—Bien, acepto tu condición, Minerva. Esta tragó saliva y cerró los ojos, tratando con todas sus fuerzas de ignorar la punzada que sentía en su pecho. Por un momento pensó que le diría que no volvería a estar con otra mujer, pero pronto apartó esos pensamientos de su mente y darse una bofetada. ¿Cómo podía esperar eso de un hombre como Stefano? Definitivamente era una tonta, como todas las mujeres que se enamoraban. —Bien, entonces iré contigo hasta Italia, Stefano. —¿Tu madre…? —No quería dejar la casa, pero la he convencido que es lo mejor para cerrar las heridas. —Bien, es completamente bienvenida a Italia, así como tú, cara mia. —Te lo agradezco —habló fría. Pocos días después la señora Martina llegó con su hija a su nuevo apartamento y Minerva se fue junto con su marido, t