Cuando Minerva llegó aquella noche, después de una agotadora e infructuosa tarde de búsqueda de trabajo, se encontró con una desagradable sorpresa.
Nada más cruzar la puerta, su madre le dijo.
—Minerva, Stefano va a llamarte esta noche para hablar contigo.
—¿Qué estás diciendo? ¿Hablar de qué?
—Sí, hija, para que se conozcan. Como ayer parecías dispuesta a casarte...
— Yo no he dicho eso. No tergiverses mis palabras —Minerva suspiró ruidosamente. iDios, qué harta estaba!
Quizás debería casarse con ese tal Stefano y largarse de una vez de aquella casa de locos. Seguro que no sería peor que lo que ahora estaba viviendo.
Sobre las diez de la noche, Stefano la llamó. Minerva les pidió a sus padres que salieran de la habitación para poder hablar a solas y que estos no malinterpretaran sus palabras.
Pero ellos estaban encantados.
Cogió el auricular y a través del hilo, oyó una voz ronca y fuerte.
—¿Minerva? ¿Parli italiano?
—No, me temo que no; solo hablo español y me defiendo con el francés.
—No hay problema — respondió él en un español bastante aceptable, aunque con el acento dulzón del italiano.
Resultaba extraño aquel acento en una voz tan ronca.
—Tú dirás que quieres de mí.
—¿Tus padres no te han hablado del tema? ¿No te han dicho nada de la boda?
—Hasta la saciedad... ¿Y tú estás de acuerdo con esta payasada?
—¿Tú no? ¿Por qué me has hecho llamarte entonces?
¡Dios, era una tonta!
—Mira, Stefano… Te llamas así, ¿no?
—Sí, me llamo así.
—Bueno, pues... yo solo pregunté ayer si tú estabas de acuerdo en casarte conmigo. Pensé que quizás te estaban dando la lata como a mí... a todas horas.
—No, mi madre solo mencionó el tema una vez.
—¿Y a ti te pareció bien ?
—Voy a hablarte claro, Minerva. Yo no quiero casarme... tengo alma de soltero, de ir por libre, no de amarrarme a una mujer para toda la vida y sufrir todos los inconvenientes del matrimonio, fidelidad incluida. Pero en mi empresa, siguen la política de que los casados ascienden antes y mi carrera allí es brillante. Me gusta mi trabajo y quisiera seguir en él y ascender, y no permitir que me salten por encima todos los que han entrado después que yo sólo por el hecho de que estén casados. El director es un maniático en eso. Ese es el motivo por el que me caso y si te he llamado es para dejarlo claro, que no se trata de una boda romántica, y para ponerte mis condiciones. Pero si tú no quieres saber nada del tema, lamento haberte hecho perder tu tiempo, y el mío.
—No, espera... ¿Cuáles serían tus condiciones? —habló rápidamente—. Tal vez me interese.
—Mis condiciones serían que yo tendría una mujer que no se metería para nada en mi vida, ni yo en la suya.
—¿Y yo podría entrar y salir a mi antojo, sin horarios, sin trabas... y podría matricularme para estudiar dibujo como es mi sueño?
—Por supuesto que sí. Y yo también podré seguir como hasta ahora; cada uno tendrá su vida, sus diversiones, sus amigos, sus amantes... con discreción, claro. Para mi jefe deberemos ser un matrimonio bien avenido. Yo solo te exigiría que asistieras a algunas cenas y celebraciones de la empresa, pero no son muy frecuentes. Por lo demás, podrás organizar tu vida a tu antojo, y por supuesto, dejarme a mí la mía tal como está. Sin ni siquiera una palabra de reproche si falto de casa una noche o una semana. Sólo compartiríamos la casa y yo te asignaría una cantidad de euros para tus gastos.
—¿Y podría gastarlas a mi antojo? ¿Sin explicaciones?
—Por supuesto. Siempre y cuando no te excedas de la cantidad estipulada.
—Me parece que me va a interesar —dijo sincera.
—¿Dónde has estado viviendo, piccola?
—En el infierno. ¿Me dejas que lo piense?
—Claro, tómate el tiempo que quieras. Pero que quede claro que yo solo quiero una mujer de cara a la empresa.
—Y yo solo quiero ser libre y vivir mi vida.
—Entonces, tal vez lleguemos a un acuerdo.
—Bien, lo pensaré y te contestaré.
Minerva colgó y se quedó pensativa.
¿Sería posible que fuera una solución? ¿Que no fuera algo tan descabellado como había pensado en un principio? ¿Que pudiera vivir su vida con un extraño mejor que con sus propios padres?
Estos entraron en la habitación y le preguntaron ansiosos.
—¿Qué opinas?
—No parece mal tipo...
—Claro que no, es un chico estupendo. Justo lo que necesitas.
Minerva les miró. ¡Qué par de cínicos eran!
—Acabarás enamorándote de él, ya verás... es encantador.
—Ustedes lo conocieron cuando apenas era un niño.
—Sí, pero no ha podido cambiar tanto desde entonces.
—Vas a aceptar, hija, ¿verdad?
—Tengo que consultarlo con la almohada.
***
Cuando Minerva se acostó aquella noche, no cesó de darle vueltas a la idea y a la conversación que había mantenido con Stefano. ¿Y si aceptaba? Podría vivir su propia vida, algo que nunca lograría hacer en su casa, y con sus padres.
Temía que sus nervios se estaban resintiendo de la situación que sostenía, pero no podía estar segura de que las cosas una vez casada y en Italia fueran como él le había prometido por teléfono. ¿Y si después se arrepentía? ¿Y si no había nada de lo que Stefano había dicho?
Tenía que asegurarse, no iba a meterse de cabeza en una ratonera. Ya estaba metida en una y sabía lo que era eso.
Al día siguiente fue a ver a un notario y le consultó sobre el tema. Este le dijo que podrían firmar un acuerdo con las condiciones establecidas por los dos y que en caso de que cualquiera se negara a cumplir su parte, el otro m*****o podría pedir el divorcio sin problemas.
Minerva decidió comentarlo con él. Si aceptaba firmar el acuerdo, se casaría y se vería libre por fin para dirigir su vida como quisiera.
Aguardó aún varios días meditando la situación y cuando estuvo totalmente decidida, hizo saber a sus padres que quería hablar con él de nuevo.
A la noche siguiente Stefano volvió a llamarla.
—¿Te lo has pensado ya? —le preguntó en cuanto se puso al teléfono.
—Sí, me lo he pensado.
—¿Y...?
—He decidido aceptar, pero yo también pongo mis condiciones.
—Estás en tu derecho.
—Quiero que ambos firmemos un acuerdo ante un notario con todo lo que dijimos el otro día por teléfono y en el que se estipule que si uno de los dos incumple lo pactado el matrimonio, pueda disolverse sin problemas. Y que también pueda hacerse si uno de los dos no se adapta al otro. De mutuo acuerdo, por supuesto y yo no te pediré ni un euro. Me volveré a Venezuela tal como me vaya, con la ropa únicamente.
—Lo veo razonable. Pero confío en que todo eso no será necesario. Redacta el acuerdo y envíamelo. Si lo veo bien lo firmaré ante notario y te lo devolveré para que tú hagas lo mismo. Y ve preparando las cosas para venirte a Italia cuanto antes para casarnos. La boda será aquí, para que el personal de mi empresa pueda asistir.
—Me da igual donde sea. Lo que no quiero es una boda religiosa; esas son muy difíciles de deshacer en caso de que algo no vaya bien.
—Estoy de acuerdo; no quiero nada con los curas, ya tuve bastante en mi infancia.
...
Minerva redactó las condiciones y las llevó al notario para que le diera forma legal, y este se lo hizo llegar a un colega italiano para que Stefano acudiese allí a firmarlo si estaba de acuerdo.
El no puso objeciones y tras firmarlo, se decidió que la boda se celebraría en un mes.
Para la madre de Elena, empezó una odisea de ir a tiendas y compras a las que su hija se negaba a asistir, aduciendo que no iba a llevar nada a la casa de él sin conocerla ni a imponerle el gusto de su madre.
Al fin agotada, aceptó que le comprara un equipo completo de ropa para ella, incluyendo ropa interior y camisones sexys que no pensaba ponerse en absoluto, y menos delante de un extraño.
No tenía la menor intención de acostarse con él y no es que él haya mostrado ningún interés en el asunto y si insistía, tenía el acuerdo en su mano, en el que se decía que ninguno de los dos podría obligar al otro a hacer nada en contra de su voluntad.
Empaquetó toda la ropa que su madre le había comprado y decidió que cuando llegara a Italia, enviaría de vuelta toda la que no pensara usar y se la regalaría a una de sus pocas amigas.