Mientras dormía sentía la cálida mano de Diego acariciar mi cabello, ese hombre quería volverme loca pero amaba sus caricias, lo envolví con mis brazos y lo abracé como si jamás fuera a soltarlo. Una hora después llegamos a la mansión, Las Licea de autobús se encendieron por lo que todos despertamos, Diego se alejó de mi y fue el primero en bajar, tomó la silla de ruedas de Catalina y luego fue por ella para ayudarle a sentarla. Todos estábamos maravillados con lo hermoso que es la hacienda, tan solo verla por fuera era emocionante. Entramos a la hacienda, unos empleados tomaron nuestras maletas y la llevaron hasta la habitación que teníamos asignadas, sin embargo antes de ir a descansar, prepararon una cena para todos. —Señor la cena está lista, pueden todos pasar a la mesa— Dijo una