Esteban
— ¿Qué? —ella no podía decir eso.
— No te pareces en nada a mi hijo y extraño a mi hijo, lo extraño —suspire.
— No estuviste ahí —refunfuñé.
— Lo sé, pero tampoco estás tú ahora —tome un vaso —En serio, tiene que volver —suspire —O al menos admitir que estás mal, porque sé que es así.
Esto es más de lo que estoy dispuesto a admitir.
— Por qué sé que te duele cuando lo digo, pero también sé que no eres honesto contigo mismo, no lo has superado, porque de hacerlo, de haberlo superado, tú no estarías de esa forma —me señalo —No lo harías.
Pase la mano por mi rostro y suspiró, sabía lo que quería decir, tenía en claro cada preocupación, a que estaba refiriéndose, sin embargo, me negaba a admitir todo lo que ella quería que admitiera, simplemente no podía.
— No puedo
