Utilizo las llaves que siempre tengo conmigo y abro la puerta para que Zeke entre. Es sorprendente cómo a pesar de que ya estoy acostumbrada a hacer esto, mi corazón no deja de acelerarse en cada momento, temeroso por saber cuáles serán las nuevas palabras lanzadas en mi cara. — Lleva las cosas a la cocina — le digo a Zeke en voz baja, no queriendo despertar a mi mamá que está dormida en el sofá, seguramente llena de resaca por las borracheras que siempre se pega. Zeke desaparece hacia la cocina mientras yo me quedo allí de pie, en medio de la sala, mirando a la mujer que ya ni siquiera físicamente se parece a mi madre. Me sorprendo cuando sus ojos se abren y, de inmediato, el rencor del que ya me estoy acostumbrando llega a su mirada. — ¿Qué haces aquí? — Pregunta, tocándose la cabez