Final Un hermoso atardecer, caluroso, con fuerte viento, dos semanas después de los acontecimientos descritos, un mes después de que se subiera el telón de estos incidentes, pudo verse a un hombre que rezaba sobre la arena de la playa del atolón. Un grupo de palmeras lo separaba de las viviendas; desde el lugar donde estaba arrodillado, el único trabajo de la mano del hombre que interrumpía la extensión de agua era la goleta Farallone, en muy diferente fondeadero, anclada a unas dos millas a barlovento en medio de la laguna. El bullicio de los alisios resonaba con violencia por toda la isla; las palmeras más cercanas silbaban y chocaban entre sí por causa del viento, las más lejanas hacían un ruido grave parecido al de las ciudades; aun así, a cualquier hombre que no hubiese estado tan ab
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