Capítulo 1

2756 Words
La desesperación con la que me había sumido en el sueño bruto me despierta, tengo que parpadear varias veces para dejar de ver llamas y sentir el toque fantasma del viento contra mi rostro. Un gemido ronco es expulsado de mi garganta. Todo mi cuerpo ruge adolorido, arde y se siente tan extraño. Nunca he probado las drogas, pero creo que la sensación podría acercarse a esto. Mi visión está empañada de alguna forma, mis extremidades se sienten adormecidas, pero al mismo tiempo puedo sentirlo todo con intensidad. Reconozco la habitación en donde estoy como cuando recuerdas un viejo sueño, no es la primera vez que despierto. Las paredes son demasiado familiares, al igual que la sensación de las sabanas contra mi piel. Sacudo mi cabeza abrumada por mis pensamientos, liquido acido sube por mi garganta ante el insoportable dolor por todo mi cuerpo, la herida en mi pierna late. Con ayuda del mueble caoba de estilo victoriano salgo de la cama húmeda por mi sudor, un escalofríos corre por mi espalda desde el inicio de mi espalda baja hasta mi nuca, aprieto los labios, pero no son barrera para el vómito que busca su liberación fuera de mí. El sonido que produce al caer en el suelo me hace sentir peor, el suelo es bellísimo, tiene diseños que…no concuerdan con una construcción moderna. Giro mi rostro hacia el gran ventanal, está cerrado y es de noche. Busco algún reloj para mirar, pero no consigo nada, mi cabeza lucha por intentar recuperar la noción del tiempo, resulta perturbador. Mi estómago vuelve a hacer un movimiento extraño, cierro mis ojos con fuerza negándome a vomitar otra vez. Mi garganta produce un sonido ronco por el esfuerzo que me lleva girar mi cuerpo hacia el ventanal, está demasiado lejos y siento que mi pierna podría caerse de camino allí, escojo ir hacia la puerta cerrada frente a la cama. El primer paso me arranca varios jadeos y medio gemidos, no quisiera espantar a nadie, no quiero gritar, solo quiero ver el rostro de alguien y saber que todo esto es real, y que no estoy atrapada en un sanatorio con un ataque psicótico. No me extrañaría, la verdad, si mi familia me encontró y supieron lo que hice… Me detengo abrupta cuando el pomo de la puerta gira con rudeza por una mano besada por el sol, levanto la mirada siguiendo ese brazo musculoso y lampiño. Su rostro me hace contener la respiración. Lo conozco. Lo conozco como conozco este lugar, en el recuerdo de lo que parecían sueños, pero que en realidad eran solo recuerdos confusos de mi mente moribunda. Él esta pálido como el papel, una expresión de puro pánico se dibuja en su hermoso rostro escaneándome de pies a cabeza. Ha estado aquí antes, lo sé, los otros rostros están borrosos, pero el de él no, él fue la primera cosa que vi al despertar de mis sueños anteriores. No podría olvidarlo, no a esos intensos ojos azules que puedo sentir bajo mi piel.  Él ha estado aquí…Lo sé. Esta es la primera vez que despierto sola. —Ayúdame, por favor —suplico tambaleándome, mis piernas no pueden seguir por más tiempo soportando mi peso. Se mueve rápido antes de que mis rodillas choquen contra el suelo, sus brazos se aprietan a mí alrededor y sus fosas nasales se expanden, sus ojos van hacia el vómito junto a la cama y luego hacia mí. Aparto los ojos con vergüenza, me da dolor de cabeza. Vuelvo a estremecerme sintiendo bajo mis dedos su piel cálida y firme, él me rodea pasando una de sus manos bajo mis rodillas para levantarme, eso hace que gruña por el ardiente dolor en mi pierna. —Solo tenías que llamar, querida, no puedes levantarte, podrías lastimarte. Su voz me acaricia la piel como seda, se desliza cariñosa y calma mis sentidos. Nunca había escuchado una voz así, nunca de un hombre que parece todo menos dulce y suave. Todo en él es dureza, su enorme cuerpo y firme agarre. Hebras oscuras caen sobre su frente, casi sobre sus espesas cejas. Me lleva hasta la cama, pero no me deja sobre ella, hace una mueca notando la clara evidencia de mi sudor. Un ardor diferente me invade el cuerpo, uno de pura vergüenza. Quiero abrir mi boca, disculparme por alguna razón, pero sus ojos me callan cuando vuelve a mirarme y se me olvida como formular palabras. —Te dejaré un momento sobre el sillón, dime si no estás a gusto, por favor —con movimientos rápidos me encuentro allí, dejada como una rosa sobre almohada de plumas, con tal grado de cuidado—. No puedes acostarte en la cama así, tienes fiebre y necesitas sabanas nuevas. Yo me ocuparé de todo.  Trago grueso viéndolo moviéndose por la habitación, en rápidos movimientos quita la sabana y las cobijas húmedas dejándolas en un montón junto al vomito salpicado. Va hacia uno de los muebles que podrían ser un armario y de allí saca un conjunto de sabanas limpias, las coloca, acomoda las almohadas nuevamente y se detiene para mirarme con preocupación, como dándose cuenta de algo. —Yo…Tú… ¿Necesitabas algo? No sé, ¿querías un poco de agua?, ¿ir al baño? Parpadeo. —Un poco de agua me vendría bien —no sé cómo, pero consigo articular algo—. Solo quería que alguien me ayudara, siento mucho dolor y…también me siento extraña. Asiente tomando atención de cada cosa que digo. —Te conseguiré agua y una bata limpia, vuelvo en un segundo. No lo dudo, él hizo toda el cambio de cama en menos de tres minutos creo, no puedo decirlo con exactitud, quizás solo son los efectos de alguna medicina y estoy alucinando sobre esto. El hombre aparece rápido, asustándome por completo. Me acerca el vaso de agua hacia la boca y yo bebo con desesperación, sus ojos no me dejan ni un solo momento.  Cuando termino se va hacia el baño, escucho que abre una llave y el agua caer, luego ser cerrada. Aparece con un paño pequeño húmedo. —¿Me permites limpiarte un poco? —su voz vacila—, también te refrescará —añade, como si yo fuera a negarme y eso ultimo me hiciera cambiar de opinión. En efecto, eso sucede. —Sí, por favor. Pasa el paño por mi rostro y mi cuello, está frío y calma mi ardor interno, el olor a vomito desaparece poco a poco de mí y su olor a lluvia, tierra y bosque se filtran por mis fosas nasales, me lleno de ese olor delicioso. Observo la concentración en su frente, su forma de tocarme con tanto cuidado…es arrebatadora. Él es arrebatador. —¿Llamo a una chica para que te cambie? —cuestiona en voz baja y tranquila, haciéndome saber que si eso es lo que deseo, entonces eso es lo que hará. Eso tomaría más tiempo y él tendría que irse, no me agrada esa idea. Con toda la dignidad de una mujer adulta digo: —Creo que tú puedes ayudarme tan bien como lo haría una chica. Una de sus comisuras se curva hacia arriba, en una pequeña y encantadora sonrisa. De pronto mi cerebro olvida por completo el dolor. Si esto es un sueño entonces voy a extenderlo tanto como pueda. El hombre busca la bata limpia que había dejado sobre la cama, se inclina hacia mí, apoyando una de sus rodillas en el suelo, un recuerdo real, vivido y completamente desagradable se cuela en mis pensamientos. El hombre frente a mí deja de ser el encantador hombre de ojos azules y se convierte en otro…Otro que se había arrodillado de la misma forma frente a mí, pero esa es la única similitud. La única. No esa mirada azulada, no esa petición silenciosa, no ese…respeto. —¿Quiere que continúe, señorita? —Sí. No quiero perderlo de vista, es como si viera a un humano que viene de otro planeta o dimensión. Y yo siempre he sido creyente de ese tipo de historias. Aunque siempre he preferido los hechos. Sus manos son agiles y rápidas quitándome la prenda empapada, yo no pierdo sus ojos, me escanean solo un par de segundos, a mi piel mallugada. Tristeza parpadea allí, lo noto, pero al percatarse de mi mirada lo borra y me coloca el otro camisón con eficiencia. —Es hora de volver a la cama, querida —murmura. Me carga como si no pesara nada y me deja sobre el mullido colchón, las sabanas se sienten frescas, suspiro aliviada por la comodidad y la redención del dolor a mi cansancio. —Sé que duele —el hombre habla bajo, coloca su rostro a la altura del mío—, pero no podemos darte más medicamentos por ahora, no podrías soportarlo. Por favor, ¿podrías aguantar un poco más? Los parpados me pesan y su voz me adormece. —Me encuentro mejor —logro decir—. Gracias. Él suelta un agradecimiento a los dioses y se asegura de arroparme bien. Pienso que se irá, espero escuchar sus pasos hacia la puerta, pero me equivoco, él se queda, silencioso recoge el desastre de la habitación, limpia el vómito del suelo con productos del baño y cuando está recogiendo las sabanas y la bata sucia…Eso hace que me despierte lo suficiente como para poder preguntarle por su nombre, necesito saberlo, atesorarlo. —Evander —contesta. Evander, el hombre joven, pero con ojos viejos. ***** Cuando vuelvo a despertar me siento más como yo misma, no la drogada versión de mí. Evander está aquí, es al primero que mis ojos buscan, también hay una mujer preciosa acompañándolo, ella tiene una bata blanca y una sonrisa cálida. Se llama Rosa y es doctora, ella no trabaja para clínicas ni hospitales ya que sus métodos son “poco ortodoxos” -sus palabras-, cuando le pregunto a qué se refiere no contesta y desvía la conversación sin esforzarse por hacerlo sutil. Eso abre la puerta de mi curiosidad y una vez que eso sucede ya no hay retorno. —Ahora que puedes recordar todo acerca de tu accidente, me gustaría poder hacerte un par de preguntas rutinarias —carraspea acercándose a la silla junto a la cama, toma asiento y cruza sus piernas largas y elegantes. Preguntas. ¿No soy yo la que debería hacerlas? —¿Sobre qué? —cuestiono a la defensiva. La mujer se ríe mostrando sus dientes blancos y un par de caninos demasiado…afilados. Arrugo mi ceño llevando mis ojos fuera de su boca, los dientes de los demás no son mi asunto, tampoco lo que decidan hacer con ellos, por más extravagante o vanguardista que sea. —Tuvimos la suerte de salvarle la vida y ahora nos gustaría saber a quién exactamente hemos salvado. No sabemos nada más allá que su nombre de pila. —Me salvaron —acepto, mis ojos vagando hacia el hombre rígido—, pero no me quieren decir donde estoy, no quieren decirme nada más de lo que ya sé. Perdónenme si desconfío. No comprendo por qué la secrecía. —¿Y qué es lo que sabe? La doctora me observa con una ceja levantada, retándome. Evander tiene sus ojos encendidos en dirección a ella. —Estoy aquí porque mi auto se volcó en algún maldito lugar de la carretera, fue rescatada por ustedes y ahora no puedo llamar a casa para que vengan por mí porque ustedes no me quieren decir dónde estoy. El pecho me sube y baja con agitación, mi visión alternándose entre el hombre y la mujer frente a mí. Rosa abre su boca, pero está vez tiene una expresión culpable mientras dice: —Tenemos una solución para eso —asegura insegura—. Escribirás una carta y nosotros la enviaremos o si gustas nosotros llamaremos para que puedan buscarte en un lugar apartado de aquí, pero primero necesitas recuperarte un poco más—dice. Tomo una respiración profunda para no despotricar. ¿Se supone que estoy secuestrada? No lo entiendo, todo lo que ha dicho es…absurdo. —Estoy agradecida  con todos ustedes por salvarme la vida —digo con sinceridad—. Y sé que no debería exigir nada más, pero necesito saber dónde estoy, esto comienza a asustarme un poco, ¿podrían ponerse en mi lugar? Ni siquiera lo sopesa. —No hay manera de que eso ocurra, podrás quedarte hasta que te encuentres lo suficientemente bien para irte tú misma, pero no podemos arriesgarnos a que…alguien venga aquí —sentencia, seriedad brutal atenuándose en su bello rostro. Busco los ojos del hombre, ese que anoche fue gentil conmigo, en todos los sentidos. Pero él no me mira, sus ojos están atentos al anillo en mi dedo. Tiemblo sintiendo el peso de esa cosa como una tonelada de oscuridad cayendo sobre mí. Quizás quedarme aquí no sea tan malo después de todo, quizás sea conveniente mantenerme alejada de esa casa estos días. —¿Hacia dónde te dirigías? —pregunta con voz ineludible el hombre de ojos viejos, no necesita agregar más o darme pistas para saber a lo que se refiere. Lo sé de inmediato, como si pudiera ver a dónde quiere llegar, solo que no sé por qué. —A mi casa —contesto ronca, las memorias organizándose—. Se supone que me casaría en un par de días. Quizás ese día era hoy. —¿Casarte? —masculla, un tono parecido a la angustia—. Estás comprometida. No es una pregunta, es una afirmación seguida por el pánico. Mi propio pánico.  —Sí —susurro, odiando la palabra. Odiando cada cosa que implica esa maldita palabra. Doy un brinco sobresaltada cuando la puerta es tirada tan fuerte que las paredes se sacuden, mis ojos se abren espantados y mi boca se seca, ¿A dónde ha ido con tanta furia? Rosa solo se estremece antes de volver su vista hacia mí, la palidez destaca sus facciones perfectas. —Vendré más tarde a ver como sigues, ¿bien? Piensa lo que te he dicho sobre la carta, por favor, no te cierres por completo a la idea, nosotros no tenemos malas intenciones, solo nos protegemos —niega cerrando sus ojos como si hubiese hablado de más. Ella termina señalando el plato de comida en la mesita cerca de mí—. Termina tu desayuno. Eso es lo último que dice antes de marcharse. Pienso en Evander y sus ojos, asendereados, viejos, experto y…más de esas palabras que son lo mismo. Sus ojos son eso, todas esas palabras juntas o tal vez sea una nueva, una que no conozco todavía. La curiosidad maúlla como un felino en mi interior, deseando ir a cazar hambriento por secretos, no puedo evitarlo, no cuando a eso es a lo que me he dedicado gran parte de mi corta vida, escribir y revelar secretos, políticos, industriales. Mis hazañas me han metido en un par de problemas, pero también me han hecho conocida y admirada. Tengo que recordarme que Evander no es el único que despierta mi curiosidad, es todo este lugar y el resto de las personas que me han tratado. Cuanto más quieran mantenerlo oculto más querré descubrir qué es. No me importa si es peligroso. ¿Serán terroristas?, ¿El gobierno?, ¿O se tratará de algún culto sanguinario? Mi estómago se desploma. Miro hacia la ventana y quiero ir allí, pero solo pensar en el esfuerzo que eso me tomaría me deja agotada. Solo quiero mirar un poco más que solo este cuarto, descubrir qué son esos horrores que mantienen en secreto, debe ser algo importante, sin duda alguna.   La doctora prometió que podría irme, siempre que así lo quisiera, solo que…no aquí, nada tenía que ver con este lugar. Mi espíritu de escritora y reportera no quiere irse sin antes desmantelar todos los posibles secretos de este lugar. Mi espíritu.... Mi espíritu. Ese que creí muerto cuando me explicaron que tendría que dejar mi trabajo para dedicarme a un marido que no amo, solo para satisfacer las necesidades de mi familia. Ese espíritu bulle pletórico por el desastre que me salvó la vida. Trago saliva asimilando mi verdad. Y es esta: Temo más volver a mi monotonía que a quedarme en este lugar desconocido y totalmente virgen ante mis ojos.    
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD