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Una Vez Cazado (Un Misterio de Riley Paige—Libro 5)

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“¡Una obra maestra del género de thriller y misterio! El autor hizo un buen trabajo desarrollando a los personajes psicológicamente. Los describe tan bien que sientes que estás en sus mentes, sientes sus temores y te alegras por sus éxitos. La trama es muy inteligente y el libro te mantendrá entretenido de principio a fin. Este libro te mantendrá pasando páginas hasta bien entrada la noche debido a sus giros inesperados”.

--Opiniones de libros y películas, Roberto Mattos (Una vez desaparecido)

Una fuga de una cárcel de máxima seguridad. Llamadas frenéticas del FBI. La peor pesadilla de la agente especial Riley Paige se ha hecho realidad: un asesino en serie que encerró hace años ha escapado.

Y ella es su blanco principal.

Riley está acostumbrada a ser la cazadora, pero, por primera vez, ella y su familia están siendo cazadas. Mientras el asesino la acecha, también comienza a matar, y Riley debe detenerlo antes de que sea demasiado tarde para las otras víctimas y para sí misma.

Pero este no es un asesino común y corriente. Es demasiado inteligente, y su juego del gato y el ratón es demasiado retorcido, y de alguna manera logra eludirla y siempre permanecer un paso por delante. Desesperada por detenerlo, Riley se da cuenta de que solo hay un camino: debe ahondar en el pasado, en la mente retorcida de este asesino, en sus viejos casos, y volver a aprender lo que lo impulsa. Se da cuenta de que la única forma de detenerlo es enfrentar la oscuridad que creía haber dejado atrás.

Un thriller psicológico oscuro con suspenso emocionante, UNA VEZ CAZADO es el libro #5 de una nueva serie fascinante—con un nuevo personaje querido—que te dejará pasando páginas hasta bien entrada la noche.

El Libro #6 en la serie de Riley Paige estará disponible pronto.

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PRÓLOGO
PRÓLOGO El automóvil de la agente especial Riley Paige rompió el silencio de las calles oscuras de Fredericksburg. Su hija de quince años de edad estaba desaparecida, pero Riley estaba más furiosa que asustada. Creía saber dónde estaba April, probablemente con su nuevo novio, Joel Lambert, quien tenía diecisiete años de edad y había abandonado la escuela secundaria. Riley había intentado ponerle fin a la relación, pero no había tenido éxito. “Eso cambiará esta noche”, pensó con determinación. Se estacionó en frente del hogar de Joel, una casa pequeña y deteriorada en un vecindario despreciable. Había estado aquí una vez y le había dado a Joel un ultimátum para que se alejara de su hija. Evidentemente lo había ignorado. No había ni una sola luz encendida. Tal vez no había nadie en casa. O tal vez lo que Riley encontraría allí sería más de lo que podía manejar. De una u otra forma, no le importaba. Golpeó la puerta. “¡Joel Lambert! ¡Abre la puerta!”, gritó. Riley no escuchó nada, así que golpeó la puerta otra vez. Esta vez oyó maldiciones susurradas. Alguien encendió la luz del porche. La puerta se abrió unas pulgadas. Riley logró distinguir un rostro desconocido en la luz. Era el de un hombre barbudo de unos diecinueve o veinte años que se veía drogado. “¿Qué quieres?”, preguntó el hombre atontadamente. “Vine a buscar a mi hija”, dijo Riley. El hombre se veía aturdido. “Está en el lugar equivocado, señora”, dijo. Intentó cerrar la puerta, pero Riley la pateó tan fuertemente que la cadena de seguridad se soltó y la puerta se abrió de golpe. “¡Oye!”, gritó el hombre. Riley entró rápidamente a la casa. Se veía igual que la última vez, un desastre horrible de hedores sospechosos. El joven era alto y enjuto. Riley detectó un parecido familiar entre él y Joel, pero no era lo suficientemente mayor como para ser su padre. “¿Quién eres tú?”, preguntó. “Yo soy Guy Lambert”, respondió. “¿El hermano de Joel?”, dijo Riley. “Sí. ¿Quién demonios eres tú?”. Riley sacó su placa. “Agente especial Riley Paige, FBI”, dijo. El hombre se veía alarmado. “¿FBI? Creo que hay un error”. “¿Están tus padres?”, preguntó Riley. Guy Lambert se encogió de hombros. “¿Padres? ¿Qué padres? Joel y yo vivimos solos”. Esto no sorprendió a Riley ya que había sospechado esto la última vez que había estado aquí. Lo que no podía adivinar era qué era lo que había sucedido con sus padres. “¿Dónde está mi hija?”, preguntó Riley. “Señora, ni siquiera conozco a su hija”. Riley dio unos pasos hacia la puerta más cercana. Guy Lambert intentó impedir que pasara. “Oye, ¿no se supone que tiene que tener una orden de registro?”, preguntó. Riley lo empujó a un lado. “Haremos las cosas a mi manera”, gruñó. Riley pasó por la puerta a un dormitorio desaliñado. No había nadie allí. Continuó por otra puerta a un baño sucio y por otra que estaba conectada a un segundo dormitorio. Tampoco había nadie allí. Justo entonces oyó una voz gritar desde la sala de estar. “¡Detente!”. Riley regresó a la sala de estar. Se dio cuenta de que su compañero, el agente Bill Jeffreys, estaba parado en la puerta principal. Lo había llamado para pedirle ayuda antes de haber salido de su casa. Guy Lambert estaba desplomado en el sofá, se veía desalentado. “Este chico estaba a punto de irse”, dijo Bill. “Le dejé claro que debía esperarte”. “¿Dónde están?”, preguntó Riley. “¿Dónde están tu hermano y mi hija?”. “No tengo ni idea”. Riley lo agarró por la camiseta tan fuertemente que lo levantó del sofá. “¿Dónde están tu hermano y mi hija?”, repitió. “No sé”, respondió. Riley lo empujó a la pared. Bill dejó escapar un gemido de desaprobación. Sin duda le preocupaba que Riley pudiera salirse de control, pero a ella no le importaba. Totalmente inundado por el pánico, Guy Lambert espetó una respuesta. “Están en una casa en la otra cuadra. En la trece treinta y cuatro”. Riley lo soltó e irrumpió por la puerta principal con Bill sin decir más. Ella tenía su linterna en la mano y estaba verificando los números de las casas con ella. “Es por aquí”, dijo. “Tenemos que pedir apoyo”, dijo Bill. “No necesitamos apoyo”, dijo Riley mientras corría a lo largo de la acera. “Eso es no lo que me preocupa”. Bill la siguió. Riley se encontró en el patio de una casa de dos pisos unos momentos después. La casa estaba destrozada y tenía terrenos vacíos en ambos lados, definitivamente un espacio perfecto para consumidores de heroína. Le recordaba de la casa donde un psicópata sádico llamado Peterson la había mantenido en cautiverio en una jaula, donde la había atormentado con una antorcha de propano. Estuvo allí hasta el momento en el que se escapó y voló la casa a pedazos con el propio propano de Peterson. Vaciló por un segundo ya que se encontró conmovida por la memoria. Pero luego se recordó a sí misma: “April está allí”. “Prepárate”, le dijo a Bill. Bill sacó su linterna y su arma, y luego caminaron juntos hacia la casa. Cuando Riley llegó al porche, vio que las ventanas estaban cerradas con tablas. No tenía intención de tocar la puerta esta vez. No quería que Joel, ni cualquier otra persona que estuviera adentro, se enterara de su llegada. Intentó el pomo, y este se movió. Pero la puerta tenía un cerrojo de seguridad. Sacó su arma y disparó, destruyéndolo en el proceso. Intentó el pomo de nuevo, y la puerta se abrió esta vez. Incluso después de la oscuridad exterior, sus ojos tuvieron que acostumbrarse a la oscuridad profunda de la sala de estar. La única luz provenía de velas dispersas. Iluminaban una escena terrorífica de basura y escombros, bolsas vacías de heroína, jeringas y parafernalia de drogas. Pudo ver unas siete personas, dos o tres de ellas colocándose de pie lentamente después del alboroto que Riley había causado, el resto aún en el suelo o sentadas en sillas en un estupor inducido por drogas. Todas se veían consumidas y enfermas, y sus ropas estaban sucias y andrajosas. Riley enfundó su arma ya que claramente no la necesitaba aún. “¿Dónde está April?”, gritó. “¿Dónde está Joel Lambert?”. Un hombre que acababa de ponerse de pie dijo: “Arriba”. Riley hizo su camino hacia las escaleras con Bill detrás de ella, alumbrando con la linterna. Pudo sentir los escalones podridos ceder bajo su peso. Bill y ella llegaron al pasillo ubicado en la parte superior de las escaleras. Tres umbrales habían sido despojados de sus puertas y estaban visiblemente vacíos. El cuarto umbral todavía tenía una puerta, y estaba cerrada. Riley caminó hacia la puerta. Bill extendió su mano para detenerla. “Yo entro primero”, dijo. Ignorándolo, Riley abrió la puerta y entró. Las piernas de Riley casi cedieron por lo que vio. April estaba acostada en un colchón, murmurando “No, no, no” una y otra vez. Se retorcía débilmente mientras Joel Lambert trataba de quitarle la ropa. Un hombre familiar con exceso de peso estaba cerca, esperando que Joel terminara su tarea. Había una aguja y una cuchara sobre el soporte de la cama. Riley entendió todo en un instante. Joel había drogado a April hasta el punto en que estaba casi inconsciente y la estaba ofreciendo como favor s****l a este hombre repulsivo, ya sea por dinero o algún otro propósito. Sacó su arma de nuevo y apuntó a Joel con ella. Estaba luchando contra todos sus impulsos para no dispararle de una vez. “Aléjate de ella”, dijo con firmeza. Joel aparentemente entendió en el estado mental en el que se encontraba, ya que levantó los brazos y se alejó de la cama. “Esposa a este bastardo”, le dijo Riley a Bill, refiriéndose al otro hombre. “Llévalo al carro. Ya puedes pedir apoyo”. “Riley, escúchame...”, comenzó a decir Bill. Riley sabía lo que Bill estaba pensando. Comprendía perfectamente que todo lo que Riley quería era unos minutos a solas con Joel. Era comprensible que estuviera reacio a hacerlo. Aún apuntando a Joel con su arma, Riley le dio a Bill una mirada suplicante. Bill asintió con la cabeza lentamente, luego caminó hacia el hombre, le leyó sus derechos, lo esposó y lo sacó de la habitación. Riley cerró la puerta detrás de ellos. Luego se quedó parada frente a Joel Lambert, aún con su arma apuntada. April se había enamorado de este chico. Pero este no era ningún adolescente normal. Estaba profundamente involucrado en el tráfico de drogas. Había drogado a April con la intención de vender su cuerpo. Esta no era una persona capaz de amar a nadie. “¿Qué crees que vas a hacer?”, dijo. “Yo tengo derechos”. Le sonrió con superioridad, de la misma forma en la que lo había hecho la última vez que lo había visto. La pistola temblaba un poco en la mano de Riley. Tenía ganas de apretar el gatillo y hacer volar a esta escoria, pero no podía hacer eso. Notó que Joel estaba acercándose a una mesa. Él era grande y un poco más alto que Riley. Se estaba acercando a un bate de béisbol, que obviamente mantenía para fines de autodefensa, que estaba inclinado sobre la mesa. Riley reprimió una sonrisa sombría. Parecía que estaba a punto de hacer exactamente lo que ella quería que hiciera. “Estás arrestado”, dijo. Enfundó su arma y alcanzó las esposas que tenía en la parte trasera de su cinturón. Exactamente como ella esperaba, Joel se lanzó para alcanzar el bate de béisbol, lo tomó y trató de golpear a Riley con él. Esquivó el batazo hábilmente y se preparó para el siguiente golpe. Esta vez Joel lo alzó bastante, tratando de meterle un batazo en la cabeza. Pero cuando bajó su brazo, Riley se agachó y alcanzó el otro extremo del bate. Logró agarrarlo y quitárselo de un jalón. Disfrutó la mirada sorprendida que vio en su rostro cuando perdió el equilibrio. Joel se agarró de la mesa para no caer al piso. Cuando colocó su mano contra la mesa, Riley logró meterle un gran batazo. Pudo oír sus huesos fracturándose. Joel dejó escapar un grito patético y cayó al suelo. “¡Perra loca!”, pensó. “Fracturaste mi mano”. Riley lo esposó a un pilar de cama, jadeando del esfuerzo. “No me quedó de otra”, dijo ella. “Te resististe, y cerré la puerta en tu mano accidentalmente. Lo lamento”. Riley esposó su otra mano a la parte inferior de otro pilar de cama. Luego pisó su mano fracturada fuertemente. Joel gritó y se retorció. Movió sus pies incesablemente, tratando de escapar. “¡No, no, no!”, gritó. Riley se agachó y se acercó a su rostro, aún manteniendo su pie en su lugar. “¡No, no, no!”, dijo de forma burlona. “¿En dónde fue que escuché esas palabras? ¿En los últimos minutos? Joel estaba lloriqueando del dolor y del terror. Riley lo pisó más fuertemente. “¿Quién las dijo?”. “Tu hija... ella las dijo”. “¿Dijo qué cosa?”. “‘No, no, no…’”. Riley bajó un poco la presión que tenía sobre su mano. “¿Y por qué dijo eso?”, preguntó. Joel apenas podía hablar a través de sus sollozos violentos. “Porque... ella estaba indefensa... y lastimada. Ya entiendo. Ya entiendo”. Riley quitó su pie. Por lo visto había entendido el mensaje, al menos por ahora. Pero esto era lo mejor, o lo peor, que podía hacer en estos momentos. Merecía la muerte, o algo aún peor que eso. Pero ella no era capaz de lastimarlo de esa forma. Al menos esa mano nunca le quedaría igual. Riley dejó a Joel esposado y retorciéndose y corrió hacia su hija. Los ojos de April estaban dilatados, y Riley sabía que a ella le estaba costando poder ver bien. “¿Mamá?”, dijo April entre gemidos. Esa palabra desató un mundo de angustia en Riley, así que rompió a llorar cuando comenzó a ayudar a April a colocarse la ropa. “Te sacaré de aquí”, dijo entre sollozos. “Todo va a estar bien”. Riley solo esperaba que esas palabras fueran ciertas.

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