-Seis barcos que llegan tarde, ¡Maldita sea! -gruñó Riccardo atravesando el puerto, acompañado de una tropa de sus más fieles soldados y de la única persona que no tenía miedo a decirle lo que pensaba.
-La situación en el mediterráneo es insostenible, Riccardo. Hay una enorme cantidad de refugiados que cruzan el mar para intentar llegar a Europa o a cualquier lugar donde conseguir un refugio seguro. -respondió Demie con cansancio, era la única mujer en medio de los hombres en el ejército del italiano, pero también era la más valiente y sin duda la que menos le temía. -La guardia costera tiene todo controlado. Han puesto sus ojos en todas partes. Es normal que la mercancía se retrase. Es mejor eso que perderlo todo. -Demie miró de reojo a su jefe viendo como apretaba los dientes por la rabia que lo consumía. -Solo faltan un par de semanas para Navidad, deberías tomar toda esta mierda como una oportunidad para tomarte un respiro, así disfrutar de unas buenas vacaciones. Porque me imagino que no estarás pensando en pasar estas celebraciones otra vez solo, encerrado en tu mansión con una botella cara de brandy al lado, para ahogarte en tus penas. -espetó segura de que le había molestado su insolencia.
-No tengo a nadie para celebrar, tampoco me interesa tenerlo.-escupió Riccardo haciendo un gesto a sus hombres, que comenzaron a abrir y revisar los contenedores que habían llegado en el último barco. -Tuve una familia, éramos felices y los perdí. No quiero volver a tener a nadie más en mi vida, porque el amor te lo pueden arrebatar. Eso la vida me lo demostrado de la peor manera posible. Además, odio las putas Navidades, recuerda que esa fecha para mí es sinónimo de luto.
—Es hora de enterrar el pasado, Riccardo. —opinó Demie.
—¿Me estás pidiendo que entierre el recuerdo de mi familia? —inquirió molesto y con una mirada inquisidora.
—Nunca podrás olvidarlos. Están en tu corazón y nadie podrá sacarlos de ahí, pero sí te pido que sigas adelante, por ellos y por ti mismo. —respondió Demie con tristeza. —Yo también perdí a mi familia en aquella horrible noche de Navidad, y no los olvido, pero debo entender que yo sigo aquí, mi deber es continuar, por más que me cueste…por más que me duela seguir viviendo, pues a través de mí, ellos también viven.
-Pues sigue así Demetria, yo no puedo ni debo hacerlo. -respondió Riccardo con dureza. -No volveré a permitir que nadie vuelva a estar tan cerca de mí, nunca más. Prefiero vivir solo con mis fantasmas.
Demie suspiró con cansancio lista para decirle algo más para intentar convencerlo, pero antes que pudiera hacerlo escucharon el grito de uno de los hombres de Riccardo que llamaba por ellos.
Riccardo sacó su pistola y corrió para ver qué ocurría.
-¿Qué carajos pasa aquí? -inquirió Demie sujetando dos revólveres, mirando a sus subordinados con interrogación.
La mujer vestida de n***o solo podía fijarse en la cantidad de cajas llenas de cocaína tiradas en el suelo, al parecer las habían movido pues algo les pilló totalmente de sorpresa.
-¡Hablen de una puta vez, ¿qué ocurre?!-demandó Demie y los hombres señalaron el interior del contenedor.
Cuando Demie se dio la vuelta, solo tuvo tiempo de ver a Riccardo con la pistola en alto entrando en aquella gigantesca y fría caja de acero.
-¡Riccardo no entres, deja que vaya yo delante! -pidió Demie siguiéndolo, pero el italiano no le hizo ni puto caso.
La curiosidad de saber qué era lo que se escondía entre su mercancía, era mucho más grande que las alarmas de peligro que sonaban en su cabeza.
-¡Sal de ahí! -ordenó Riccardo apuntando la pistola a un rincón oscuro entre las cajas. -¡Sal de una puta vez o comenzaré a disparar! -volvió a ordenar con impaciencia, entonces ocurrió.
Para sorpresa de un hombre que había vivido durante años con la seguridad de que ya no conservaba absolutamente nada de humanidad, mucho menos en su corazón, aparecieron aquellos ojos tan exquisitamente hermosos y aquel frío corazón volvió a latir, Riccardo sintió que volvía a sentirse vivo.
Sabrina dio unos pasos inseguros para salir a la luz. Estaba aterrada por aquella pistola que apuntaba a su rostro, pero más miedo tenía por la vida de su hermana, y solo por eso, se atrevió a enfrentar a su anfitrión.
Sus miradas se perdieron la una en la otra, no podían escucharlo o imaginarlo, pero sus corazones latían al mismo ritmo.
Sabrina tenía delante al hombre más atractivo y hermoso que había visto jamás, y aunque todo su cuerpo estaba cubierto con el burka, Riccardo tenía la fuerte sensación de que le estaba robando una parte de su alma.
Ninguna de las de mujeres que pasaban por su cama a diario fueron capaces de despertar en él esas ganas de arrodillarse y entregarse por completo a alguien. Solamente la mirada dulce y asustada de aquella muchacha lo hizo sentirse tan pequeño e intimidado.
-¡¿Quién eres?! -vociferó Demie rompiendo ese instante de intimidad entre dos completos desconocidos.
Sabrina retrocedió asustada pensando en cómo iba a escapar con su hermana. Su padre le había advertido que podrían matarla solo por estar respirando dentro de aquel contenedor, pero ella no pensaba morir sin luchar para salvar a Nayla.
Riccardo se puso rígido cuando la vio mirar una de las puertas abiertas, como si tuviera la intención de escapar de él. Entonces avanzó furioso y pegó el cañón de la pistola en la frente de Sabrina, soportando ese lado débil de la carne que lo obligaba a doblegarse ante ella.
-¡Dime quién carajos eres o de lo contrario morirás esta misma noche!
Había llegado el momento de saber la verdad. ¿Riccardo Lucchese sería el héroe o el verdugo de Sabrina Mansour?