CAPÍTULO TRES
Con la sirena en el techo de su destartalado Prius, Keri maniobró a través del tráfico, con las manos firmes en el volante, y la adrenalina a millón. El almacén en Palms estaba en el camino a Beverly Hills, más o menos. Así era como Keri justificaba darle prioridad a la búsqueda de su hija, quien la semana pasada había cumplido cinco años desaparecida, en lugar de localizar a una mujer que se había ido hacía menos de un día.
Pero tenía que llegar rápido. Brody llevaba la delantera en la ruta hasta la casa de Burlingame, así que ella podía llegar después que él. Pero si se aparecía mucho más tarde, era seguro que Brody la acusaría con Hillman.
Él se valdría de cualquier excusa para evitar el trabajar junto con ella. Y decirle al jefe que ella había retrasado una investigación al llegar tarde a la entrevista de un testigo era lo que él necesitaba. Eso le dejaba solo unos minutos para revisar el almacén.
Aparcó en la calle y se dirigió al portón principal. El almacén estaba entre un lugar de autoalmacenaje y un local para rentar U-Haul. El zumbido de la estación de generación que estaba al frente era excesivamente ruidoso. Keri se preguntó si se arriesgaba a desarrollar algún tipo de cáncer solo por pararse allí.
El almacén estaba rodeado por una cerca barata diseñada para impedir el ingreso de vagos y de adictos, pero no fue difícil para Keri deslizarse por una abertura que había entre las puertas pobremente aseguradas. Mientras se aproximaba a la puerta principal del complejo, notó el letrero del lugar tirado en el suelo, cubierto de polvo. En él se leía Preservación de Objeto Invaluable.
No había nada invaluable dentro del almacén vacío, cavernoso. De hecho, no había nada adentro excepto unas pocas sillas plegables de metal patas arriba y algunos montones de yeso desmoronado. Todo el lugar había sido vaciado. Keri caminó por todo el complejo, buscando cualquier pista que pudiera estar relacionada con Evie, pero no pudo encontrar ninguna.
Se arrodilló, esperando que una perspectiva diferente pudiera ofrecerle algo nuevo. Nada apareció ante ella, aunque había algo ligeramente extraño en el otro extremo del almacén. Una silla plegable de metal estaba al derecho con pedazos de yeso en el asiento, apilados de manera delicada hasta una altura de treinta centímetros. Parecía improbable que se hubieran agrupado de esa manera sin ayuda.
Keri caminó hacia allá y la observó más de cerca. Sentía como si estuviera buscando conexiones donde no las había. Aun así, hizo la silla a un lado, haciendo caso omiso de los yesos que temblaron brevemente antes de caer al piso.
La sorprendió el sonido que hicieron al golpear el concreto. En lugar del golpe sordo que había esperado, escuchó un profundo eco. Sintiendo que su corazón comenzaba a latir con mayor rapidez, Keri apartó con el pie los escombros y pateó el punto donde habían caído—otro sonido de eco profundo. Pasó su mano por el piso y descubrió que el punto que había estado debajo de la silla plegable de metal no era en realidad de concreto sino de madera pintada de gris para confundirla con el resto del piso.
Intentando controlar su respiración, deslizó sus dedos por la pieza de madera hasta sentir una pequeña protuberancia. La oprimió, escuchó el sonido de un pestillo abriéndose, y sintió que un lado de la pieza de madera saltaba. La agarró por debajo y haló el pedazo cuadrado de madera, como del tamaño de la cubierta de un pozo, de su ranura estriada.
Debajo había un espacio de unos veinticinco centímetros de profundidad. No había nada adentro. Ni papeles, ni equipo. Era demasiado pequeño para contener a una persona. A lo más, pudo haber alojado una pequeña caja fuerte.
Keri palpó los rincones buscando otro botón oculto pero no halló nada más. No estaba segura de qué pudo haberse hallado allí pero ahora ya no estaba. Se sentó en el concreto junto al agujero, sin saber qué hacer a continuación.
Miró su reloj. Era la 1:15. Se suponía que tenía que estar en Beverly Hills en quince minutos. Incluso si se iba ahora, casi llegaría a tiempo. Frustrada y molesta, rápidamente colocó la cubierta de madera como estaba, corrió la silla hasta donde había estado, y dejó el edificio, echándole una vez más un vistazo al letrero en el suelo.
Preservación de Objeto Invaluable. ¿Es el nombre del negocio algún tipo de pista o solo estoy siendo burlada por algún cruel imbécil? ¿Está alguien diciéndome que tengo que preservar a Evie, mi más preciado objeto?
El último pensamiento hizo que a Keri la atravesara una ola de ansiedad. Sintió que las rodillas no la sostenían y cayó con torpeza al suelo, tratando de impedir un daño adicional a su brazo izquierdo, inútil por estar recogido en el cabestrillo que cruzaba su pecho. Usó su brazo derecho para frenar el desplome.
Así doblada, con una nube de polvo que se levantaba a su alrededor, Keri cerró sus ojos con fuerza y trató de alejar los siniestros pensamientos que se cernían sobre ella. Una breve visión de su pequeña Evie se abrió paso en su cerebro.
En su visión, ella todavía tenía ocho, sus colitas rubias se agitaban sobre su cabeza, su rostro estaba pálido de terror. Ella era arrojada en una van blanca por un hombre rubio con un tatuaje en el lado derecho de su cuello. Keri escuchó el ruido sordo que provocó el choque de su diminuto cuerpo con la pared de la van. Vio al hombre rubio apuñalar a un adolescente que trató de detenerlo. Vio a la van arrancar y salir hacia la carretera, dejándola a ella muy atrás mientras iba en su persecución con los pies descalzos, ensangrentados.
Todo seguía siendo muy vívido. Keri refrenó sus lágrimas mientras hacía a un lado los recuerdos, obligándose a regresar al presente. Después de unos instantes recuperó el control. Aspiró varias veces, profunda y lentamente. Su visión se aclaró y se sintió lo suficientemente fuerte como para incorporarse.
Este era el primer recuerdo recurrente que tenía en semanas, desde el encuentro con Pachanga. Parte de ella había albergado la esperanza de que se habían ido para siempre, pero no había tenido esa suerte.
Sintió un dolor en su clavícula a causa del golpe, cuando extendió el brazo al caer. Frustrada, se quitó el cabestrillo. Era más un impedimento que una ayuda a estas alturas. Además, no quería verse débil de manera alguna cuando se reuniera con el Dr. Burlingame.
La entrevista con Burlingame—¡Debo irme!
Se las arregló para ir tambaleando de regreso a su auto y al tráfico, esta vez sin sirena. Necesitaba silencio para la llamada que estaba por hacer.