CAPÍTULO I ~ 1818Sedela cruzaba el parque a caballo, buscando con la mirada a los ciervos que pacían bajo los robles.
En la distancia, al otro lado del lago, podía ver Windle Court, un magnífico ejemplo de la mejor arquitectura del siglo anterior. Cada vez que lo veía le parecía más hermoso.
Había existido siempre una casa en aquel lugar, desde que los Windle llegaron al condado por vez primera, en tiempos del Rey Enrique VIII.
Una generación tras otra había derribado parte del edificio existente o le había añadido algo, hasta que el cuarto Marqués del Título, sesenta años antes, había alterado toda la fachada.
En la actualidad era un edificio magnífico, con sendas alas extendiéndose a uno y otro lado del edificio central.
Aunque Sedela lo conocía desde pequeña, siempre sentía una intensa emoción cuando lo veía. Le sucedía lo mismo en el bosque, en los jardines y en el templete griego que había en un extremo del lago, todo lo cual formaba parte de la propiedad.
Sabía la joven que el actual Marqués había vuelto de Francia y, mientras cabalgaba, iba pensando que muy pronto volvería a casa.
El Marqués le llevaba nueve años, por lo tanto, ella era todavía una niña cuando él se fue a la Guerra. Con anterioridad no lo había visto a menudo, porque él estaba en el colegio, cuando ella aún se veía recluida en la sección infantil de su propia casa.
«¿Se acordará todavía de mí?»
Resultaría extraño que la hubiera olvidado, si se tomaba en cuenta que el padre de Sedela, el General sir Alexander Craven, y el del Marqués habían sido amigos íntimos.
El General quedó desolado cuando murió el Marqués, y Sedela sospechaba que lo que más echaba de menos eran las partidas de ajedrez que solían jugar todas las tardes. Por supuesto, también hablaban de la Guerra.
Sedela sabía que su padre se había sentido casi tan contento como el Marqués cuando el hijo de éste, Iván, ganó una medalla en España por su valor en el Combate. Más tarde recibió también las felicitaciones del Duque de Wellington, después de la Batalla de Waterloo.
«¡Gracias a Dios que la Guerra ha terminado!», pensó Sedela, mientras continuaba su camino.
No recordaba una sola época en que Inglaterra no hubiera estado peleando contra Napoleón.
Desde que se firmara la Paz, tres años antes, el país estaba tratando de recobrar la prosperidad…, como el resto de Europa, en realidad.
«Al menos, ahora podré convencer a papá para que hable de otra cosa que no sean las batallas y los horrores de la Guerra», pensaba Sedela.
Debido a que no tenía un hijo varón, el General había dado a su única hija, una educación casi de muchacho.
Sedela no había ido a un colegio, pero su padre la había contratado profesores de la población más cercana, e incluso de Londres, para que la instruyeran y la enseñaran las mismas materias que él había estudiado cuando tenía su edad.
Había aprendido a montar casi al mismo tiempo que a andar, podía disparar con maestría y era excepcional en el tiro con arco.
Sedela estaba llegando al final del parque. Era peligroso correr por éste, debido a las madrigueras que cavaban los conejos, pero al salir de allí podía aumentar su velocidad.
Así lo hizo y, en efecto, cabalgó hacia la fachada de la casa y después giró a la derecha.
En unos segundos llegó a la caballeriza, cuyo patio de baldosas había sido lavado de la misma forma en que se hacía cuando vivía el anterior Marqués.
Los caballos sacaban la cabeza por encima de la puerta de sus casillas y Sedela, que los conocía a todos, estaba segura de lo que hacían para saludarla.
Un Mozo acudió corriendo para hacerse cargo cuando descabalgó la joven.
—¡Buenos días, señorita Sedela!
—Buenos días, Sam. ¿Va todo bien?
—Perfectamente, señorita. Ayer llegaron de Londres dos nuevos caballos.
—¿Caballos nuevos? ¡Ah, qué bien, quiero verlos enseguida! Pero no antes de visitar a Nanny.
—Yo la esperaré, para mostrárselos cuando usted quiera, señorita .
Sam se llevó a Dragón de Fuego a uno de los pesebres mientras Sedela, con un paquete bajo el brazo, entraba en la casa por la puerta de atrás.
Conocía de memoria cada centímetro del largo corredor, después del cual estaban, a la derecha, las habitaciones de la servidumbre y, a la izquierda, la gran cocina y las despensas.
Sabía la joven que la señora Benson, la cocinera, que llevaba treinta años en la casa, estaría encantada de verla, pero continuó adelante, porque su primera visita era siempre para Nanny.
Nanny, era una persona muy especial.
Todos los habitantes, tanto de Windle Court como del pueblo, la conocían y la llamaban cariñosamente Nanny. Era de suponer que tenía otro nombre, pero era dudoso que alguien lo supiera.
Nanny había sido contratada veintisiete años antes para cuidar del heredero del Quinto Marqués de Windlesham, un niño ansiosamente esperado, el señorito Iván, que fue idolatrado desde el momento mismo de nacer.
Cuando creció y ya no necesitó niñera, Nanny fue enviada a Cuatro Altillos, la casa del General, sir Alexander Craven, que vivía en el pueblo, donde se dedicó a cuidar a Sedela.
Allí se quedó hasta que no pudo soportar más a las institutrices de Sedela y dijo que deseaba retirarse.
—Mi hijo, necesitará tus servicios dentro de unos cuantos años— le dijo el Marqués de Windlesham—, así que será mejor que vuelvas a Windle Court.
Nanny, aceptó encantada de la vida y encontró mucho en que ocuparse en la llamada Casa Grande.
Además, todo el que en el pueblo, necesitaba un consejo o un remedio, iba a verla como la cosa más natural.
Nada sucedía, grande o pequeño, de lo que Nanny no se enterase, porque los chismes volaban de casa en casa como si tuvieran alas.
Sedela pasó por delante de la despensa, donde Hanson, que llevaba treinta y cinco años de mayordomo en Windle Court, estaba entrenando a un nuevo lacayo, Billy, que era hijo del carpintero de la finca.
Sedela, pensó que, cuando bajara, preguntaría cómo iba Billy en su nuevo trabajo. Su padre aseguraba, que se trataba de un buen chico.
Sedela subió la escalera hasta llegar al tercer piso.
Allí era donde se encontraba el aposento de los niños, tan impresionante como el resto de la casa.
La habitación más amplia, el salón, daba al Este, y recibía todo el sol de la mañana.
Había también dos dormitorios, uno de los cuales había ocupado Iván cuando era niño. El otro era de Nanny.
Enfrente, al otro lado del corredor, había otros dos cuartos para los niños que iban a hospedarse allí de vez en cuando.
Sedela abrió la puerta del salón, y encontró a Nanny, tal como esperaba, tejiendo sentada junto al fuego.
Como no tenía ningún niño que cuidar, Nanny había añadido orlas de encaje a prácticamente todas las sábanas de la casa. Además, todas las toallas tenían remates de ganchillo, con lo que estaban preciosas… y ahora se dedicaba a adornar las fundas de las almohadas.
Nanny tenía los cabellos grises y muchas arrugas, pero aún poseía una gran cordialidad en sus ojos y la sonrisa cariñosa que Sedela conocía tan bien desde que era niña.
—¡Buenos días, Nanny!— la saludo—, te he traído un poco del queso fresco que acabamos de hacer. Papá y mamá tuvieron invitados a almorzar ayer, antes de partir. Han ido a ver a la hermana de mamá, que se encuentra muy enferma. Estarán en Leicestershire una semana o tal vez más…
—Verdaderamente, necesito algo para alegrarme— dijo Nanny en voz baja.
Sedela la miró con fijeza.
—¿Para alegrarte, Nanny? ¿Qué te sucede?
—No sé cómo decírselo, señorita Sedela. ¡No sé, realmente!… pero es que no puedo soportar que le esté sucediendo a él…, a mi niño que nunca he dejado de amar.
Su voz se quebró en las últimas palabras, y se llevó un pañuelo a los ojos.
Sedela se puso de rodillas junto a ella.
—¿Qué ha sucedido, Nanny?¿Qué es lo que te altera de ese modo?
—¡Ya sabía yo que nada bueno saldría de que se quedara en Londres!— suspiró Nanny—, las cosas que suceden allí no son para un hombre tan noble y tan bueno como Su Señoría.
Nanny había estado siempre temerosa, durante la Guerra, de que Iván resultara herido o muerto en combate.
Pero ahora, en tiempos de paz, Sedela no podía creer que otra vez, brotaran de sus labios, expresiones de temor e infelicidad.
Oprimió la mano de Nanny que no sostenía el pañuelo y notó que tenía los dedos rígidos y fríos.
—Cuéntame qué ha sucedido y trata de no llorar, Nanny— le dijo en tono consolador—. Bien sabes lo que nos afecta a todos verte llorar.
Recordaba lo mucho y amargamente que había llorado la niñera cuando su «niño» se marchó para incorporarse al Ejército de Wellington en Portugal.
—¡Que Dios acabe de una vez por todas con ese demonio francés!— sollozaba—. ¡Si daña un solo pelo de mi niño, rezaré para que se queme en el infierno por toda la eternidad!
Afortunadamente, Iván sobrevivió a la Guerra y se quedó en Francia, formando parte del Ejército de Ocupación, hasta que, hacía tres meses, había vuelto a Inglaterra.
Sin embargo, para consternación de Nanny, no había llegado aún a su casa. Todo estaba listo para recibirlo, mas el nuevo Marqués permanecía en Londres.
A Sedela, esto le parecía extraordinario, pero su padre, lo justificó diciendo que, sin duda alguna, el Ministerio de Guerra requería sus servicios.
—Y desde luego— añadió el General—, el muchacho quiere reanudar el trato con sus amigos, después de haber estado tanto tiempo en el extranjero.
Sedela le había transmitido a Nanny las palabras de su padre, y al momento adivinó que la niñera, con su tendencia a ser un poco esnob, estaba pensando que el Marqués sería recibido con los brazos abiertos por el Príncipe Regente en la Casa Carlton, su lujosa residencia. Tal vez Su Alteza Real querría que le contara cómo había ganado la Medalla al Valor…
De cualquier modo, Nanny siempre encontraría excusas para su adorado “niño”, hiciera éste lo que hiciese.
Le parecía increíble que estuviera llorando ahora, cuando él había vuelto sano y salvo a Inglaterra.
—¿Qué ha sucedido?— preguntó de nuevo.
—Acabo de recibir una carta de mi sobrina Lucy—, contestó Nanny y cogió el pliego que tenía en el regazo.
Trató de leerlo, pero las lágrimas nublaban sus ojos, por lo cual se lo dio a Sedela.
—Lea, lea usted misma— dijo.
Sedela sabía que la sobrina de Nanny, que tenía ya casi cuarenta años, era en la actualidad, doncella personal, de Lady Esther Hasting.
Ésta, según sabía la joven, era hija de un Duque y había estado casada con un Militar que murió en la Batalla de Waterloo.
Desplegó la hoja. Como había visto ya en otras ocasiones la letra de Lucy, temía que le costara trabajo leerla, pero, aunque trabajosamente, logró descifrar la irregular letra y leyó:
“ Querida tía Mary:
Te escribo sólo unas líneas para decirte que estoy muy preocupada por las cosas que están pasando aquí.
Como te dije en mi última carta, Su Señoría se ha convertido en visitante regular y casi no me atrevo a decirte que Milady, ha decidido casarse con él.
Si Milord hace esa gran tontería, sólo puedo advertirte que esperes problemas, porque vas a tenerlos, sobre todo ahora que estás otra vez en la Casa Grande.
La mayor parte de la gente que trabaja ahí perderá el empleo, seguro. Como ya te dije en una carta anterior, nadie puede trabajar con Milady, más que unos cuantos meses y casi todos los que se van juran que prefieren morirse de hambre a trabajar para ella.
Milady es cortés conmigo sólo porque no le sería fácil encontrar alguien que tenga tanta habilidad con la aguja como yo, cosa que te debo a ti.
Querida tía. Su modo de tratar a los demás sirvientes es horrible. Les grita y los insulta como una verdulera. Pero, por supuesto, nunca en presencia de Su Señoría. ¡Oh, no!, nada de eso cuando Milord está presente, es dulce como la miel y suave como un colchón relleno con plumas de ganso.
Su Señoría no tiene la menor idea de cómo es Milady en realidad No podrías creer la de hombres que vienen a acostarse con ella cuando Milord tiene otro compromiso y ella está segura de que no vendrá por aquí.