Sonríe con gracia.
—No, ya habrá tiempo para eso, por ahora, solo conocerás la que será tu habitación.
—Excelente —respondo con sarcasmo, pero a él parece no importarle mi sarcasmo.
«Igual que al director, no le importa».
—Ven, sígueme, por favor —dice, y eso hago.
—¿Qué edad tienes? —le pregunto cuando camino a su lado.
—Veinticinco —responde con naturalidad.
«Al menos no se ve tan programado como el director».
Miro hacia los lados, estamos caminando por un pasillo parecido al que conduce hacia la oficina del director. Hay varias puertas y todas están cerradas. Estamos en el piso uno, por fuera se nota que es una construcción de tres pisos.
Observo las escaleras a un lado del ascensor y me sorprendo al ver que hay una reja de puerta y tiene un candado.
—¿Por qué enjaularon la escalera?
—Por seguridad —responde, y la puerta del ascensor se abre después de que él pidió el mismo.
—¿Seguridad? ¿Seguridad para quién?
—Samantha, todo a su tiempo. Sé que tienes preguntas, y se te van a responder, pero no ahora. Por favor, entra al elevador —dice sin perder el tono amable y de nuevo, paciente.
Él está parado en medio, con un pie dentro del ascensor y otro fuera del mismo. Cuando voy a entrar, se hace a un lado, y una vez dentro, termina de entrar y acciona el piso dos.
—Y por cierto, es Sam —digo.
—Muy bien, Sam —dice, y de nuevo sonríe, solo que esta vez, sin mostrar los dientes, y es una sonrisa de medio lado.
Al abrirse el ascensor en el piso dos, este parece el piso de un hotel, hay varias puertas. Es un pasillo muy bien iluminado, y el suelo está alfombrado.
—La alfombra es hipoalergénica —dice cuando ve que me he quedado mirándola.
—No sufro de alergias —respondo.
—Es bueno saberlo. Ven, tu habitación queda al final del pasillo, del lado derecho.
Lo sigo, y me doy cuenta de que las puertas tienen números.
—¿Cuántas habitaciones hay?
—Hay veinticuatro, pero los huéspedes solo ocupan dieseis.
—Hay ocho habitaciones por piso.
—Sí —dice
—No fue una pregunta —digo.
Se ríe suavemente.
—Aquí es —dice, y mete una llave regular en la cerradura.
«Pensé que usaría una llave eléctrica, ya que hay un mecanismo para pasar la tarjeta, esta está más arriba de la manija de la puerta», pienso mirándolo.
La habitación está iluminada porque apenas son las dos de la tarde. Me quitaron mi celular, pero tengo un reloj de muñeca. Las cortinas se encuentran corridas. Mi habitación da hacia la parte delantera del edificio. Observo que la ventana tiene barrotes por fuera.
—Interesante, ocuparé la número ocho, dicen que es un número de la suerte —digo con ironía.
—Sí, es buen número. Tus cosas te las traerán en una hora. Puedes quedarte aquí o puedes bajar conmigo —responde, y se ve un poco apurado.
Me cruzo de brazos.
—¿Hay cámaras?
—Por supuesto, afuera, en los pasillos, son de seguridad.
—Eso lo sé, las vi. Me refiero, ¿aquí en la habitación?
Frunce el ceño.
—Sam, no es una habitación de aislamiento, de esas acolchadas que hay en los manicomios. Esta es una habitación normal. Y no, la respuesta es: no, no hay en la habitación. Respetaremos tu privacidad.
—Estoy segura de que debe de haber una de esas habitaciones aquí. Esa de aislamiento. Se supone que ustedes evitan que las personas se suiciden, ¿cierto? —digo con tranquilidad, y observo la sencilla habitación.
Hay una cama Queen Size, con dos almohadas. Al menos se ven de buena calidad, «espero que el colchón lo sea».
—Sí, aquí trabajamos para que eso no pase, pero no te van a encerrar en una habitación así. Escucha, en una hora, vas a poder hacer todas estas preguntas y te las van a responder. No tienes que adivinar y yo no puedo responderte cada una de ellas. No me corresponde hacerlo.
Lo miro. «No me dijo si aquí hay o no una de esas habitaciones de aislamiento».
—Está bien, ¿qué se supone que voy a hacer durante una hora?
—Leer, refrescarte en el baño. Hay toallas limpias, jabón y otras cosas de higiene personal, cortesía del centro, o puedes bajar conmigo y esperar a tu papá en recepción.
—Yo tengo libros, pero por lo visto tengo que esperar para poder leerlos. Y no necesito refrescarme, para eso me bañé antes de venir.
Por supuesto que he ignorado la segunda opción.
—Sam, te van a regresar tus cosas, pero eso será cuando bajes y converses con el director y con la persona encargada, la misma va a responderte todas tus dudas. Tengo que irme, en una hora vendré a buscarte, ya que veo que decidiste quedarte aquí.
—Repites mucho las cosas.
—Lo sé —responde, y ahora sonríe con gracia.
«O le caigo bien o tiene mucha paciencia».
—Como sea, vete, se ve que tienes prisa.
Asiente con la cabeza, camina hacia la puerta y la cierra antes de salir. Suspiro. «!Una maldita hora!».
Parece el cuarto de una antigua posada, al menos las paredes no son blancas. Odio el color blanco, me recuerda a las salas de hospitales. La pared en donde está ubicada la cama es de color naranja oscuro, pero no es un color chillón, sino más bien como un naranja tipo fuego, ya que parece que tuviese varias tonalidades; tiene: rojo, amarillo y marrón oscuro. Es interesante. Las otras tres paredes son mitad beige claro y mitad color naranja fuego, y en donde está la división de ambos colores, hay un patrón de color naranja fuego; el patrón son unas pequeñas cruces. El piso es de baldosas antiguas, de esas que parecen un tablero de ajedrez, de color rosa pálido y marrón claro. Hay dos mesitas de noche junto a la cama, un pequeño estante para libros y una cómoda, que realmente parece que era una peinadora a la que le quitaron el espejo. No hay sillas, pero sí, hay un baúl al pie de la cama. No hay cuadros decorativos, pero hay unas estrellas en relieve en la pared, de color blanco, encima de las mesitas de noche, en donde no hay lámparas. En el techo que es de color naranja pálido, hay una lámpara circular, parece un espejo redondo pegado a este.
Camino hacia la puerta de la habitación y coloco mi mano sobre la manija de la misma. Bajo la manija y tiro de la puerta, esta se abre. «No me encerraron». Decido no asomar la cabeza, ya que recuerdo que hay cámaras afuera. No quiero que se pregunten qué hago saliendo de la habitación, yo sola. Cierro la puerta. Queda una puerta por abrir, la del baño. El baño no es nada del otro mundo. Tiene baldosas de color beige y mostaza. La mitad de arriba de las cuatro paredes es de azulejos a cuadros, de color beige y mostaza. El patrón de la división entre las baldosas y los azulejos son unas pequeñas flechas paralelas. La ducha es ovalada y transparente. El excusado es de color blanco marfil, está cerca de la ducha. Hay un sencillo lavamanos cuadrado, pero no hay espejo. «Ahora, entiendo lo de la seguridad, se esmeran con cuidar a los pacientes para que no se hagan daño. Hasta quitaron los espejos. Lo más probable es que alguien haya intentado cortarse las venas». No creo que pueda resistir estar una hora aquí sin hacer nada. Salgo del baño y veo los libros que hay, solo hay dos, uno es sobre naturaleza y el otro es un libro que se titula: Desgracia impeorable de Peter Handke. Los dejo en su lugar, y me siento en la cama para probar el colchón. Me acuesto, y este se siente cómodo. «Espero que las almohadas sean nuevas». Y así, pasa una hora. Cuando pasó media hora, dejé de ver el reloj, ya que no soy una persona paciente.