Estar frente a Nathiel después de tanto tiempo y verlo así de derrotado le satisfacía. Aunque Bet pensara que su hermano no la quería, Greibiel sabía que esa joven era la otra mitad de la vida de su examigo. Se conocían desde la infancia, compartieron muchos momentos juntos, incluso a la mujer. Conocía las debilidades de Nathiel y por dónde atacarlo.
Miró al hombre de arriba abajo. Greibiel ya no parecía aquel adolescente de hace años. Ahora vestía elegante, siendo el único con traje en medio de todos los presentes, y destacaba entre los demás.
Nathiel apartó la mirada de su examigo y bebió de su copa. Lo sintió sentarse a su lado y pedir una copa también, luego le sonrió.
—Te ves tan miserable. ¿Es que el matrimonio no te ha sentado bien?
-—¿Quieres hablar de mi matrimonio, querido amigo?
—¿¡Querido!? — Greibiel se burló —No soy tu amigo.
Nathiel sonrió y dijo — ¿Sigues resentido? — Frunció el ceño —¿En serio, Gabo? — Los dientes de Greibiel se apretaron —¿Aún no has podido encontrar a otra mujer que supere a mi Anggie?
—Que hayas dejado de ser mi amigo no significa que no haya superado a la puta de tu mujer…
El alto taburete cayó hacia atrás cuando Nathiel se levantó e increpó a su examigo. Greibiel no movió ni un músculo —Vuelve a dirigirte de esa forma a mi esposa y te juro que te parto la cara— Greibiel sonrió, se levantó y quedó cara a cara con su examigo.
—¿Un cobarde como tú no va a impedirme decir lo que pienso? — Los labios de Nathiel se fruncieron, su puño se apretó listo para golpear a su amigo —Y pienso que tu mujer es una puta—. El puño se dirigió hacia la cara de Greibiel, dispuesto a estrellarse en ella, pero las habilidades de Greibiel dejaron el puño en el aire. Inmediatamente, levantó su pierna y su rodilla se estrelló en las costillas de Nathiel.
Nathiel estaba muy mareado y no podía ser un oponente para nadie. Alejandro, el hijo del dueño del bar y amigo de ambos, salió. Apartó a Greibiel de Nathiel y dijo —No ves que está borracho.
A Greibiel no le importaba cómo se sentía Nathiel, simplemente quería liberar algo que llevaba dentro desde hace mucho tiempo. Nathiel apartó a Alejandro y se preparó para seguir peleando. No quería la ayuda de su amigo, menos si se trataba de enfrentarse a un pobre hombre que siempre fue superior a él. Pero Alejandro no le permitió pelear, lo sacó del bar y lo llevó a la hacienda Russell.
Al llegar, lo dejó sobre el sofá. Cuando Anggie salió y lo vio, ladeó la cabeza.
Desde que Bet había desaparecido, no había un día en que Nathiel no se emborrachara. Se sentía tan culpable por la desaparición de su hermana que aplacaba esa culpa con la bebida.
—¿Quién lo golpeó? — Alejandro miró a Anggie.
—¿De verdad quieres saber quién lo golpeó?
—Si te lo estoy preguntando es porque quiero saber con quién tuvo problemas nuevamente— esperaba que no fueran los terratenientes. No quería tener más problemas con ellos.
—Gabo Solís, o mejor dicho, Greibiel Coleman— escuchar ese nombre formó un nudo en la garganta de Anggie.
—¿Ha regresado? ¿Por qué dices Coleman?
—Porque Gabo es nieto de Jordán Coleman y ha regresado para reclamar las tierras de su abuelo, que la señora Rebeca y su padre han tomado para sí.
—Entonces, los rumores en el pueblo son ciertos. Gabo Solís es hijo de Manolo Coleman.
—Así es— dijo mirando a su amigo —Me voy. Asegúrate de que no vuelva a salir.
Sin decir más, salió. Anggie se acomodó en el sillón, mordiendo su labio mientras pensaba en Greibiel. Greibiel, por su parte, estaba en el hotel, preparándose para acostarse cuando Alejandro llegó —Pensé que me enviarías a otra virgen—, dijo mientras Alejandro entraba.
—No sé de qué virgen me hablas— reprochó ingresando—. Si estoy aquí es para saber ¿a qué viniste?
—¿No quieres que esté aquí? — Sonrió. —La última vez te mostraste muy animado al verme.
—Estoy muy feliz de verte, Gabo. Pero… si viniste a buscar problemas, es mejor que sigas donde estabas.
—No he venido a buscarle problemas a ese infeliz. Encontrarlo en la cantina fue casualidad. Fui a buscarte a ti, pero me encontré con él. Además, pienso quedarme en el pueblo por algunas semanas hasta solucionar este problemita que tengo con el hermano de mi abuelo.
La fortuna y todo lo que tenían los Coleman, empezando por Jordán Coleman, perteneció en el pasado a los padres de la esposa de este. Al morir la esposa de Jordán, siendo la última de su familia, su esposo quedó como heredero. Después de la muerte de su esposa, Jordán Coleman desapareció del pueblo y su hermano se apoderó de las tierras junto a su hija mayor.
—Solo quiero recuperar lo que es de mi abuelo. No pienso volverme a cruzar en el camino de Nathiel Russell, ¿comprendes?
—Está bien, ¿y cómo vas a recuperar esas tierras? ¿Tienes todos los papeles?
—Tengo todo en orden. Mañana llegan mis hombres y abogados, iremos a la hacienda y desalojaré a Roberta — pensar en cómo la sacaba de su hacienda le sacó una sonrisa—. Muero por ver a esa vieja arrastrándose a mis pies.
Alejandro vio en su amigo deseos de venganza hacia los que en el pasado le lastimaron, y no tenía ninguna duda de que también la aplicaría con Nathiel.
Por la mañana, Greibiel se levantó, lavó su cuerpo, se afeitó la barba muy pequeña, roció algo de perfume y, contento con lo que veía, salió. Bajó en el ascensor y, cuando estaba por salir del edificio, escuchó su nombre en un susurro. Giró el rostro en esa dirección y, al ver a su ex con una manta cubriendo su cabello y una sonrisa en los labios, se acercó.
—¿Anggie, qué haces aquí?
—Pasaba por la plaza y te vi salir — Greibiel sonrió. No se creía ese cuento de que lo vio de casualidad. Estaba convencido de que esa mujer lo había ido a buscar —. No sabía que estabas de regreso — Greibiel miró la hora, ya era casi el tiempo en que los abogados y sus hombres llegarían.
—¿Puedes venir esta noche y ahí hablamos de todo un poco? Es que ahora tengo una reunión muy importante — se acercó más, dejando a la mujer gélida, aún más cuando pasó su dedo por el labio inferior.
—Habitación 66 — dijo y subió al auto que estaba estacionado frente al hotel.
Saliendo del trance, Anggie miró hacia varios lados esperando que nadie la viera. Como era muy temprano, no había tantas personas en esa plaza.
Greibiel pasó por el helipuerto, los abogados se introdujeron en el auto, los guardaespaldas de estos y los de Greibiel en otros dos coches más. Los cuatro autos pasaron por el centro del pueblo, llamando la atención de todos. Llegaron hasta la hacienda de Roberta Coleman. Al momento en que ella vio ingresar a esos hombres, dejó rodar gruesa saliva.
No pensó que ese bastardo regresaría. Habían pasado tres semanas desde que había ido por primera vez. Quedó de volver en dos semana, no obstante, nunca apareció. Ella lo esperó con los campesinos armados, dispuesta a asesinarlo y enterrarlo. Pensó que nadie reclamaría a un bastardo como Greibiel.
La policía del pueblo también se hizo presente. —Señora Roberta, tenemos órdenes de desalojarla.
—Nadie me sacará de mi casa. He trabajado como una mula por estas tierras, así que son mías.
—Ha trabajado en tierras que no son suyas, señora.
—Son mías, mi tío me las regaló.
—Si es así, ¿por qué el señor Coleman nos envía para desalojarla?
—Porque ese bastardo se le ha metido por los ojos. Dice ser nieto de mi abuelo, pero en realidad no lo es, él quiere quedarse con todo…
—Tú crees que todos somos como tú, Roberta Coleman. Piensas que todas las personas queremos aprovecharnos de un viejo como mi abuelo.
—¡No es tu abuelo! ¡A mí no vas a engañarme! ¡Tú eres un bastardo que no sabe ni quién es su padre! ¡Mi primo no es tu padre!
—Está demostrado que el joven Greibiel es nieto de Jordán Coleman, puedes comprobarlo con tus propios ojos — Roberta lanzó los papeles al suelo.
—No comprobaré ni mierda.
—Le pedimos de la mejor manera que desaloje la hacienda, de lo contrario nuestros hombres la sacarán por la fuerza.
—Atrévanse y verán cómo les va.
Greibiel dio órdenes a sus hombres, pero la policía los detuvo. El teniente solicitó:
—Señora Roberta, es mejor que salga por sí misma, porque nada evitará que estas personas la saquen de aquí.
Roberta había enviado a una empleada para reunir a los campesinos. Estos abandonaron su trabajo para ir a apoyar a su jefa, pero cuando vieron que quien reclamaba las tierras de los Coleman era Gabo Solís, todos se detuvieron.
—Ataquen—, ordenó Rebeca. Los abogados temblaron al ver a ese montón de hombres reunidos con machetes y escopetas. Se colocaron detrás de Greibiel. Este miró con ojos profundos a Roberto y dijo con una media sonrisa.
—Creo que si los trataras bien y les pagaras un sueldo justo, ellos no te dejarían sola, Roberta. Pero como eres una jefa que no tiene compasión con sus empleados, nadie… pero nadie saldrá en tu defensa—, apartó la mirada de Roberta y se dirigió a los campesinos —Quieren un sueldo justo, con seguro y todas las utilidades que este aplica.
—¿Tú puedes dárnoslo? — inquirió el capataz.
—Soy el nieto de Jordán Coleman. Gabo Solís, el niño que nació producto de una aberrante violación en la que estuvo involucrado Manolo Coleman, eso todos aquí en el pueblo lo saben—, miró fijamente al hombre que hizo la pregunta y dijo —Y sí, puedo darles eso y más. Porque soy un Coleman, porque soy el único heredero de los Coleman.
—No le crean a este embaucador.
Los campesinos miraron a la mujer con desprecio. Por años habían aguantado maltratos e insultos de esa mujer, por ello se fueron en su contra, la atacaron, pero antes de que todos la atacaran hasta asesinarla, la policía intervino.
Greibiel sintió tanta complacencia al ver derrotada a Roberta Coleman, que salió de la hacienda satisfecho. Luego de desalojar a Roberta, fue a casa del hermano de su abuelo, pero aquí no tuvo tantas complicaciones, ya que el anciano salió por sí solo.
Después de regresar de la hacienda que estaba en el otro pueblo cercano a Norcovi, pasó por la casa de su abuela. Esta ya estaba despejada. Había solicitado a sus campesinos que la trabajaran.
Varios recuerdos invadieron su memoria. Tras pasar un par de horas recorriendo la pequeña casa, fue al hotel, ahí lo esperaba Grego Coleman, dispuesto a golpearlo hasta que le devolviera las tierras, pero cuando Greibiel le agarró el brazo y lo colocó tras la espalda, por consiguiente, lo pegó contra el grueso cristal de la puerta del hotel, se calmó.
—No vuelvas a venir a retarme, mocoso de mierda. Ve y trabaja para que seas merecedor de algo —lo soltó tirándolo a un costado—. Espero que sea la última vez que vengas a retarme.
Ingresó al hotel, subió a la habitación y tras darse una ducha se recostó en la cama. Pasó viendo televisión, algo que no hacía hace mucho tiempo, el sueño estaba por dominarlo cuando tocaron su puerta. Se levantó a abrir, solo cubría su cuerpo con un holgado calzoncillo, la parte superior de su cuerpo estaba desnuda.
Al abrir la puerta, se encontró con su ex. Anggie sonrió, lamió sus labios al ver el cuerpo bien trabajado de su antiguo novio. Con una media sonrisa, Nathiel la dejó ingresar. Cuando la puerta se cerró, Anggie se abalanzó sobre él, lo besó con ansiedad, pero Greibiel la apartó.
—Eres una mujer casada, Anggie, y yo también soy un hombre casado —aunque había firmado los papeles del divorcio, no los había enviado al juzgado.
—¿Importa eso? —atrapó el cuello de Greibiel, volvió a besarlo hasta que este correspondió. Cuando la mano de Greibiel sujetó sus caderas y la gimió a la cama, ella gimió como gata en celo.
La lengua de Greibiel recorrió el cuello de Anggie, aquellas anchas manos atraparon sus nalgas y la elevó al nivel de sus caderas. Ella envolvió las piernas en la cintura de su amante y se colgó del cuello como un mono del árbol.
Despojaron las prendas hasta quedar desnudos, se revolcaron en la cama como dos sedientos de sexo. Greibiel sacó de sus pantalones un condón, lo acomodó en su m*****o erecto y la penetró de una estocada.
Habían pasado años desde que Anggie soñaba con ese momento. Greibiel la respetó en el tiempo que fueron novios, pero ahora que estaba casada no se detuvo, simplemente la tomó como un salvaje, la hizo llegar al clímax en más de una ocasión, la hizo resoplar su nombre y suplicar y clamar que se detuviera, pero Greibiel continuó dándole como cajón que no cierra. Greibiel pensó: es mejor cogerse a la esposa que a la hermana.
Dos meses habían pasado. Bet sostenía en sus manos los resultados de la prueba de embarazo. Salió del hospital en la ciudad de Nueva York dejando rodar las lágrimas. Estaba embarazada y desconocía el nombre o rostro del padre de su hijo. Al llegar a la villa que habían rentado.
Cuando el viejo Coleman vio los ojos iluminados de la joven, rodó su silla de ruedas hasta ella y cuestionó: —¿Qué pasó? —Bet bajó la mirada, sentía vergüenza de lo que había hecho, contarle a su jefe no podía —Vamos, pequeña, dímelo. No te guardes eso que te lastima ahí, porque es muy doloroso sobrellevarlo sola.
—Es que, es algo que hice de lo que estoy muy avergonzada.
—Siéntate y cuéntame. El viejo Coleman es buen consejero.
Bet se acomodó en el sillón, limpió las lágrimas y dijo —Estoy embarazada—. Eso tomó por sorpresa al viejo Coleman —Me dejé convencer por mi novio—, dijo con vergüenza —Mi cuñada dijo que la virginidad se daba a aquel que se amaba con el alma. Y yo amaba a Greco, por eso acepté entregarme a él.
—¿Estás embarazada de tu novio? — Negó. —¿Entonces, de quién? — se encogió de hombros.
—No lo sé. Aquella noche, cuando iba a entregarme a mi novio, estaba muy borracha y entré en la habitación equivocada. Dormí con un desconocido, alguien cuyo nombre y rostro ni siquiera conozco. Al despertar, él ya se había ido y me dejó allí, como si fuera una mujer de la vida. Por eso escapé del pueblo, porque todos se enteraron de lo que hice. Greco me abandonó y mi hermano se enfureció. Quisieron obligarme a casarme con el hombre más desagradable del pueblo. Tuve que huir porque no quería esa vida. Sé que me lo busqué yo misma y que si mi hermano me odia tiene todas las razones…
—Solo fuiste una niña a la que aconsejaron mal. No tenías a una madre a tu lado para darte mejores consejos. No es culpa tuya pequeña —suspiró y miró su barriga—. ¿Y qué vas a hacer con ese bebé?
—No lo sé —pasó las manos por su vientre—. Es tan inocente. Pero no sé cómo ser madre. No sé si podré hacerlo sola.
—No estás sola. Siempre contarás con mi apoyo. El viejo Coleman te apoyará.
Meses después, Bet fue bendecida con dos pequeñitos, una niña y un niño, quienes fueron registrados con el apellido Coleman. Y cinco años más tarde, Jordán Coleman cerró sus ojos para no volver abrirlos. Pero murió feliz, junto a dos niños que lo amaban como si fuera parte de él.
Después de su entierro, los abogados reunieron a Greibiel y Bet —¿Como es posible que haya un testamento sí, soy el único familiar de mi abuelo? — No creía que su abuelo le dejaría parte de su fortuna a su sobrina y hermano cuando hace casi seis años los mandó a sacar de sus tierras.
—Su abuelo dejó un testamento—, Greibiel miró a Bet. Esa mocosa había crecido, se había convertido en una hermosa mujer. Pero ¿Qué hacía ella ahí? ¿Por qué estaba en la lectura del testamento? ¿Será que su abuelo le heredó algo?
Eran las preguntas que se hacía Greibiel. De ser así, no se rehusaría a que su abuelo le dejará un por ciento de su dinero. Pues esa mujer le acompañó en los últimos años y en agradecimiento debió dejarle algo. Pero jamás pensó que fuera tanto, o más bien todo.
—Eso no puede ser. Mi abuelo no pudo haberle dejada todo a esta mujer—, ¿Dónde quedaba él? Era su nieto, su sangre, ¿Por qué dejaría toda su fortuna en una mujer que no era parte de él? —No me creo que mi abuelo haya escrito esto—, quitó el papel de la mano del abogado y leyó.
Bet se levantó y dijo —Soy la viuda de Coleman y la dueña absoluta de toda su fortuna—, Greibiel no lo creía, se rehusaba a creer que su abuelo le hubiera dejado todo a esa mocosa y a los bastardos que esta tenía.