La curiosidad le picaba las entrañas por saber qué era lo que causaba que Calvin, casi siempre, saliese de la oficina del empresario Maddox con una sonrisa y con las mejillas sonrosadas. No es como si realmente le importase, sobre todo porque Mariana sabía muy bien que Alexander Maddox era un hombre inaccesible, al menos, en lo que refiere a su hermano gemelo. Si había alguien con quien el empresario podría “tontear”, Mariana estaba segura de que sería con ella.
Mariana poseía una belleza increíble. Su rostro ovalado, ojos color azul bebé, pestañas largas, nariz respingada y labios llenitos. Cabello rubio lacio y largo, por no mencionar su perfecto cuerpo curvilíneo. No faltaron comentarios en los cuales la comparaba con una muñeca barbie, algo que hacía subir su ego por las nubes. Que la comparasen con la muñeca más famosa del mundo era decir algo y Mariana disfrutaba cada que le hacían un halago por su perfecto cuerpo o por su rostro de facciones perfectas. En otras palabras, Mariana resplandecía por su belleza y ningún hombre se resistía a voltear a verla cuando caminaba por la calle. Mariana era muy consciente de las miradas que recibía de los hombres, algunas muy lascivas y descaradas, pero a ella no le importaba; por el contrario, era un subidón que inflaba su ego y le fascinaba. Y no, Mariana no era una mujer fácil. No cualquier hombre podría tenerla y ella tampoco saldría con cualquiera. Mariana tenía su propio “estándar”, por decirlo de alguna manera. Además de poseer una belleza exorbitante, Mariana era inteligente, segura de sí, con los objetivos y metas muy claros, seria, con clase, elegante y de muy buena posición económica. Esto último se debía a la cuantiosa herencia que sus padres optaron por darle a ella y a su gemelo en vida. No cualquiera obtenía una herencia de sus padres estando estos vivos, pero los suyos prefirieron hacerlo de esa manera.
Mariana no podía quejarse de su estilo de vida. Tenía todo cuanto quería y más, pero si había algo con lo cual nunca podría estar conforme, era exactamente con eso. Quería más, mucho más. Estar en la cima del estatus social era su meta principal, ser reconocida, ser la envidia de cualquier mujer u hombre y Mariana estaba dispuesta a todo con tal de conseguirlo. Para Mariana, no existían ni existen límites y ya tenía en mente su próximo objetivo.
El sonido del intercomunicador le provocó un respingo y Mariana hizo a un lado los pensamientos, volviendo a la realidad. Lo descolgó y la voz adusta de su jefe provocó que esbozase una sonrisa.
—Sí, señor. Los entregué a Calvin y él los llevó al señor Maddox. En estos momentos los debe estar revisando —replicó a su jefe, manteniendo un tono profesional, pese a su sonrisa.
Escuchó atentas las siguientes instrucciones de su jefe mientras tecleaba en la agenda portátil.
—Confirma la cena para tres personas en DiverXo para las siete de la tarde. La reservación está a nombre de Maddox, pero iré en su lugar. Comunícate con el restaurante y avísale del cambio —indicó su jefe.
—Sí, señor. ¿Necesita algo más?
—No por el momento. Gracias, Mariana.
Mariana tecleó algo más en la agenda portátil y colgó el intercomunicador. Alzó la mirada y frunció el ceño, viendo que su hermano aún seguía con la tonta sonrisa en los labios. La curiosidad solo incrementó.
—Entonces, ¿a qué se debe esa sonrisa encantadora que traes? ¿Te dieron un aumento? —preguntó, con tono “divertido”.
La sonrisa de su hermano se esfumó y Mariana entrecerró los ojos. Extraño. Otro de los tantos detalles del comportamiento de su hermano que aumentaban más su curiosidad. Si las cosas fuesen como cuando eran niños, Calvin ya estaría hablando de sus más íntimos secretos con Mariana, pero había pasado demasiadas cosas en el camino mientras crecían y se hacían adultos, y esa confianza que una vez los unió por las caderas, ya no estaba. Una pequeña parte de Mariana extrañaba enormemente la complicidad y confianza que alguna vez existió entre Calvin y ella; no podía hacer nada hoy día y, esporádicamente, se encontraba sentimental respecto a eso.
—Uhm, solo estoy pensando en escurrirme a la cafetería —Mariana no se tragó ni un poco esa respuesta—. Dijiste que necesitabas una dosis de cafeína. Bueno, a mi me hace falta mi cappuccino.
—Si no hubiese tardado tanto ahí dentro —Hizo una seña hacia la puerta de la oficina del empresario Maddox—. Ya sabes, podríamos estar disfrutando de esa cafeína.
—No tardé tanto y, en todo caso, estoy haciendo mi trabajo. Ya sabes como es mi jefe —refutó Calvin mientras se erguía de su silla—. Bien, iré a la cafetería. Y no, no tardaré.
—Un americano doble, hermanito —canturreó Mariana.
Calvin asintió, rodeó su escritorio y se dirigió al ascensor.
Mariana contempló unos minutos la puerta de la oficina del jefe de su hermano y exhaló un suspiro. ¿Por qué tenía que ser Calvin el secretario y asistente personal del empresario sexy y multimillonario Alexander Maddox? Secretamente, Mariana quería que ese puesto fuese suyo y no de Calvin. Bueno, quizá había algo que pudiese hacer al respecto para sacar a su hermano del medio y ser ella quien ocupase su lugar. La idea no sonaba mal, pero su lado blando titubeaba cada que dicha idea se le cruzaba por la mente.
Muy, pero muy en el fondo, Mariana amaba a su hermano gemelo. Sabía que Calvin era todo amor, el tipo de persona que iba con el corazón en la mano, haciendo las cosas sin queja alguna. Pero también lo envidiaba, porque Mariana nunca podría ser como Calvin. Ella optaba por otros métodos, muchos más efectivos que no necesariamente involucran el corazón. No es como si se considerase una mujer fría ni carente de sentimientos, pero…
La puerta de la oficina del empresario Maddox se abrió y este asomó la cabeza, con la mirada fija en el escritorio vacío. Segundos después, el guapo hombre la miró y esbozó una sonrisa por mera cortesía.
—Cuando vuelva, dile que lo estoy esperando.
—¿Necesita algo urgente, señor? —preguntó, con voz sosegada pese a que por dentro no lo estaba.
El empresario Maddox tenía algo más que atrayente y Mariana tenía que hacer todo cuanto podía por contenerse a suspirar como una colegiala enamorada. El hombre exudaba elegancia y poder. Era demasiado atractivo como dejarlo pasar y no era un pecado mirarlo. Sería un pecado no hacerlo, según Mariana.
—De hecho, Mariana, tengo listos los documentos para Miller. Ven, te los daré a ti.
Mariana asintió, pincelando una sonrisa amable mientras se levantaba de su cómoda silla.
Tal vez esta sería una buena oportunidad para demostrarle al guapo empresario que ella también podía ser muy eficiente. Incluso bien podría comenzar a mostrar señales sutiles de coqueteos.
Por algo tenía que comenzar, ¿verdad? No estaba en sus planes desaprovechar esta oportunidad.