Capitulo 1
Nick llevaba días planeando este viaje, y hasta ahora se había dado tiempo para realizarlo, no podía seguir procrastinando, tenía que ver a Trisha. Aunque sabía que ella volvería con él, en el momento en que lo viera, no podía dejar de pensar que había sido muy desconsiderado con ella y que se merecía una recompensa. Tal vez la llevaría a cenar a algún lugar exclusivo y lujoso o le compraría alguna joya.
Hacía más de tres meses que ella había irrumpido en su casa y en su trabajo sin permiso y él no le había prestado la más mínima atención. El motivo era que había tenido problemas muy serios con una empleado que estaba robando las fórmulas de los medicamentos que se fabricaban en su empresa. Y no tenía tiempo para ella. Supuso que por eso se había ido sin dejar siquiera una nota.
Llegaría al aeropuerto en unos minutos y aunque ya era finales de octubre Nick no había querido que el conductor encendiera la calefacción del taxi, estaba disfrutando mucho del ambiente que empezaba a ser más frío cada día. Tal vez este año la nevada llegaría antes de Navidad.
Las puertas del aeropuerto internacional Logan de Boston se abrieron automáticamente para que pasara, los ojos de muchos de los que estaban allí se volvieron hacia él. No sólo de mujeres que le miraban con deseo, sino también de hombres que le miraban con admiración.
Nick Richardson era muy conocido en el mundo farmacéutico, pero sobre todo como el soltero más codiciado de la ciudad. Siempre había tenido muchas mujeres a su alrededor, y todas querían casarse con él. Sólo que él no estaba interesado en casarse ni en tener una familia más grande que la que ya tenía. Para desgracia de sus casi treinta años y de los deseos de su familia, especialmente de su madre.
Quería dedicar un poco más de tiempo a su negocio y, aunque ya estaba muy consolidado, actualmente había tenido algunos problemas en su empresa que pretendía desterrar.
Y como siempre pensó que lo mejor era hacerlo lo mejor posible, no quería casarse y descuidar el negocio que su bisabuelo había fundado hacía más de cien años.
O peor aún, casarse y descuidar a su familia para dedicarse al negocio. No quería hacer eso, además Trisha tampoco tenía intención de casarse con él. Simplemente se lo pasarían bien juntos y quizás algún día, más adelante, se casarían. Pero por ahora, no.
Caminó por el pasillo y supo que levantaba murmullos de admiración de la gente en la sala de espera. Sabía que era atractivo pero no arrogante, su abuela le habría dado una palmadita en el culo, si se le hubiera ocurrido comportarse de esa manera. La abuela los había criado a todos, hijos y nietos con humildad y sencillez, no con la arrogancia que el dinero inculcaba a muchos.
Quiso llegar al mostrador de la recepcionista para preguntar a qué hora exacta saldría el vuelo hacia su destino. La señora estaba sonriendo y esperando a los pasajeros, pero su sonrisa se amplió aún más al ver a Nick acercarse.
—Buenas tardes, señor Richardson —dijo la joven con una sonrisa que casi se le escapa de la cara, parecía haber visto a una estrella de cine—, ¿en qué podemos ayudarle?
—Me gustaría informarme sobre el vuelo 202 a Nueva York —anunció Nick con una sonrisa, le hizo gracia que la joven casi se derritiera ante él— ¿Podría decirme si sale a las dos de la tarde como está previsto?
—Siento tener que decírselo, señor Richardson —respondió la joven con un rostro ligeramente compungido—, pero se ha cancelado porque hay mal tiempo en Nueva York y la pista está cerrada. En esas circunstancias el avión no podrá despegar. Lo peor es que no sabemos cuándo se podrá programar el vuelo. Lo siento mucho, ¿era muy urgente?
— Algo. De todos modos, muchas gracias —Nick se dio la vuelta y estaba a punto de marcharse cuando la joven le detuvo.
—Espere, señor —dijo ella con una sonrisa más amplia que antes—, si lo desea, puede dejarme su número de teléfono y le avisaré cuando se reanuden los vuelos —Nick se giró para contestarle.
—Muchas gracias, —sabía que la joven sólo se ofrecía para conseguir su número, no quería darle una falsa impresión así que rechazó su oferta— pero creo que enviaré a mi asistente por un nuevo billete de avión cuando pueda volver a desocupar mi negocio.
Nick se dio la vuelta para marcharse, pensó que debía buscar otra forma de viajar, pero no importaba mucho. Trisha entendería que estuviera ocupado con los laboratorios y lo cierto era que en ese momento estaba muy ocupado con una campaña de promoción de unos nuevos medicamentos.
Quizá fuera a verla unas semanas antes de Navidad. Encontraría una nueva asistente ejecutiva, porque su actual empleada se casaba en seis semanas y tenía la intención de dejar la empresa después de la boda para irse de luna de miel.
Ahora sólo le quedaba coger un taxi y volver al trabajo, y si se daba prisa llegaría antes de las tres de la tarde.
* *
¿Cómo se había llegado a esta situación? La pregunta no era cómo, sino por qué.
Porque quería demasiado a su familia y no quería que les pasara nada malo. Porque, a pesar de ser la más joven de los Anderson, Larson se sentía el más responsable de todos ellos. Y, porque desde muy joven, tenía un talento especial para meterse en más problemas de los que le gustaría admitir.
Así que allí estaba ella, Alexandra Anderson , de pie frente a un edificio de acero y cristal que se alzaba imponente en medio de toda la manzana. Si le hubieran dicho hace un par de semanas que se encontraría en una situación así, se habría reído con incredulidad.
Pero, ahí estaba, dispuesta a salvar el pellejo de su hermanastro, Joey Larson, y de ella misma.
Sólo a Alex se le ocurrían ideas tan locas. Podría haber huido, como Joey. Irse lejos y olvidarse del asunto, pero ella no era así. Además, no quería dejar la ciudad de la que se sentía parte. Donde había crecido feliz, hasta la muerte de su madre. Donde tenía la única amiga del mundo. Y donde, a pesar de no tener trabajo ni un céntimo en el bolsillo, le gustaba vivir.
No pretendía complacer a los ladrones que chantajeaban a su hermano. Hombres sin escrúpulos que querían obligar a Joey a unirse a una banda criminal dedicada al espionaje empresarial. Robando fórmulas de medicamentos que Joey producía para uno de los laboratorios farmacéuticos más importantes del país, los Laboratorios Richardson.
Hacía sólo un par de días que Joey y Luke, el padre de Alex y el padrastro de Joey, habían abandonado Boston para irse a Florida, tras el infarto de Luke, habían decidido mudarse al Estado del Sol.
Pero Alex conocía la verdad, sabía que Joey lo había hecho para alejarse de los problemas que representaban Rufus y el resto de la banda criminal. Alexandra había insistido en quedarse y cuando encontró un trabajo y consiguió unas vacaciones había prometido visitarlos, ya que Joey no le había dicho cuánto tiempo estarían él y Luke en el estado sureño.
Así que ahora estaba allí, caminando de punta a punta por la acera, mientras él pasaba el rato fuera del edificio de enfrente. Estaba esperando a que el guardia de los laboratorios donde Joey trabajaba hasta hacía una semana se descuidara para poder pasar sin ser vista. Era el edificio más grande de toda la manzana, ¿cuántos pisos tendría, veinte, treinta? Tal vez más.
Tenía un aspecto majestuoso, con un enorme cartel que decía —Laboratorios Richardson— y grandes ventanas de cristal oscuro. No pudo distinguir nada en el interior, pero lo más probable es que ya la hubieran visto desde las oficinas que estaban allí. Tenía que actuar rápido, se dijo a sí misma.
Pero justo cuando estaba a punto de poner en marcha su brillante plan, para salir del lío en el que Joey había metido a toda la familia sin querer, el guardia se volvió a mirarla y le sonrió a modo de saludo. La miró con curiosidad, tal vez pensaba que Alex era una admiradora del señor Richardson, siendo tan guapo como era, probablemente tenía a las mujeres de media ciudad a sus pies.
No se decidía a entrar, así que lo único que pudo hacer fue seguir dando vueltas durante otros diez minutos. Si seguía así, pronto haría una zanja en la acera. Se miró los pies, inspeccionándose para asegurarse de que todo estaba en su sitio, como si no lo supiera.
Llevaba unas preciosas sandalias blancas que hacían juego con su vestido azul cielo, llevaba un lazo blanco en la cintura y una cinta blanca en el pelo. Como empezaba a refrescar aunque fueran las dos de la tarde llevaba un precioso jersey blanco.
Obviamente Alex nunca se compraría un vestido así. En su armario sólo había vaqueros, camisetas y dos trajes a medida de muy baja calidad, y eso porque eran necesarios en su anterior trabajo como secretaria del gerente de una empresa de envasado de pescado. Por cierto, después de haber faltado al trabajo para cuidar a su padre en el hospital, la habían despedido.
No, ese vestido no era suyo, se lo había prestado su amiga Suzy.
También la había peinado y maquillado, ese era un aspecto de la vida de Alex en el que era un verdadero desastre. Nunca había sido capaz de maquillarse más que el pintalabios que llevaba en el bolso, y eso cuando llevaba el bolso y se acordaba de guardarlo. Pero sólo porque su trabajo también le exigía maquillarse, algo que Alexandra odiaba, pero que tenía que hacer a regañadientes.
Tal vez fuera porque Alex nunca tuvo una madre que le enseñara a ser una chica delicada y femenina, lo que se supone que enseñan las madres. No, no tuvo una madre, sólo a Emma y, por desgracia, Alexandra se dio cuenta demasiado tarde de que Emma la quería más que si fuera su propia hija.
Quizá si Alexandra lo hubiera sabido antes, habría sido más femenina, habría hablado de chicos, de maquillaje, de fiestas, de ropa de moda, de todas esas cosas que las chicas comparten con su madre o con sus hermanas mayores, pero Alex nunca le dio confianza a su madrastra.
Se dio cuenta de algo en lo que nunca se había fijado, es curioso como una persona piensa en cualquier cosa cuando tiene que hacer algo y no se decide, es como para ocupar su mente y olvidarse de lo que tiene que hacer, al menos por un momento.
Alexandra se dio cuenta en ese momento de que, por primera vez desde que su madre había muerto, llevaba el pelo suelto. Le llegaba hasta la cintura, cayendo como una cascada de rizos castaños por la espalda, y aunque Alex medía poco más de dos metros sin tacones, se sentía delicada con ese aspecto. Labios y mejillas rosados, con sus hermosos ojos azules enmarcados por gruesas pestañas.
A los veintidós años nunca se había vestido así, ni siquiera para la graduación del instituto. Nunca se había quitado los vaqueros ni su larga trenza.
Y ahora con un vestido y el pelo hasta las caderas. Ironías de la vida. Siempre se había negado a hacer algo así, porque pensaba que si la sociedad decía que para que una mujer se hiciera notar tenía que ser femenina y delicada, entonces no iba a complacer a los que pensaban así.
Quién iba a pensar que para salvar a su hermano tendría que hacer lo que más odiaba, dar la razón al estereotipo de la mujer delicada.
Alex nunca hacía nada de lo que le sugerían, de hecho llevaba más de doce años sin cortarse el pelo, sólo porque Emma se lo sugería. A veces su amiga Suzy la convencía de que se cortara el pelo, pero eso era todo. Alex no soportaba que nadie más tocara sus rizos.
Aunque la verdadera y oculta razón era que lo último que hizo Sarah, su verdadera madre, fue peinarla en una trenza, le había dicho que tenía el pelo más bonito que podía existir. Eso fue lo último que recordó de ella, porque después de eso simplemente murió.
A Luke no le había afectado mucho, ya que unos meses después se había casado con Emma, la madre de Joey. Que aunque al final acabó queriéndola como madre, nunca sustituyó el recuerdo de Sarah. Emma le había pedido innumerables veces que le dejara peinarse, pero Alex, de la manera más amable posible, siempre había rechazado su oferta. No quería herirla, pero Alexandra pensaba que su pelo era el lazo que más la unía a su madre.
De repente un movimiento sacó a Alex de sus pensamientos, el guardia estaba mirando su reloj. Instintivamente Alexandra se volvió hacia su reloj, faltaban cinco minutos para las dos de la tarde, probablemente sería la hora de comer y los empleados saldrían del edificio. Ese era el momento que Alex aprovecharía para entrar.
Minutos después llegó un hombre más joven vestido de marrón, igual que el otro guardia, se saludaron, intercambiaron unas palabras y el guardia que la había saludado minutos antes, se quitó la gorra y entró en el edificio, el más joven pareció dudar un momento, pero segundos después también entró en los laboratorios Richardson. Esta era su oportunidad se dijo Alex, era el momento perfecto y no podía perderlo.
Alex cruzó corriendo la calle que la separaba del edificio, sólo tenía unos segundos para entrar. Abrió la puerta de cristal oscuro y se escondió detrás de una planta del vestíbulo.
Desde allí pudo ver a tres personas, el guardia que saludó a Alex, el joven guardia y, lo que Alex pensó, sería la recepcionista. Alexandra no pudo oír lo que hablaban, pero de repente el joven guardia se despidió y volvió a su puesto de trabajo. El guardia que saludó a Alex también se despidió y salió por una puerta lateral hacia la recepción.
El primer obstáculo estaba salvado, nadie la había visto, aunque el problema sería escapar de los ojos de las cámaras que vigilaban el vestíbulo. Ahora que los guardias se habían marchado, sólo tenía que escapar de la vista de la recepcionista sin que las cámaras la capturasen. Pero eso era una mala idea, ¿y si pensaban que era una ladrona? No, lo mejor sería concertar una cita con la recepcionista para ver al señor Richardson.
Sin embargo, ¿qué iba a decirle? —Hola, soy Alexandra, vengo a avisarle de que una mafia dedicada al tráfico de drogas está amenazando a mi familia y necesito unas fórmulas para que no nos maten—, claro que no. Con esa información lo único que iba a conseguir era que la ingresaran en un hospital psiquiátrico antes de llegar a la segunda planta.
Recapacitó, lo mejor sería seguir con el plan original, ahora que Joey había renunciado a la empresa farmacéutica ya no estaba en peligro. Por otro lado, si terminaba lo que tenía que hacer, pronto dejaría de sufrir esos dolores de cabeza, pensando que ese horrible hombre llamado Rufus le pondría una buena bala en medio de las dos cejas. Lo mejor sería ponerse a trabajar, se dijo Alex.
Se dio cuenta de que había tres cámaras de seguridad en el vestíbulo y que el ascensor estaba justo delante del mostrador de la recepcionista, cuando ésta se dio la vuelta para recoger unos papeles, Alex se dispuso a correr con las sandalias en la mano. Pasó justo por debajo de la cámara, pero en ese momento el ascensor se estaba abriendo, sin darse cuenta, de la nada, salió una puerta, para suerte de Alex. La abrió inmediatamente y descubrió que era una escalera, una bendita escalera.
Bueno, se dijo, y empezó a caminar, al menos así no la descubrirían, era extraño que con tanta seguridad en el edificio no hubieran puesto también cámaras en las escaleras, pero eso sería demasiado.
Las escaleras eran un gran túnel con barandillas empotradas en las paredes, había pequeñas lámparas al final de cada piso y había una puerta que marcaba el piso correspondiente, los escalones eran de hormigón y algo anchos, pero alguien con claustrofobia probablemente moriría allí encerrado. Si no sufría de esa fobia, empezaba a sentirse incómoda, y sólo había subido unos pocos escalones.
Casi sin aliento Alex había llegado al tercer piso. Todavía quedaban cinco pisos más. Había subido los escalones de dos en dos y estaba prácticamente corriendo, incluso pensó que había batido un récord, por la velocidad con la que iba. Sólo llevaba poco más de cinco minutos en el edificio y ya casi había llegado.
Le había costado mucho conseguir los datos de Joey, no quería contarle nada de la empresa. Pero sin su ayuda nunca habría encontrado el apartamento, ni la base de datos del laboratorio donde trabajaba Joey, y mucho menos el ordenador donde se almacenaba la información que Bruce Lewis, antiguo colaborador de Rufus y ex colega de Joe, quería vender a la banda criminal.
Al menos se acercaba la hora de comer y probablemente no habría nadie en las oficinas.