Huyó en la oscuridad y repentinamente se golpeó con dolor el bajo vientre con lo que debía ser el canto de una mesa. A pesar del dolor se dio la vuelta y volvió a moverse en las tinieblas, siempre acosado por ese aliento cálido y fétido. Llevaba además las manos por delante y toco una pared sin hacerse daño. Desparecieron el jadeo y el aliento en el cuello. ¿Tal vez el animal se había alejado? ¿No le había gustado su olor? ¿O tenía ya la tripa llena? Un momento: ¡tal vez solo fuera perro pacífico! En realidad no lo creía y buscó nervioso, a tientas, una puerta. ¡La encontró! Pasó los dedos a la altura de donde suelen estar los pomos, tocó un picaporte, lo giró y la salida se abrió hacía él. Entró rápidamente y tiró con fuerza de la batiente detrás de él. Extrañamente la puerta no dio ni