Una puerta abierta El capitán y Herrick caminaban en la oscuridad, de espaldas a la terraza de Attwater, se dirigían hacia el embarcadero, a la playa del atolón. La isla, a esta hora, con la suavidad de la arena del suelo, con un techo sujetado como por columnas, con la intensa iluminación de las lámparas, se revestía de un aire de irrealidad, como si fuera un teatro vacío o un jardín público a media noche. Cualquiera buscaría estatuas y mesas. No corría el aire entre las palmeras, el silencio se hacía cada vez más intenso debido al continuo clamor del oleaje a orillas del mar, como el ruido del tráfico que circulara por la calle de al lado. El capitán caminaba aprisa con el enfermo, aún le hablaba, intentaba tranquilizarlo; lo llevó hasta el otro lado del atolón, lo condujo hasta la pl