—¡No! —dijo Davis—. ¡No diga eso! —¡Es usted un aguafiestas! —exclamó Huish—. ¿Qué es lo que quiere? Quería matarlo, anoche lo intentó. ¡Quería matarlos a todos, lo intentó; ahora le enseño cómo hacerlo, y sólo porque hay un frasco con una medicina, se pone hecho una furia! —Quizá tenga razón —dijo Davis—. Pero es que no me parece bien, sólo es eso. —La aplicación de la ciencia, supongo —dijo Huish con desprecio. —No sé qué es —exclamó Davis, paseando por la cubierta—, ¡pero es algo! Me niego a hacerlo. No puedo mancharme las manos con un acto tan cruel. ¡Es demasiado repugnante! —Supongo que lo que le gusta —dijo Huish— es cuando tiene la pistola, unas cuantas balas, y esparce los sesos de un hombre por todas partes, sobre gustos no hay nada escrito. —No digo nada —dijo Davis—, es a