CAPÍTULO DIECISÉIS Darius gruñía mientras echaba hacia atrás su desafilada hacha y la bajaba dibujando un gran arco, por encima de su hombro, encima de una enorme roca de color verde. Delante suyo se volvía un montón de pequeñas piedras, de las que salía un polvo verde y formaba una nube, que lo cubría, como había hecho desde el amanecer. El acre olor del athox le quemaba la nariz y él intentaba girar la cabeza. Darius sabía que eso no le haría ningún bien: estaba preso en el polvo, de la cabeza a los pies, después de un largo día de trabajo, como había pasado cada día de su vida. A sus quince años de edad, sus manos estaban ásperas, su ropa andrajosa, habiendo pasado prácticamente toda su vida trabajando, en un trabajo duro y matador. Era la vida de un esclavo y, como todo su pueblo, a