CAPÍTULO OCHO Las luciérnagas llenaron el cielo, decenas de helopodos revoloteando sobre Crestonia. Las ventanas veían cada movimiento, las miradas pinchando la piel a través de su espalda, una constante sacudida. En todos los sentidos yacía montañas de la ciudad, constelaciones de luz, masas de humanidad. La ciudad se desplegó más allá de ellos, el sol de papel-mache manchando de un pastiche gris de nubes. Falos de glasma y hierro violaron el cielo, doblando con cada giro de los carros magna, nombres sinónimos del mercado de acciones, márgenes de ganancias obscenos, explotación sin escrúpulos. Dentro de un soporte particularmente denso de pilares de la picota se encontraba una pequeña cúpula blanca, el capitolio capitulando al capitalismo corrosivo. Aunque el capital continuamente desli