YA NADIE CREÍA EN LA TRIADA CAPITOLINA El hombre abrió los ojos tumbado en la semioscuridad. No recordaba nada y estaba tendido sobre una cama directamente encima el colchón, sin almohadas ni sábanas. En la pared de la izquierda, a cerca de un metro y medio, había una ventana de doble hoja con rejas y con las persianas cerradas, entre cuyas lamas, ligeramente inclinadas hacia el exterior, se filtraba una luz tenue de madreperla, de luna llena, que permitía intuir algo en el interior, en la cercanía, mientras el resto del espacio permanecía a oscuras. Había un silencio absoluto, tanto dentro como fuera. El hombre cruzó las piernas al estilo indio y, usando solo sus fuertes abdominales, levantó el torso. Se giró hacia las celosías recogiendo las extremidades inferiores y se quedó sentad