—Él decil veldad —dijo Calvete—. Usted dolmil. Todos sabel lo que hacel pelfectamente. Usted gustal mucho a todos. Herrick siguió insistiendo hasta atragantarse con la emoción al pronunciar algunas palabras de gratitud; se fue hacia el otro lado del camarote, se apoyó en la camareta intentando contener la emoción. Calvete lo siguió y le pidió de nuevo que se echara. —No puedo, Calvete —replicó Herrick—. No podría dormir. Estoy demasiado emocionado por vuestra bondad. —¡Nunca más llamalme Calvete! —exclamó el anciano—. No sel mi nomble. Mi nomble Davida, Davida como ley de Islael. ¿Pol qué él llamal así en Hawai? No entendel nada, igual que Wiseman. Era la primera vez que se mencionaba el nombre del difunto capitán; Herrick aprovechó la oportunidad. Se le omite al lector el difícil di