ti.
Trago saliva y, sin encontrar nada inteligente por decirle, me vuelvo a girar para alejarme de él y sus estúpidas sonrisas burlonas y frías que me afectan de una forma que no logro comprender.
¿Por qué soy tan vulnerable cuando se trata de él? No lo entiendo, no tiene sentido cómo este hombre puede herirme con unas pocas palabras.
— ¡Si esperas que vaya detrás de ti, estás equivocada! — Lo ignoro y me concentro en seguir caminando mientras cada segundo odio más el horrible dolor en mis costillas que eligió este momento para aparecer —. Yo no soy uno de tus amigos o esos chicos que hacen lo que tú quieras, así que no esperes a que te ruegue o alguna mierda parecida, princesa. Elige, te llevo tranquilamente a casa o sigues caminando tú sola por horas.
Le saco el dedo del medio y continúo caminando.
— Maldita cría — dice lo suficientemente alto para que lo escuche.
Después de eso, escucho el coche arrancar y lo siguiente que sé es que se está alejando a gran velocidad por la carretera.
Hijo de puta.
[***]
— ¿Qué te pasó, Hormiga? — Mason me mira desde la comodidad de su auto con la ventana abajo.
— No importa — me subo a su coche y cierro mis ojos, sin ganas de hablar o contarle nada a nadie.
— Dios, Abbi. Te ves terrible ¿Has comido algo?
No.
— Claro que sí, Mason — miento con descaro.
Escucho un profundo suspiro de su parte y sé que no me ha creído.
— Sabes que tienes que comer, Abbigail. No puedes volver a...
— Déjalo ahí, Mase — aprieto mis ojos cerrados con fuerza —. No me está sucediendo de nuevo.
— Te quiero, Abbi — giro mi rostro en su dirección cuando mi mano es acogida por la calidez de la suya —. No te quiero volver a ver mal.
— Lo sé — le regalo una suave sonrisa y cierro los ojos cuando sus labios se posan con dulzura en mi mejilla, deteniéndose más tiempo del necesario, pero no me quejo porque Mase es todo lo que necesito en este momento.
— ¿Quieres ir a casa? — Pregunta soltando mi mano para encender el auto.
De inmediato siento la falta de su calidez, así que introduzco mis manos dentro de la chamarra del colegio para abrigarlas.
— No quiero ir a casa — admito en un hilo de voz.
No hay nadie esperándome allí, nunca lo hay.
O tal vez sí, mi abuela para terminar de amargarme la existencia.
— ¿A dónde quieres ir, Hormiga?
Me encojo suavemente de hombros y, sin que él se dé cuenta, acaricio mis costillas un poco, tratando de calmar el ahora palpitante dolor.
— A donde tú quieras, Mase.
Cierro los ojos y pienso en la vida sin sentido que llevo. En lo desanimada que me siento cada día cuando abro los ojos. En las dos muertes que llevo sobre mis hombros y en cómo mi abuela cada día trata de recordármelas y hacerme pagar por ellas.
Después de unos segundos, siento que Mason vuelve a tomar mi mano con cariño, logrando que sonría sinceramente.
— Te amo, hormiga.
Y es lo último que escucho antes de quedarme dormida.
[***]
Me despierto cuando siento unos suaves toques en mi mejilla. Me quejo y giro mi rostro para evitar ese húmedo toque, pero aun así sigo sintiéndolo.
— Mase, no — protesto sin abrir los ojos.
La fuerte risa de Bárbara me hace abrir los ojos como platos, despertándome de un sopetón.
— Te ves preciosa, Abbi.
— ¿Qué hiciste, estúpida? — Brinco de la cama de Mason y corro a su baño para verme en el espejo —. ¡Te voy a matar, Bárbara!
Mojo mi rostro con agua, pero la maldita calavera dibujada en mi mejilla izquierda no desaparece.
— Pero te ves hermosa, linda — ella me mira con una sonrisa burlona mientras se apoya en el marco de la puerta del baño —. ¿No te gusta?
— Vete al infierno, maldita zorra verde.
— Perra cadavérica — escupe con odio.
— ¿Qué mierda están haciendo? — Mase entra en el baño y suprimo mi risa cuando lo veo.
— ¿Qué te pasó? — Me acerco a él y con mi dedo quito la mancha de chocolate que tiene en la mejilla —. ¿Qué estás haciendo?
Bárbara se acerca y le sacude un poco la harina que hay en su hombro.
— Te estoy preparando una torta de chocolate — arruga chistosamente su nariz cuando sacudo su cabello para que salga la harina de él —. Pensé que cuando despertaras tendrías hambre.
— Tengo hambre — asiento a pesar de que no quiero, pero nunca me negaría a un gesto tan lindo de su parte.
— ¿Qué te pasó en la cara? — Su mano viaja a mi mejilla y me acaricia con suavidad, creando esa calidez en mi pecho que siempre siento cuando recibo una caricia de su parte.
— Lo hice yo — Bárbara sonríe detrás de él, levantando el marcador y mirándome con burla —. ¿Cierto que se ve preciosa?
Mase suelta una sonora carcajada que me hace rodar los ojos.
— Púdranse — les gruño y me dispongo a salir del baño, pero Mason rápidamente me toma de la cintura y me mantiene junto a él.
— ¿Cuánto me va a durar esto, Abbi? — Bárbara pasa por mi lado y se mira en el espejo con el ceño fruncido.
— Es permanente — le digo con una sonrisa divertida.
— ¡Mentira! — Mason me lleva detrás de él cuando Bárbara se me lanza encima, recibiendo él los golpes que van para mí —. Dura como máximo cinco días, Barbie. Ella misma me lo dijo, te lo juro.
— ¡Mase! — Golpeo su espalda con fuerza, intentando hacerle un poco de daño —. ¡No le tenías que decir!
— Agradece que te despertaste antes de que te cortara tus greñas de bruja, Abbigail — Bárbara sale del baño mientras Mason me sigue sosteniendo para mantenernos alejadas —. Porque ya tenía las tijeras listas — se lanza a la cama de su hermano y me enseña las grandes tijeras negras.
— ¡Maldita hija de...
— ¡Nos vamos! — En un rápido movimiento, Mase me deja sobre su hombro y empieza a caminar hacia la salida de su habitación. Me trago el gemido de dolor por mis costillas —. Te haré aparte una torta de fresa, Barbie. Te la dejaré en la nevera.
Desde mi posición, puedo ver a la zorra de Bárbara acomodarse en la cama de Mase para empezar a ver televisión.
— Asegúrate de que la cadavérica coma porque pronto se va a quedar en los huesos de lo delgada que está.
— Vete a la mierda, Bárbara — le gruño, pero creo que no me alcanza a escuchar porque Mason ya me ha sacado de la habitación —. Mase, espero que no me estés mirando el trasero.
Golpeo su espalda con fuerza cuando su mano se mueve de mis muslos desnudos debido a la pequeña falda del colegio, hasta mi trasero cubierto sólo por mi ropa interior.
— Nos hemos bañado juntos, Abbi — me dice risueño, dándome una suave caricia atrevida —. Me sé tu cuerpo de memoria.
— Nos bañábamos juntos cuando teníamos siete años, estúpido — le recuerdo mientras ruedo los ojos por su ridículo comentario —. Y no te sabes mi cuerpo de memoria.
— Créeme, me lo sé de memoria — ignoro lo ronca que sale su voz y, por encima de todo, ignoro el cosquilleo en mi vientre por su toque y palabras —. ¿Te quedaste muda, Hormiga?
— No — chillo cuando me vuelve a poner en una posición decente para dejarme sobre la encimera de la cocina, sus manos aun dentro de mi falda, acariciando mis muslos sin ningún tipo de vergüenza —. Yo nunca me quedo muda ante nadie.
— Como digas — da un suave apretón a mi piel antes de alejarse para seguir haciendo mi torta.
— ¿En qué te ayudo?
— Ayúdame a batir la masa que está en ese cuenco que está a tu lado.
Lo busco con la mirada y cuando lo encuentro, hago lo que me pide.
— Mase, no — giro mi rostro cuando me va a dar una cucharada de chocolate derretido —. Mejor me lo como en la torta.
— Abbigail — me quita el cuenco de las manos y me mira con seriedad, acomodando los rebeldes cabellos que caen en mi rostro —. Vas a comer, ¿me entiendes? Abre la boca.
— No — giro mi rostro y arrugo la nariz cuando la cuchara llega a mi mejilla.
— ¡Abbi! — Se ríe al ver el desastre que hizo —. Hormiga, come.
— No — lo miro con el puchero que a él se le es irresistible, pero me decepciono al ver que esta vez no surge efecto —. Me va a engordar, Mase — susurro bajito.
— No te va a engordar y si llegaras a hacerlo... — lleva de nuevo la cuchara llena de chocolate a mis labios —. Te verías preciosa. Eres preciosa, Hormiga, ¿lo sabes?
Me encojo de hombros, evadiendo su mirada.
Sería más linda si tuviera el cabello rubio de Bárbara y de mi hermana, si tuviera sus ojos azules o si fuera de sus mismas medidas.
— Mase, por favor...
— No le vas a volver a hacer caso a lo que la bruja de Noellia te diga — me mira con una preocupación que me conmueve —. Esta vez no voy a dejar que te enfermes por culpa de ella... Abre la boca, Abbigail.
Suspiro con pesadez y me rindo, abriendo la boca para que él introduzca la cuchara llena de delicioso chocolate.
— ¿Contento? — Lamo mis labios para limpiarlos y me sonrojo cuando la mirada de Mason sigue mi movimiento —. ¿Y la morena por la cual no fuiste a la universidad? — Le pregunto para que reaccione y se dé cuenta hacia dónde estamos yendo.
— ¿La morena que...? — Abre los ojos como platos y de inmediato se aleja de mí, volviendo al papel de amigo que siempre debería desempeñar —. Ya sabes, estaba buena pero no lo suficiente como para que la busque por una segunda ronda.
— Qué asco, Mase — tomo de nuevo el cuenco y sigo batiendo con algo de rabia —. Vas a pillar una enfermedad por andar de semental.
— Sé cómo cuidarme, Hormiga — sin poder resistirme y sin queja alguna abro la boca cuando él vuelve a darme chocolate —. Sólo vivo la vida.
Qué excusa tan estúpida.
— ¿Te gustaría que yo viva la vida como tú la vives? — Pregunto distraídamente.
Me sobresalto cuando él lanza fuertemente contra la encimera la mezcla que estaba haciendo, provocando un estruendoso ruido.
— No, no me gustaría y sabes que tampoco te lo permitiría, Abbigail — muerdo mi labio, un poco arrepentida cuando veo que lo he cabreado —. Acepto que estés con Hunter porque sé que sólo lo tienes contigo para alejarlo de mi hermana. También sé que no dejarías que él te toque. Pero verte con alguien más, andando de un lado a otro con otro chico — sacude la cabeza con rabia —. No, no lo permitiría y lo sabes.
Aprieto mis labios con fuerza para evitar decirle que él no tiene ningún derecho sobre mí, pero prefiero quedarme callada porque una parte de mí es consciente de que tal vez, de alguna forma muy extraña, una parte de mí le pertenece a Mase.
— Ya no estoy saliendo con Hunter — le digo con una sonrisa para aligerar las cosas y cambiar el rumbo de nuestra conversación que no nos llevará a ningún lado.
Una risa divertida sale de sus labios y me relajo porque sé que tengo de vuelta al Mase que es mi mejor amigo.
— ¿Ya conseguiste lo que querías de él?
— Algo así — me encojo de hombros mientras sigo batiendo con algo más de entusiasmo.
— Te extrañaba, ¿sabes? — Lo miro —. Hace tiempo no pasábamos tiempo juntos, Abbi.
— Lo sé — hago una mueca —. Pero ahora que estás en la universidad y yo todavía en el colegio, es difícil que nos veamos.
— Sí — asiente con desanimo —. Pero sabes que, si me necesitas, estaré para ti, Hormiga.
— Lo sé.
Le sonrío con entusiasmo antes de seguir con nuestra labor de chefs.
[***]
— Gracias, lo pasé genial — le digo a Mase mientras desabrocho el cinturón de seguridad.
— No te desaparezcas, Hormiga — da un suave beso en mi frente.
— Tú no te desaparezcas — hago una mueca —. Y no vuelvas a decirme datos de tu vida s****l, Mason. No me interesa si has pasado la noche con una morena o no.
— Me encanta verte celosa — quiero borrar la sonrisa divertida de sus labios.
— No estoy celosa — miento y me bajo del coche dando un fuerte portazo.
— ¡Oh, pero sí lo estás! — Grita cuando voy a mitad de camino de casa.
Le saco el dedo del medio y le grito sobre mi hombro: — ¡Púdrete!
Me río cuando escucho su risa.
Al entrar a casa, lo primero que veo es al perro guardián que me mira como si quisiera matarme.
— ¿Dónde demonios estabas?