capitulo 1
Sólo llegaba unos minutos tarde. No tenía que preocuparse.
Al bajarse del abarrotado autobús que la dejó en la bulliciosa George
Street de Sídney una mañana de invierno y esperar para poder cruzar la calle, Mérida Phillips se recordó a sí misma que era fuerte. Era valiente y todavía guapa… Su cuerpo tenía unas bonitas curvas y su cabello una preciosa tonalidad dorada.
Se llevó la mano a la cicatriz que tenía en la parte de debajo de la nuca.
En realidad el aspecto físico no significaba nada en el mundoeditorial. Lo realmente importante era que era inteligente y profesional, que era buena en su trabajo y inteligente y profesional, que era buena en su trabajo y que sabía defender sus ideas. No comprendió por qué estaba tan nerviosa…
Después de todo, Massimo sólo era un hombre.
Hacía seis años había sido extremadamente encantador, sofisticado y divertido. Tenía un brillante pelo n***o, unos preciosos ojos oscuros, una sensual boca… Había sido arrebatadoramente guapo en él. Pero ella no había hecho nada de lo que debiera arrepentirse.
Debía ser él el que estuviera preocupado.
Entró por las puertas de cristal del edificio Stiletto y se dirigió a toda prisa hacia los ascensores. No había nadie de su planta por allí.
Seguramente todos se encontraban en la sala de conferencias, ansiosos por hacer creer a los jefes del otro lado del mundo que llegaban siempre puntuales. Ansiosos por impresionar a Massimo.
Respiró profundamente. Había pretendido llegar a su hora, pero hacer trenzas llevaba su tiempo y a Antonela le gustaba que le quedaran perfectas. Después había tenido que llevarla andando al colegio… y no le había parecido justo apresurar a una niña de cinco años a la que le fascinaba todo lo que veía.
Se recordó a sí misma lo tolerante y fácil que había sido Massimo.
Seguro que era la última persona a la que nadie debía temer como jefe, a no ser…
Repentinamente el miedo se apoderó de ella. A no ser que fuera alguien que no le había informado de algo que él podía considerar bastante importante en su vida…
Massimo Lambardo aceptó la carpeta que le entregó la temblorosa secretaria y le dio las gracias a ésta. La mujer, empleada de Stiletto
Publishing y seguramente temerosa de su futuro profesional, se dirigió hacia la puerta. Massimo le dirigió lo que esperó fuera una sonrisa tranquilizadora. Nunca le había gustado intimidar a la gente amable.
Una vez que la mujer se hubo marchado, se echó para atrás en la silla de cuero en la que estaba sentado y abrió la carpeta. Recordó que los australianos podían ser gente interesante, aunque un poco singulares.
Forzándose a familiarizarse con el personal de la empresa, ojeó las fichas de los empleados de los distintos departamentos… si es que podía llamárseles de aquella manera. No comprendió qué habían hecho los responsables de Stiletto antes de aquel debacle.
Cuando había ojeado más o menos la mitad de las fichas, le llamó la atención un nombre. Un nombre que lo alteró por completo y que le hizo revivir ciertos sentimientos que había creído enterrados, un nombre que le recordaba plácidas tardes en las playas, un precioso cabello rubio y el olor a hierba en verano. Le empezó a bullir la sangre en las venas… ¿Podía ser? ¿Realmente podía ser…?
–Umm… Mayra–dijo, llamando a la secretaria por el interfono–. Este M. Phillips… ¿quién es? –preguntó cuando la mujer entró en el despacho.
–Es una mujer, señor Vincenti. Mérida Phillips.
Lleva trabajando en Stiletto más o menos seis meses.
Bill… quiero decir el señor Carmichael, nuestro director, me refiero a exdirector… tenía muy buena opinión de ella.
Massimo sintió cómo le daba un vuelco el estómago. Se forzó a que la expresión de su cara no mostrara la gran impresión que sentía.
Fingió interés en otros empleados de Scala Enterprises.
–¿Y éste quién es? –continuó preguntando como si Mérida Phillips nunca lo hubiera humillado, como si nunca le hubiera hecho sentir un torbellino de emociones–. ¿Y éste? Le pareció increíble haber encontrado a Merida después de tantos años.
Era impresionante que trabajara para la empresa que Scala Enterprises había decidido establecer como su punto de apoyo en el hemisferio sur.
Frunció el ceño. Se quedó pensativo. El destino le había hecho coincidir de nuevo con su Merida.
Pensó que seguramente estaría casada, aunque obviamente habíamantenido su apellido de soltera tras la boda. Se habría casado con algún estúpido al que no le importara que lo humillen.
No le extrañaba que Bill hubiera tenido tan buena opinión de ella. Se atrevía a sospechar que la atracción que sin duda había sentido por Mérida había sido lo que le había llevado a la ruina…
La situación en la que se encontraba era muy irónica. Tanto si Merida había sido consciente de ello como si no, había habido un momento en el que había tenido su destino en sus manos. Y en aquel momento era él el que tenía el destino laboral de ella en las suyas…
La venganza, un plato que era mejor servir frío, siempre había sido la táctica favorita de su madre. Se planteó si seis años habrían sido suficientes para apagar el fuego que lo había consumido y que había terminado con su dignidad.
En realidad iba a ser muy interesante volver a verla, ver cómo estaba y cómo se enfrentaba a él.
Mientras Merida se miraba en el espejo del ascensor, pensó que Massimo podría estar calvo o tener una gran barriga. Pero cuando comenzó a acercarse a la sala de conferencias, le temblaron las piernas. Tenía miedo.
Aunque, a pesar de todo, estaba emocionada. La idea de volver a verlo la tenía muy alterada.
Se planteó si el italiano la recordaría con la misma intensidad que ella lo recordaba a él. Por lo que le habían contado de su vida, tal vez ni siquiera la recordara. Era todo un playboy.
Se detuvo en la puerta de la sala de conferencias e intentó tranquilizarse, pero le resultó imposible.
Había conocido a Massimo hacía seis años, cuando había ofrecido su primera y única conferencia internacional acerca de uno de sus libros. El acto se había celebrado en Sídney ya que la editorial para la que trabajaba en aquel momento no había tenido dinero para ofrecer la conferencia en el exterior. Había sido su primera conferencia, su primer… todo.
En la fiesta que se había celebrado había habido una gran conexión entre ambos y a ello habían seguido unos días maravillosos. Habían dado largos paseos, habían conversado acerca de literatura, música,
Shakespeare… de todo lo que a ella le apasionaba.
Él se había negado a describirse a sí mismo como italiano o más concretamente veneciano. Riéndose, le había dicho que era ciudadano del mundo y había mostrado un gran respeto ante las ideas que ella había expresado. Nunca antes se había sentido tan fascinada al conversar con nadie, tan emocionada, tan encantada.
Y cuando había descubierto el origen del apellido de su acompañante…
Lo había buscado en internet y se había quedado impresionada. Massimo se había mostrado renuente a contestar al bombardeo de preguntas que le había realizado, pero finalmente le había contado parte de la historia de su rama de los Lambardo venecianos. Sus antepasados habían sido marqueses desde los antepasados habían sido marqueses desde los principios de la república veneciana. Y aquellos marqueses habían pertenecido a las familias nobles que habían elegido a cada dux que había gobernado el país.
Todos sus antepasados habían gozado del título de Marchese dÍsole Veneziane Minori.
Finalmente él, ante su insistencia, le había confesado que era el marchese de la familia en aquellos momentos. Era marqués, el Marchese dÍsole Veneziane Minori.
¡Se había quedado tan impresionada! Recordó el momento en el que Massimo se lo había contado, durante la primera tarde que habían acudido a la playa.
Recordó el bronceado cuerpo del italiano tumbado a su lado y la manera en la que la había mirado con aquellos preciosos ojos oscuros.
Momentos después la había besado por primera vez. Por la noche habían cenado juntos y más tarde…
Incluso después de tantos años, al recordar el hotel Seasons sintió cómo un escalofrío le recorría por dentro.
Si las paredes de aquella suite hubieran sido capaces de hablar…
La semana que había planeado pasar él en Australia se había convertido en dos, después en tres, y más tarde se alargó durante todo el verano hasta que ya no pudo seguir retrasando su regreso al Harvard Business School, el siguiente destino al que le enviaba su empresa.
La última vez que lo había visto subiendo por las escalerillas del avión había tenido la mirada empañada debido a las lágrimas, pero la promesa que le había hecho Massimo le había ayudado a seguir adelante.
El pacto.