—Creo que necesitas esto más que yo. —Papá aparece en el porche y toma asiento en el columpio colgado con vistas a la calle.
— Gracias.
Recibo la cerveza y él se sienta a mi lado viendo al frente unos segundos, dejando que disfrute de mi sorbo. Dentro se puede escuchar cómo todos la pasan bien. Después de que la yaya fuera por mí, regresé a la mesa y, como prometió, no hubo comentarios de ningún tipo, lo que en realidad hizo más incómoda la cena porque sus miradas decían todo lo que sus bocas no pronunciaban.
—¿Cómo va el trabajo?
—Muy bien. Para el otoño tenemos varios lanzamientos de un par de autores, otros de autores ya establecidos y traducciones. —Le cuento con entusiasmo. —Y el trabajo solo sigue llegando —sonrío, satisfecha.
—Estoy orgulloso de ti, nunca lo dudes. —Sus ojos oscuros reflejan sus palabras, al igual que su sonrisa torcida.
—Lo sé, por eso eres mi favorito —cuchicheo antes de inclinarme y dejar un sonoro beso en su mejilla. Sé que es difícil para él demostrar afecto o decir palabras dulces. Frederick Ward es un oso grande, su cabello es como el mío y siempre lleva su ceño fruncido. O cómo diría mi abuela. «El gringo siempre tiene expresión de haberse olido un pedo». Pero con el tiempo mamá le ha enseñado a que está bien demostrar cariño o decir lo que siente sin sentir vergüenza. Porque sí, mi madre puede ser una dulzura cuando no está en plan de casamentera.
—También sabes que no apruebo la manera en la que tu madre te presiona, ¿verdad? —Suspiro ante sus palabras y asiento.
—Ella siempre está esperando algo de mí.
—Solo está preocupada, cree que trabajas demasiado y no te das el tiempo de conocer personas.
—Puedo entender su preocupación, pero no soy una solterona —lo miro, ladeando la cabeza y él asiente de acuerdo. —Ella se preocupa más de lo necesario —continuo, y le doy un sorbo a mi botella. —Por cierto, ustedes deberían tomarse un fin de semana o dejar salir sus pasiones en la habitación, así la yaya no los encuentra con las manos en la masa —me mofó y él maldice haciéndome reír.
—A veces me arrepiento de haberla hecho dejar su departamento y venir con nosotros —murmura, pero sé que solo lo dice de la boca para afuera. La yaya tiene malos momentos con su artritis, pero la mayoría del tiempo está mejor que todos nosotros, lo que en realidad sucedió es que no quisieron dejarla sola después de la muerte del abuelo, eso la deprimió al punto de qué papá fue el que puso sobre la mesa la opción de traerla a casa con ellos. La yaya lo adora, aunque lo incordie y viceversa.
Miro hacia la puerta, cerciorándome de que no haya nadie antes de verlo con gesto divertido.
—¿De verdad te vio el culo? —Inquiero y veo cómo sus mejillas se vuelven rojas.
—Miranda, soy tu padre. —Dice en tono serio, pero yo me divierto porque puedo imaginar la cara de la yaya.
Daniela aparece por la puerta junto a su esposo y los mellizos.
—Nosotros nos vamos —anuncia. —Kolton tiene que trabajar a primera hora y tenemos que meter a estos pillos en la cama. —Los pillos en cuestión se arrojan sobre mi padre y yo. Los mimamos unos segundos mientras Kolton se despide de nosotros. —Miranda, lo siento si te ofendí, yo…
—No importa, no pasó nada —digo zanjando el tema. Ella parece que quiere refutar, pero los niños se le echan encima y empiezan a tirar de ella.
—¿Te veré el domingo para la barbacoa? —Voy a negar, pero papá me mira expectante y no puedo decir que no.
—Por supuesto, no me perdería la barbacoa de papá. —Me encuentro diciendo. Satisfecha con mi respuesta, se despide de papá antes de alejarse y caminar hacia el auto donde Kolton ya espera. Vemos cómo, un par de minutos después de subir a los mellizos, se alejan. —Creo que yo también debería irme a casa, ha sido un día largo —dejo salir un bostezo y me estiro antes de ponerme de pie. Seguida de Papá, decidimos entrar. En el interior, mi hermano Jasper y Elsa se encuentran despidiéndose también.
—Pero Elsa, cariño, ¿piensas llevarte hasta los huesitos pal perro? —La yaya está viendo cómo Elsa apila unos envases; es claro que Jasper es el autor de dicha acción.
—Abuela, Carmen. Es que todo está divino, además, quedó comida para que Jasper y yo llevemos almuerzo mañana.
—Qué bueno, en la olla del fondo está tu arroz asustado por si también te lo quieres llevar.
Jasper frunce el ceño pensando en el arroz y es claro lo que piensa del arroz hecho por Elsa. Así que, se acerca a mi madre y le hace un gesto para que intervenga.
—Mamá, déjala. Ellos trabajan demasiado y no deben tener tiempo para cocinar algo decente.
«Vaya, pero qué comprensiva». Pienso mientras me termino la cerveza y arrojo la botella en el basurero que alberga los vidrios.
—En ese caso… —la yaya toma dos envases y los llena de comida, los tapa antes de limpiarlos. —Toma, cielo. Llévate esto, mi alma, que te veo escuchimizada.
—Gracias, abuela. Yo también te quiero. —Digo mientras tomo los envases que me tiende. —Bien, es hora de que me vaya. —Le doy un abrazo apretado que ella me devuelve.
Me despido rápidamente de Elsa, Jasper y cuando es el turno de mi madre, sé que está esperando algún comentario de mi parte, pero simplemente dejo un beso en su mejilla y le doy una ligera sonrisa.
—¿Vienes este sábado? —Se apresura a preguntar al tiempo que alarga la mano apretando la mía, y sé que es su manera de decirme que lamenta lo de la cena.
—Sí, vendré el sábado. No me pierdo la barbacoa de papá, menos si la yaya me dice que estoy escuchimizada. —Ella niega exasperada.
—Pues yo te veo hermosa. —Me da un abrazo que recibo y me permito relajarme.
Minutos después dejo la casa de mis padres y conduzco hasta mi departamento. Estaciono el auto en el garaje del edificio y se quedó un momento en silencio, mirando al volante. La cena en casa de mis padres había sido más larga de lo que esperaba, y no todo fue perfecto. Aunque adoro a mi familia, las reuniones siempre terminan con una sensación agridulce. «La familia no había perdido la oportunidad de hacer comentarios sobre mi soltería, como si fuera un maldito delito». Y, aunque había actuado como si nada, al regresar a la cena, había sentido el pinchazo de sus palabras. Después de todo, no era la primera vez que insinuaban que su carácter fuerte y su independencia la mantenían alejada de las relaciones.
Suspiró y salgo del auto. El aire fresco de la noche me envuelve mientras subo a mi departamento; cuando finalmente entro al mismo, soy recibida por el silencio. Mi santuario, un espacio donde podía ser yo misma, sin juicios ni expectativas. Avanzo al interior y dejo los envases de comida en la cocina, organizándolos en el refrigerador. El lugar era relativamente espacioso, y está en el último piso, con espectaculares techos altos en la sala de estar que dejan entrar mucha con luz natural durante el día. Tiene una habitación principal en el piso superior. Este dormitorio del nivel superior conduce a una terraza privada en la azotea casi panorámica con impresionantes vistas a la ciudad y la montaña. También hay un sótano donde se encuentran dos habitaciones más con sus respectivos baños y armarios. Solo que uno de ellos es usado como mi oficina. El piso principal es de concepto abierto. La cocina era algo acogedora, pero tiene todo lo necesario con electrodomésticos nuevos y gabinetes blancos frescos con encimeras de cuarzo. La sala de estar y el comedor están orientados al sur y cuentan con una chimenea de gas y una gran puerta corrediza a un pequeño balcón donde tengo una mesa en la que me siento a tomar mi café de la mañana.
Sin prisa, subo hasta la habitación. Enciendo una luz suave que llena el espacio con un resplandor cálido y relajante. Mi cama, con las sábanas perfectamente colocadas, me invita, pero antes necesito una ducha. Entró al baño y dejó caer la ropa al suelo, me deshago de la coleta liberando mi cabello oscuro que cae sobre mis hombros y me encamino a la ducha donde permito que el agua caliente alivie la tensión acumulada del día. Una vez satisfecha, salgo de la ducha, me seco y me meto en mi pijama de satén antes de sentarme al borde de la cama. Tomo mi móvil y la portátil. Me acomodo entre las almohadas y miro la pantalla del teléfono, desbloqueándolo casi por inercia. La aplicación de citas que había descargado sigue ahí, sin configurar. Si me hubieran dicho hace unos días que esta noche que descargaría esta app y que estoy a punto de configurarla, me habría reído de lo ridículo que eso sonaba, pero esta noche, las palabras de mi familia parecían haber encendido una chispa en mi interior.
Finalmente, me rindo. Suspiró y tomó una decisión. «Si todos parecen creer que soy demasiado difícil o exigente, ¿por qué no intentarlo? Tal vez demostraría que no es cuestión de carácter, sino de encontrar a alguien que realmente valiera la pena». Tocó el ícono y comenzó a configurar mi perfil. Seleccionó una foto de su último viaje a la playa, en la que me veo sonriendo de manera despreocupada con el mar de fondo. Luego escribió una breve descripción:
"Editora, amante de los libros y las buenas conversaciones. Busco a alguien con quien compartir cafés, ideas y tal vez una que otra aventura."
Revisó el texto un par de veces antes de darle a “Aceptar”. Una vez hecho, siento una mezcla de alivio y nerviosismo. He dado un paso que nunca pensé tomaría, pero, por primera vez en mucho tiempo, siento un poco de curiosidad sobre lo que podría pasar.
—Supongo que ya no hay marcha atrás. —Me digo a mí misma.
Me voy a mis correos donde me encuentro uno que llego más temprano, pero no revise. Y mis cejas suben hasta el nacimiento de mi cabello cuando veo que es de parte de King y va dirigido a todo el equipo.
Asunto: Convocatoria a Reunión General.
Estimados/as Colaboradores de “El tintero”.
Espero que este mensaje les encuentre bien. Por la presente, les convoco a una reunión general que se llevará a cabo el día de mañana a las 9:00 a.m. en la sala de reuniones de la editorial.
La puntualidad será esencial para asegurar el aprovechamiento completo del tiempo asignado y el desarrollo fluido del tema a tratar.
Un cordial saludo,
King Pearson.
CEO de Pearson Communication.
Leo el correo de nuevo y suelto un bufido ante él mismo. Supongo que es lógico que convoque a la reunión y así dejar claro cuáles son sus intenciones que tiene con la editorial, así como me lo dejo claro cuando me llamo a su oficina. Sin querer pensar mucho sobre ese asunto, dejo mi móvil a un lado y abro la portátil para trabajar un poco. Busco los bocetos que los diseñadores han enviado para las portadas de los libros que la editorial lanzará en otoño. Las ilustraciones llenan la pantalla, cada una con su estilo único y vibrante. Pasó la siguiente hora analizando cada detalle, anotando comentarios en un archivo compartido con los diseñadores. Algunos bocetos son prometedores, otros necesitan ajustes, pero, en general, se me siento satisfecha con el progreso.
Cuando finalmente cierro la laptop, notó que el sueño comienza a ganarme. Colocó el portátil en la mesa de noche y me recuesto, mirando el techo, cuando los eventos del día y las decisiones de la noche pasaban por mi mente como una película. Había sido una jornada larga, pero de alguna manera, podía sentir que he dado un pequeño paso hacia algo nuevo, algo que puede cambiar la forma en que me veo a sí misma y ante el mundo. Cierro los ojos, pensando en las palabras que había escrito en el perfil y en las posibilidades que tal vez se abrirían en un futuro cercano.