Aquella sonrisa de medio lado le hizo lucir perfectamente hermoso. Pero después de sentir ese tacto, Bet se mantuvo seria. Ante la seriedad que mostraba la joven, Greibiel cuestionó: “¿Sucede algo?”. Inmediatamente negó y extendió la mano, pero ella no la aceptó, simplemente pasó por su lado dejando un exquisito aroma tras de ella.
Los profundos ojos azules contemplaron la espalda de Bet, en especial su largo cabello que cubría sus nalgas. Inhalando profundo, fue tras de ella. Al bajar las gradas, la encontró ya que desconocía dónde estaba el comedor. “Por aquí”, la guió hacia el comedor. Tras pasar el mural, Bet enlazó sus manos frente a sus piernas. Cuando las miradas de las dos personas se centraron en ella, sonrió y saludó.
Eva Solís reconoció a esa pequeña. Pero cuando esta la abrazó fuerte y le susurró: “Abuela Eva”, antes de cuestionar qué hacía esa niña allí, miró a su nieto. Este se acomodó y dijo:
—Abuelo, ya tienes a alguien que pase tus medicamentos y te haga compañía.
—¿Así? ¿Y quién es?
—Será Betsy Russell.
—Pues bienvenida, Betsy Russell —el hombre de aproximadamente setenta años le sonrió—. ¿Y de dónde sacaste a esta niña hermosa? Por el abrazo que le diste, Eva, parece que la conoces.
—Sí, señor. Bet es una niña del pueblo de Norcovi. Es hija de los Russell —el abuelo abrió la boca y pareció recordar a esa familia—. Sí, me acuerdo de los Russell. La última vez que fui, estaban esperando a su primer hijo —solo de pensar en quién hablaba el abuelo, Greibiel apretó los puños—. No sabía que luego tuvieron a esta preciosura —Bet le sonrió amablemente—. ¿Y cómo es que está por aquí? Te ves muy joven para salir sola de tu pueblo.
—Salió en busca de una vida mejor, que no sea solo casarse como todas las mujeres de Norcovi —explicó Greibiel—. ¿Verdad? —le miró fijamente hasta que ella asintió.
Eva se mantuvo en silencio, observando a su nieto y tratando de leer lo que estaba pensando hacer. Quería recriminarle en ese momento por lo que estaba haciendo, pero se contuvo para que el desayuno fuera ameno.
Una vez terminado el desayuno, el viejo Coleman pidió a Bet que le llevara a dar un paseo por el jardín. La joven lo empujó desde atrás. Al quedarse solo con su abuela, antes de que esta le cuestionara, Greibiel dijo:
—Apareció de la nada en la carretera, me suplicó que la sacara del pueblo, y por eso está aquí.
—¿Y no pensaste en el problema que se te venía al sacarla del pueblo? Esa niña todavía es menor de edad, cuando Nathiel se dé cuenta de que no está, la empezará a buscar, y si la encuentra, estarás en serios problemas.
—Estaba escapando de ese miserable, seguramente él quería hacerle algo, abuela. Yo solo fui un buen ciudadano y ayudé a esa mujer…
—Es una niña, porque eso es lo que es, una niña de familia, y tú la has sacado de su pueblo quién sabe por qué —le apuntó con el dedo—. Mucho cuidado, Greibiel, no quiero ver que descargues tu frustración de hace años en esta niña.
—Abuela, eso ya quedó en el pasado. No me interesa lo que pasó hace años. Tengo una esposa de la cual estoy enamorado y concentraré toda mi atención en buscarla.
—Bien, entonces harás esto: hoy mismo devolverás a Bet con su hermano.
Bet iba ingresando, y al escuchar que la mujer a la cual siempre llamó abuela por lo cariñosa y amable que era, aquella que cuidó de ella y de su hermano cuando este aún no era mayor de edad, quería mandarla de regreso, suplicó:
—No, señora Eva, no me envíe de regreso, ¡por favor!
—¿Por qué? ¿Por qué no quieres volver con tu hermano? —apretó los labios, miró a Greibiel y este comprendió que debía salir. Una vez que se quedaron solas, se sentaron en la sala—. Cuéntame, pequeña, ¿por qué no quieres volver con Nathiel?
—Nathiel quiere casarme con el hijo de Marcillo.
—Pero ese hombre es un loco —asintió entre lágrimas—. Me resulta difícil de creer que Nathiel quiera hacer eso. Él te adora, tú eres su todo.
—Era —dijo con dolor—. Desde que se casó, me convertí en un estorbo para él. Anggie se convirtió en su centro de atención. Todo lo que ella decía era verdad. Dejé de ser la hermana buena y me convertí en la hermana malvada que quería separarlos. Ahora que no estoy, supongo que está muy feliz, ya se ha librado de esa carga que le dejaron nuestros padres.
—No hables así, mi niña. No eres ninguna carga — la abrazó fuertemente —. Es así cuando te vuelves ciego por una mujer, pero cuando pierdes todo te das cuenta de lo valioso que era. Ahora Nathiel está cegado por el amor a su esposa, pero con el tiempo se dará cuenta de que nadie más que su propia familia puede quererlo.
—Pídale a su nieto que no me mande de regreso, porque Nathiel me casará y no quiero eso.
—Tranquila. No te llevaremos de regreso, pero sabes que estamos cometiendo un delito al mantenerte escondida. Si tu hermano llega a encontrarte, estaremos en serios problemas. Conoces a Nathiel, sabes cómo es, y no se quedará de brazos cruzados. Por mucho que esté cegado por su esposa, eres su hermana y al desaparecer no se quedará sentado esperando a que regreses. Nathiel moverá cielo y tierra para encontrarte.
—Entonces me iré de viaje con el señor Coleman. Acaba de decirme que planea hacer un viaje largo, para conocer otros países.
—¿Y tus papeles?
—De eso me encargo yo.
Había estado escuchando lo que hablaban. No era usual en él hacerlo, pero se trataba del infeliz de su examigo, así que quería saber los motivos que tuvo Bet para escapar de él.
Al saber lo que Nathiel quería hacer con su hermana, sobre todo lo que Anggie había hecho todo este tiempo, se enfureció. Sus planes cambiaron, ayudaría a la hermana de su enemigo a escapar, la enviaría lejos para que cuando él la buscara, no la encontrara en ningún rincón del país.
—Te cambiarás de nombre, tendrás una nueva identidad, así tu hermano nunca podrá encontrarte, hasta que decidas regresar a él. ¿Te parece?
—Sí, estoy de acuerdo.
—Ok. Empezaré a tramitar tus papeles hoy mismo.
—Gracias — Bet inclinó la cabeza en agradecimiento, luego fue a la cocina por el vaso de jugo que el viejo Coleman le había pedido.
—Espero que lo hagas porque te nace del corazón y no por hacerle daño a Nathiel.
—Soy un buen ciudadano, abuela — le dio un beso en la frente y se marchó.
Greibiel fue hasta donde se encontraba su abuelo, se sentó en la mesita del jardín y dijo: —Roberta se rehúsa a abandonar la hacienda.
—Regresa con la policía, cuando la veas suplicando, déjala como una empleada — Greibiel asintió — Me iré por un largo tiempo, quiero pasar mis últimos años conociendo el mundo.
—Está bien, abuelo. ¿Te llevarás a la chica que contraté para que te ayude? ¿Qué te parece?
—Una linda jovencita, pero no creo que quiera acompañarme en un recorrido por el mundo.
—Pregúntaselo, ahí viene — Bet entregó el jugo al señor Coleman. Luego miró a Greibiel y este preguntó: —¿Puedes acompañar a mi abuelo en un viaje que realizará, cierto? ¿No tienes problemas en salir del país?
—No, no tengo problemas.
—¿Y tu hermano te deja ir? — inquirió el viejo Coleman.
—Ya es mayor de edad, abuelo.
—En Norcovi las mujeres pueden tener treinta años, pero no salen de sus casas si no están casadas.
—Ese no es mi caso. Nathiel hizo su vida y no le interesa la mía. Solo le importa su esposa.
—Muy mal, porque las mujeres van y vienen, y la familia siempre será la familia. Tu padre debe estar revolcándose en la tumba por cómo actúa tu hermano.
Greibiel ya no quería seguir escuchando sobre Nathiel, así que dijo: —Entonces, ¿acompañas al abuelo? — Bet asintió.
En el pueblo, Nathiel iba de un lado a otro averiguando quién había visto a su hermana. Nadie supo darle razones. Tuvo varios problemas con la policía porque para él, estos eran unos inútiles que estaban esperando las cuarenta y ocho horas para emprender una búsqueda.
Llegó a casa y se encerró en el despacho. Tomó la fotografía de Bet y pasó las manos sobre el cristal, sus ojos verdes se iluminaron mientras una gruesa lágrima rodó por su nariz. “Perdóname pequeñita, perdón por no haberte sabido cuidar”, llevó el retrato a su pecho y las lágrimas continuaron cayendo. Anggie ingresó y, al verlo en ese estado, dijo:
—Se marchó porque quiso. Es ridículo que arme shows en cada esquina del pueblo porque no la encuentra sabiendo que se fue, seguramente con el mismo infeliz que durmió esa noche.
—¡CÁLLATE! —rugió— Es mi hermana, mi sangre, lo único que me quedaba de mi familia. Y se fue por mi culpa, y por tu maldita culpa.
—¿Por mi culpa?
—¡SÍ! —bramó con los dientes apretados— Porque Bet jamás tomaría una decisión así si no hubiera alguien incitándola a hacerlo.
—Ahora vienes a echarme la culpa a mí. No seas estúpido, Nathiel. Sabías perfectamente que esa niña, a medida que crecía, se convertía en una mentirosa y adoptaba muchos malos modales de la chusma con la que se juntaba. Deberías dejar de perder el tiempo buscando a alguien que no quiere ser encontrado.
—¡NO ENTIENDES, MALDITA SEA! Bet no está, quizás se metió al bosque y se perdió. No pudo ir a la ciudad porque no tiene dinero y a esa hora no hay autobuses a la capital. Pudo haberle pasado algo, puede estar secuestrada, malherida, quién sabe. Es mi hermana, maldición. Me preocupa lo que pueda haberle pasado.
—Si le hubiera pasado algo, ya lo sabríamos, las noticias vuelan —culminó y salió.
Nathiel volvió a sentarse, continuó contemplando el retrato de su hermana. La adoraba, sí, la quería. ¿Cómo no iba a querer a su niña, si él la crio durante la mitad de su vida? Si algo le sucedía a su pequeña Bet, él moriría de culpa y dolor.
No entendía cómo su esposa podía ser tan inhumana y no pensar en el dolor que le provocaba la desaparición de Bet. No tenía apoyo de su esposa, ni de nadie, solo de ese viejo amigo de la cantina que reunió a varios vecinos y emprendieron una búsqueda.
Buscaron en los bosques, ríos, acantilados, pero no había nadie. “Bet”, se escuchaba el eco en los cerros. Era la voz de un Nathiel desesperado y angustiado.
Betsy Russell acababa de abordar el avión que la llevaría a la otra parte del mundo. Abandonaba su país para partir a América. Unas cuantas lágrimas brotaron de sus ojos porque estaba abandonando su país y no volvería a ver a su hermano y amigos que dejó en el pueblo.
Greibiel, por su parte, regresó a Norcovi. Bajó del coche e ingresó en el bar. Cuando entró, sus ojos se posaron en el hombre sentado frente a la barra con la cabeza apoyada sobre los brazos. Cuando Nathiel sintió esa mirada quemante, giró el rostro y conectó su mirada con la de su examigo. Un azul oscuro lo observaba con atención y esa sonrisa lo hizo parpadear un par de veces.
—Tiempo sin vernos, Russell.