-Será mejor que no intentes nada extraño, o no dudes en que nuestro Padre te partirá con un rayo – le advirtió Gabriel apenas llegaron al cielo.
-Hermano mío ¿Cuántas veces he venido aquí? Muchas, y nunca he intentado nada.
Gabriel rodó los ojos, mientras partían camino al Trono. Por el camino, había cientos de ángeles, unos miraban expectantes, otros preferían no cruzar miradas con el demonio. No hacían falta los murmullos, algunos estaban sorprendidos de que el padre de la mentira acudiera al Conclave sin su corte infernal.
-¿Es muy necesario que me sostengan? – preguntó el demonio, mirándose ambos brazos. Gabriel lo sostenía por uno, y Chamuel por el otro.
-Es el protocolo – dijo Zadkiel, que caminaba delante de ellos.
-Tú y tus protocolos – gruñó Satanás.
Las grandes puertas de mármol del salón del Concejo se abrieron, y lo primero que vieron fue a Miguel, que los esperaba. Como era de costumbre, Satanás le dedicó una mirada de odio, y Miguel le dedicó una mirada que, si las miradas mataran, de seguro ya hubiera matado al demonio hace milenios.
-¿Y tu Corte? – le preguntó Miguel.
-He decidido venir solo – respondió el demonio, sonriéndole malévolamente al príncipe del reino celestial.
-Empecemos entonces – dijo Gabriel, mirando amenazadoramente a Miguel. Estaba seguro de que si los dejaban solos a esos dos en alguna parte, empezarían una lucha eterna de solo golpes.
Serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, principados y potestades miraban a Lucifer como lo que era: un miserable enemigo. El demonio se sentó en el lugar que le correspondía en los conclaves, justo al lado de Miguel. Sintió unas nauseas insoportables cuando la presencia de Dios se empezó a sentir por todo el salón, y cuando se manifestó en su forma carnal en el centro del salón, todos los presentes, incluido el demonio, se levantaron e inclinaron sus cabezas.
-Pueden tomar asiento, mis amados hijos – dijo, y todos hicieron caso.
-Ya estando todos, damos por inicio al Conclave – dijo, y miró a Satanás – ya todos saben cuál es la razón.
-Permiso para hablar – dijo el demonio, y Jesús asintió –. Quisiera que habláramos a solas.
Murmullos se empezaron a escuchar por todo el salón, era obvio que los ángeles no estaban de acuerdo.
-Silencio – ordenó Jesús, con un tono de voz suave, pero bastante imponente, y los ángeles callaron, y luego Dios miró a Satanás – concederé tu petición de hablar a solas.
-Pero padre…- quiso hablar Zadkiel, pero recibió una mirada seria por parte del Padre, y calló.
-Lucifer y yo hablaremos a solas en el salón del Trono – habló Jesús, dirigiéndose a todos los ángeles –. Aquel que nos interrumpa… – mira a Miguel severamente – recibirá un justo castigo.
Sara miraba maravillada el paisaje, aquel mundo era realmente hermoso, nada comparado con el suyo. Los bosques eran hermosos, y hasta pudo ver grandes palacios a lo lejos.
Monder aterrizó suavemente en una colina no muy alta, y apenas soltó a Sara, esta se volteó para al fin poder ver bien sus alas. No eran como siempre había creído que eran las alas de los ángeles; eran alas muy grandes, doradas y que emanaban luz. Fue poco lo que pudo observar, ya que Monder ocultó las alas, como si no quisiera que Sara las viera de a mucho.
-Creí que los ángeles vestían con…togas blancas – dijo Sara, al ver que Monder seguía llevando puesta la pinta que tenía cuando la sacó del apartamento, que constaba de jeans negros, una chaqueta negra con una camisa básica negra debajo, y unos converse negros.
-Los ángeles tratamos de vestir lo más normal posible cuando nos manifestamos carnalmente en tu mundo, y hasta en el mágico, no queremos llamar la atención – dijo, sacando algo del bolsillo de su chaqueta.
A Sara se le iluminaron los ojos cuando vio su cadena, por un momento se le había olvidado que Monder la tenía. El ángel se la entregó, y Sara se quedó mirando el dije con cierta curiosidad.
-Antes del temblor, y antes de que llegaras, brilló – dijo, mirando a Monder a los ojos –. Como una estrella.
-Todo lo que sea de oro celestial brilla como estrella – comentó Monder.
-Pero…nunca había brillado así – dijo Sara.
-¿Tienes idea sobre la historia de esta cadena? O bueno, de las cadenas, porque tu prima Melissa también tiene una.
-Sé que son unas reliquias familiares, las tenían mi madre y mi tía, mi abuela, mi bisabuelo…- miró a Monder seriamente –. Tu sí sabes la historia ¿verdad?
-Hace cientos de años, Jesús les hizo entrega a sus hermanos y hermanas, los hijos de José y María, unas cadenas, hechas de oro celestial, como símbolo de unión familiar – dijo, sonriendo –. Yo fui el encargado de entregarle las cadenas a Jesús, antes de que empezara a predicar.
-¿Quieres decir que mi cadena y la de Melissa llegaron a pertenecer a los hermanos de Jesús?
-Sí, y ellos se las dieron a sus hijos, y ellos a los hijos de ellos…- decía Monder, observando el bello atardecer que se apreciaba en el paisaje –. Las cadenas emitían algo así como una señal, pero hace años que dejaron de hacerlo, hasta ayer, en la catástrofe natural en tu mundo – dijo, y Sara supo entonces que había pasado un día.
-Si son cuatro cadenas, y mi prima y yo tenemos dos ¿en dónde están las otras dos?
-No lo sé – dijo el ángel, acercándosele, y rozó el dije de la cadena con su dedo índice – pero lo que sí sé, es que eres descendiente de Santiago el Justo.
Sara se quedó helada, por su conocimiento de las escrituras (ya que era de familia cristiana) sabía que Santiago el Justo era el Santiago hermano de Jesús.
-Y Melissa…
-Ella es descendiente de Judas – dijo el ángel, sin nada de duda en su voz.
-¿Y qué hay de ella? Estaba en New York con su esposo.
-Enviaron a otro ángel en su búsqueda, me parece raro que no haya venido todavía con ella.
Minutos después, estaban de nuevo en la casa del árbol. Sara aún no le había preguntado a Monder que tipo de ser era aquel chico que vivía en la casa.
-No te he presentado a mi amigo como se debe – dijo Monder, habiéndole leído la mente a su protegida - ¡Mathlon ven aquí!
El chico apareció de un salto, había bajado del ¿segundo piso? Sara miró arriba, no se había dado cuenta de que la casa tenía un segundo piso, y era porque su diseño era raro.
-Sara, te presento a Mathlon, yo le digo Matt, uno de los mejores hadas de todo el mundo mágico.
-Un gusto, bella humana – dijo Matt, haciendo un tipo de reverencia, y ofreciéndole su mano.
Sara se la dio, y este besó caballerosamente el dorso de esta, haciendo que ella se sonrojara violentamente. En otra situación, se hubiera sentido muy afortunada de estar con dos chicos inhumanamente apuestos, pero se encontraba en otra dimensión, rodeada de seres que ella había considerado ficticios, acaba de saber que era descendiente de un santo hermano de Jesucristo, y no sabía nada de su familia.
-¿No hay señales de Permian? – le preguntó Monder a Matt.
-Llegó hace unos minutos, está en el techo, esperándote.
-Ya regreso – le dijo a Sara, y luego miró a Matt –. Será mejor que no la asustes con tus comentarios extraños del mundo mágico.
-Acabaste con miles de vidas inocentes – dijo Jesús, mirando seriamente a Satanás. No estaba sentado en su trono, estaba parado frente a este. Ambos estaban parados, cara a cara.
-¿Y crees que me arrepiento? – Dijo el demonio, sonriendo descaradamente –. Es mi trabajo que los humanos te echen la culpa de los males que se presentan día a día.
-Sabes que cada cosa que hagas, debe ser con mi autorización – respondió calmadamente –. Haz roto las reglas.
-Sabes que el motivo de lo que causé no es necesariamente la muerte de despreciables humanos – masculló.
-Lo sé, querías que te llamara – le dijo –. Y lo lograste.
-Sí, porque eres tú el que rompe las reglas – bufó - ¡El Apocalipsis ya debería haber empezado y tu nada que actúas!
-Deberías estar agradecido de que no haya empezado, porque sabes que no triunfarás – sonríe, con esa sonrisa calmada y sincera típica de él, el único Dios del universo –. Y sabes cuál será tu destino.
-Sabes que tengo más almas que tu – le dice, sonriendo orgullosamente –. Y tienes la esperanza de que más almas se salven, por eso no has empezado con el arrebatamiento.
-Así es – responde el Padre, sin borrar la sonrisa de su rostro.
-¿Cómo te sientes al saber que tengo las almas de la mayoría de tu descendencia? ¿Ah? – le dijo, para acercársele osadamente –. Ya tengo la de Melissa, y pronto tendré la de la hermosa niña Sara.
-Buena suerte intentándolo – le dijo Cristo, completamente tranquilo y sereno.
-Intenté llegar lo más rápido que pude, pero era demasiado tarde – decía Permian, mirando la cadena en su mano –. Ya estaba muerta.
-No te culpes, Permian – le dijo Monder, apoyando una mano en el hombro de su amigo ángel.
-La única descendiente que queda es ella – dijo Permian, refiriéndose a Sara –. Satanás querrá su alma.
-Tendrá que luchar contra mí, y hasta con Miguel para lograrlo.
-No hay que subestimar nunca a Satanás – dijo Permian –. Se atrevió a romper las reglas, se supone que no podía hacer nada para matar humanos sin la autorización de nuestro Padre ¡y ni siquiera sabemos cómo rayos hizo para controlar de tal forma la naturaleza!
-De lo que tenemos que preocuparnos ahora es de proteger a Sara – dijo Monder, mirando al cielo –. Nuestro Padre ya ha inhabilitado su aura temporalmente, ningún demonio, criatura mágica e incluso ángeles podrán rastrearla, y si la ven, no sabrán que es humana, y mucho menos leer su alma.
-Su aura…quedó guardada en el dije ¿verdad? – preguntó Permian. Este ya había escuchado uno que otro mito sobre aquellas cadenas de los hermanos de Jesús.
-Sí, estando en la cadena, es ilocalizable – comentó –. Pero no puede separarse por mucho tiempo de la cadena, debe llevarla consigo.
-Y si separa mucho tiempo de la cadena…
-Morirá – finalizó Monder.
Mientras ambos ángeles seguían hablando en el techo, Sara le hacía un montón de preguntas a Matt acerca del mundo mágico y sus habitantes. Hadas, sirenas, elfos, unicornios, vampiros, brujas…todos aquellos seres que para los humanos eran apenas mitos, existían, y Sara estaba más que fascinada.
-¡Quiero ver a las sirenas! – dijo Sara emocionada.
-¡No querrás ni estar cerca de una, mi bella dama, te lo aseguro! – Dijo Matt mientras preparaba algo de comer a base de meras frutas del bosque –. Son seres horripilantes, aparentan ser hermosas mujeres, pero cuando un varón se les acerca, se transforman en horribles bestias y se los comen.
-Oh, entonces no…- susurró – Ahora cuéntame de ti, hemos hablado mucho de este mundo pero no de ti ¿enserio eres un hada? Creí que las hadas eran pequeñas, del tamaño de mi dedo – dijo, levantando su dedo meñique.
-¿Eso dicen los humanos de nosotros? ¡Qué falta de respeto! – Dijo Matt, frunciendo el ceño – Pues no, somos hasta más altos que ustedes.
-¿Y cuántos años tienes?
-Un siglo – dijo, volteándola a mirar y riéndose de la cara de sorpresa de la rubia –. Y eso en este mundo es ser un niño, solo hasta los 600 años ya se te considera más o menos grande, y al cumplir el milenio, ya eres adulto.
-Si eres un niño… ¿en dónde están tus padres?
-Mi madre está en tu mundo – dijo, y Sara abrió los ojos como platos –. No te preocupes, los seres mágicos sobreviven a las catástrofes en tu mundo.
-¿Y que hace tu madre en mi mundo?
-Lo que las hadas hacen: encargarse de la naturaleza – dijo el hada, haciendo lo que parecía ser masa –. Y con la catástrofe que hubo, tendrán mucho trabajo.
-¿Y tu padre? No has hablado de él.
-Él murió antes de que yo naciera, en una guerra – dijo, pegándole un fuerte puño a la masa. Sara no sabía si era porque así era su forma de amasar, o porque estaba afectado por hablar de su padre.
-Si no quieres hablar de tu padre, lo entenderé…- dijo Sara, sabiendo exactamente como se sentía el hada –. Mis padres murieron cuando yo era pequeña.
-Fue en una guerra contra los seres oscuros – dijo el hada, sin dejar de amasar –. Un clan de brujos, liderados por un grupo de cinco hermanos mellizos, se querían apoderar de todo el país. Entonces todos los seres de luz se unieron; hadas, elfos, magos, enanos, centauros y demás formaron un ejército en contra de los seres oscuros, cuyo ejército constaba de brujos, vampiros, lamias, sombras, gigantes, elfos oscuros, y otros más seres detestables.
-¿Y quién ganó? – preguntó Sara, muy curiosa.
-Ganaron los seres de luz, pero hubo muchas muertes, entre ellas la de mi padre – dijo, echándole a la masa algo con un líquido rojo –. Y aun así, los brujos se apoderaron de una región, y allí han montado su reino, el cual ha perdurado hasta el día de hoy.
-Apuesto a que nadie se acerca por ahí.
-Aunque no lo creas, vivimos en paz con los brujos, gracias a los magos.
-¿Por qué gracias a los magos?
-Porque la única condición que pusieron los brujos para no molestarnos y que viviésemos en paz, fue que los magos se pasaran a su bando, y vivieran en su reino.
-¿Por qué?
-Los magos son seres muy poderosos, hasta más que los brujos, ellos controlan los cuatro elementos, obtienen sus poderes de ahí. A los brujos les convenía tener a los magos conviviendo con ellos.
-Entonces, supongo que ustedes ya no se llevan bien con los magos.
-Hay magos agradables – dijo Matt, aún pendiente de la masa, pero Sara vio como al hada se le dibujaba una sonrisa en el rostro –. De hecho, uno de mis mejores amigos es un mago.
-¿Enserio? – preguntó ella, acomodándose mejor en la silla de la cocina en la que estaba sentada.
-Es mitad mago y mitad ninfo – dijo el hada –. Una combinación muy…rara, de hecho es el primer hibrido que nace de esa combinación.
-Debe ser un gran chico, si es amigo tuyo – supuso Sara.
-Bueno…crecer en el reino de los brujos lo hizo ser alguien…complicado – deja al fin la masa y se voltea para verla –. Y será mejor que no te vea, porque te volvería una más de su lista de conquistas. Sacó el encanto natural de las ninfas así que…es bueno atrayendo hembras.
Antes de que Sara pudiera decir algo, Monder y Permian aparecieron cerca de ellos. Sara observó al susodicho Permian, era también poseedor de una belleza inhumana.
-Sara, debemos decirte algo – dijo Monder.
-¿En dónde está Melissa? – preguntó Sara, con el corazón latiéndole a mil. Miró a Permian - ¿La encontraste?
Permian la miró sin expresión alguna, aunque se sentía mal en el fondo. Extendió su brazo hacia Sara, y al abrir su mano, dejo ver la cadena de Melissa.
-Lo siento mucho – dijo Permian, entregándole la cadena.
Sara por un momento se quedó en shock, y miles de imágenes se reproducían en su cabeza. Ella y su prima de pequeñas, los momentos de juegos, peleas, y hasta el día del matrimonio de Melissa se reprodujo en su cabeza.
-Buscaré las especias especiales para el luto – dijo Matt, y salió corriendo.
-Sara ¿estás bien? – preguntó Monder.
Por lo que le había comentado Monder en el camino, Permian había sido el enviado de buscar a Melissa, eso significaba que no había llegado a tiempo. La furia se apoderó de ella y se fue contra el ángel. Con los ojos nublados de lágrimas y su garganta a punto de desgarrarse de los gritos que daba, le daba puños en el pecho y en el abdomen al ángel, pero a este no parecía hacerle daño.
-¡Sara! ¡Para ya! – le dijo Monder.
-Sal de aquí Monder – le dijo Permian a su amigo, mirándolo seriamente –. Ella necesita desahogarse, y si quiere hacerlo dándome golpes, pues que así sea.
Monder salió de la casa a regañadientes, mientras Permian seguía siendo golpeado por Sara, sin oponer resistencia alguna. Menos de dos minutos después, Sara ya estaba exhausta, y se sentó en la silla en donde había estado sentada cómodamente hace unos minutos.
-Todo ocurrió muy rápido – dijo el ángel, sin siquiera moverse –. Recibí la orden de ir a buscarla, y la señal de la cadena duró apenas unos segundos. Cuando llegué, tu prima ya se había hundido en el mar, y falleció en el momento en que el tornado la succionó.
-¿Mi tía? ¿Sabes algo de ella? – preguntó Sara, ya sin fuerzas para llorar.
-No lo sé, pero tengo que ir ahorita al cielo, preguntaré por ella – dijo el ángel, dándole la espalda para salir de la casa –. Come algo, estás pálida y aunque no puedo leer tu aura, se te nota que has tenido un bajón de azúcar.
Permian salió de la casa, y tras unos minutos que para ella fueron largos, Monder y Matt volvieron a entrar.
-Sara, debo irme, quedarás al cuidado de Matt – dijo Monder, mirando al hada –. Si algo pasa, oren.
Monder salió de la casa, y Sara no supo por qué de pronto se sintió desprotegida. Aunque el ángel solo aparentara tener unos 17 años, tenía un aire imponente; estaba segura de que con tan solo una mirada podía paralizar a un demonio.
Después de hacer un esfuerzo de comer (ya que lo de su prima la había dejado sin apetito) se dirigió a la cama en donde había dormido. Se sentía un tanto incomoda, ya que en una habitación normal podría haber cerrado la puerta y tener un poco de privacidad, pero aquella cama estaba ubicada en una esquina de la pequeña casa en el árbol, que incluso daba vista a la cama en donde dormiría Matt, en el segundo piso.
Antes de acostarse, Sara se dio cuenta de que seguía con la misma ropa que tenía puesta cuando todo ocurrió; unos jeans, un jersey blanco y unas converse blancas. Le dio pena decirle a Matt que le prestara algo para dormir, así que buscó en el pequeño armario que estaba al lado de la cama. Encontró entre toda la ropa de colores verdosos una camisa holgada que parecía cómoda, así que se la puso como pijama. El hada debía de medir entre 1.85 y 1.90 de estatura, así que la camisa le llegaba a ella casi que hasta las rodillas.
Tras durar bastante rato llorando por la muerte de su prima, y la posible muerte de su tía, y sentirse completamente sola y desprotegida, se quedó dormida.
-Juro que vi un demonio en el tornado – le decía Permian a Miguel.
Monder y Permian estaban en el castillo de los Arcángeles, específicamente en los aposentos de Miguel. Aunque los ángeles no durmieran (ni tuvieran tiempo alguno para descansar) contaban con un lugar en donde podían tener privacidad.
-¿Qué hiciste con el cuerpo de ella? – le preguntó el arcángel a Permian.
-Lo dejé en la orilla de la playa, las autoridades humanas supongo que le darán sepultura.
-¿Viste su alma salir del cuerpo?
-No, supongo que ya había salido para cuando la encontré – dijo el ángel.
-Perfecto, ya he escuchado lo que quería, ya puedes irte, necesito hablar con Monder a solas.
-Si señor – dijo Permian, haciendo una leve reverencia al príncipe del cielo, y salió rápidamente.
-Has cometido una imprudencia al venir aquí y dejar sola a la chica – le dijo Miguel seriamente a su pupilo, casi que como un regaño.
-No está sola – dijo secamente –. Está con Mathlon.
-Esos amigos que tienes…ni siquiera han visto un demonio, mucho menos estado en una guerra, como para que sepan qué hacer en caso de estar cara a cara con un enemigo, si un demonio la llega a encontrar y tú no estás ahí…
-No hay problema, regresaré ahora mismo – dijo el ángel, dándole la espalda a Miguel (algo a lo que ni los demonios se atrevían) dispuesto a irse, pero la mano fuerte de Miguel lo tomó del hombro.
-Sé que tienes miedo.
-La última vez que me encomendaron la tarea de proteger a un descendiente de nuestro Padre, fui abucheado por todo el cielo, y casi pierdo un ala luchando contra…
-Ya no te martirices – le dijo Miguel – no fue culpa tuya.
-Ese chico tenía toda una vida por delante, Miguel – dijo, mirando al arcángel a los ojos –. Y yo le fallé.
-No le fallaste, respetaste su libre albedrio, y sabes que es regla de oro, respetar el libre albedrio de los humanos
-Como digas – dijo, quitando la mano del arcángel de su hombro delicadamente – regresaré ya.
-No dudes en llamarme si hay problemas.
-No será necesario, Mike – le dijo Monder, sonriéndole –. Me has entrenado lo suficiente como para saber mandar un demonio de vuelta al infierno.
Satanás estaba sentado en su trono, con su mente pérdida, mientras sus subordinados hablaban y hablaban sobre cómo harían para rastrear a la susodicha Sara. Para los demonios, el Apocalipsis sería su reinado en el mundo, y temían que pasara más el tiempo, y almas se salvaran. Sabían que el alma de Sara era valiosa, aún no era bautizada, así que le podrían hacer lo que quisieran, hasta llevarla en cuerpo y alma al infierno, solo necesitaban encontrarla.
-Mi rey, ya hemos tratado de localizarla de todas las formas posibles, pero es como si se hubiera desaparecido de la tierra – le dijo su duque Belial.
-Suelten el alma de Melissa, si Sara la invoca, Melissa se le aparecerá automáticamente, y podremos llegar a ella – le dijo Satanás.
-Poner el alma de Melissa en pena, sería un peligro – le advirtió Belial.
-Querido Belial, Miguel y su combo de ángeles idiotas están ocupados protegiendo a Sara.
-¿No se te ha ocurrido, mi rey, que tal vez la chica no esté en el mundo mortal? – inquirió el conde.
-¿Qué quieres decir con eso, Belial?
-Si yo fuera el protector de Sara, la llevaría al mundo mágico.
-Es cierto – dijo el rey del infierno, pensativo –. Yo también haría lo mismo, nosotros no nos metemos mucho con los seres de luz, y Miguel y su combo tienen muchos amigos de luz en el mundo mágico.