El pescador de perlas Sobre las cuatro de la madrugada, mientras el capitán y Herrick estaban sentados juntos en la barandilla, comenzó a oírse en medio de la noche el ruido de las olas. Los dos se pusieron en pie al momento, se quedaron escuchando y mirando. El sonido era continuo, como el paso del tren; no podía distinguirse ningún ascenso o descenso; una vez tras otra, el océano llegaba incansable a la isla invisible, y como Herrick esperaba en vano que cambiara el ruido, se le vino a la mente la idea de la eternidad. El ojo experto podría deducir perfectamente dónde estaba la isla a partir de una hilera de puntos que se extendía a lo largo del cielo estrellado. La goleta se puso al pairo, pero no dejaron de observar hasta el amanecer. Por la mañana apenas había una tenue niebla. Habí