El beso que Alessandro le dio fue distinto a cualquier otro que ella hubiese probado desde que aceptó ser su novia unos meses antes, cuando entonces admitió a él y a sí misma que lo amaba. Ese beso contenía posesión, urgencia, necesidad y un anhelo desesperado por hacerse uno con ella, pero tenía amor. El desenfreno de un amor intenso, que fue creciendo año tras año y alimentando la fuerza de ese sentimiento tan puro, aunque la pureza de ese amor se perdió esa noche cuando Alessandro decidió que iba a robarle su inocencia. Era una mujer, pero iba a ser su mujer. —Quiero lo que ningún hombre ha podido tener, cuando me tengas dentro de ti quiero que aceptes que me perteneces y no te hablo de amor Nayla. —gruñó Alessandro haciendo delirar a la muchacha que gemía con la ferocidad de sus besos