Domingo con los Mancini, Parte 2

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Marcela Massimo baja las escaleras con esa imponencia como solo un hombre que es descendiente de una antigua dinastía puede hacerlo, y yo me siento desmayar. Me aferro al brazo de Vicenzo para no caerme. Ahora veo que la advertencia de Luciano no fue un juego. Massimo en serio representa una tentación para cualquier ser vivo. Es un hombre con una belleza y sensualidad fatal, y sus 50 años le caen fenomenales. Es como el vino añejo; entre más viejo, más delicioso. ¡Cálmate, Marcela! No es correcto que veas a tu suegro con ojos lujuriosos. —Mucho gusto, Marcela. Soy Massimo —me saluda el hombre con ese inconfundible acento italiano, y me da dos besos. Uno en cada mejilla, como es lo acostumbrado en gran parte de Europa. Es apenas un roce de mejillas, pero yo siento una electricidad

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