Una noticia que me cambiará la vida
Liam
Miro sus pechos llenos como un par de montículos del placer, sintiendo de inmediato que mi polla se pone dura.
Sus gemidos saben a gloria y me decanto a mojar sus pezones erectos con parsimonia, disfrutando plenamente del jadeo que sale de sus jugosos labios.
—L-Liam… — jadea fuertemente, al sentir mi mano colarse en su intimidad. — Por favor, aquí n-no…
Sonrío ladino, al percibir la exquisita suavidad de la piel de la mujer que está debajo de mí, gimiendo incoherencias que se mezclan con mi nombre.
Sara es una chica hermosa, de enormes proporciones y ojos increíbles, ni siquiera había dudado en arrinconar su cuerpo contra el escritorio, adivinando con su mirada que me quería encima de ella, repartiendo besos y caricias por doquier.
Siempre ocurría así entre nosotros, esa mujer era un volcán de pasión.
—Si me ruegas así, no me quedará de otra que complacerte, cariño.
—E-Eres malo…
—¿En serio? Pensé que habías dicho que era muy bueno en esto — sonrío, mordisqueando su oreja con saña, al ritmo de sus suspiros.
—P-pueden… vernos — trata de resistirse por unos segundos, pero la tengo sometida por completo, tal como me gusta hacer siempre.
—Nadie lo sabrá, a esta hora nadie viene para acá — aseguro, comenzando a atacar su cuello.
Por supuesto, ella se rinde ante mis caricias, suspirando en voz más alta y con gemidos desesperados que salen cada vez más seguidos.
Cuelo dos dedos en su intimidad y comienzo a embestirla con ese par, notando que está lista para mí.
—Alguien me desea.
—H-Hazlo ya — pide con voz entrecortada, con ojos oscurecidos de lujuria.
Bajo rápidamente la cremallera de mi pantalón y saco mi virilidad completamente erecta, clavándome de una sola estocada.
Mi brusquedad la hizo soltar un gritito de placer.
—Más… dame más. ¡Oh, sí!
Me preocupa que grite tan fuerte al hacerla mía, que toda la oficina se entere. El tener a esta mujer abierta de piernas delante de mí es como el paraíso, su humedad ahoga mi polla y me deslizo fácilmente dentro de ella.
Mi cuerpo se perla de sudor, mi respiración está entrecortada y siento que miles de corrientes frenéticas se acumulan en un solo punto, explotando cuando alcanzo la cima en medio de un frenesí.
—¡Liam!
Dos estocadas más y llega junto a mí.
Ella me mira juguetona y muerde su labio, atrayéndome y besándome con rudeza, liando su lengua con la mía.
—Por cierto… ¿de qué querías hablarme?
Acomodo mi ropa y alzo la mirada cuando siento que el ambiente de la oficina cambia.
—Liam… — muerde su labio con nerviosismo.
—¿Qué ocurre?
—Es el negocio — pierdo el aliento. — Perdimos todo.
—¡¿Qué carajos?!
Me levanto de sopetón y la veo mirarme con nerviosismo. ¿Cómo es que había pasado todo esto?
—Pensé que habías dicho que era un negocio seguro.
—Lo sé — suelta un suspiro. — Mira, yo más que nadie quería que esto funcionara, pero… no sé qué pasó.
—Pasa que mi padre va a matarme. ¿Tienes idea de lo expuesto que está mi cuello ahora? ¡Dijiste que nada pasaría, Sara!
—¡¿Acaso crees que quería todo esto?!
Sus ojos están llenos de lágrimas y casi me arrepiento al instante de ser tan severo. ¡Estaba desesperado, maldición!
—Sara…
—¡No es como si solamente tú hayas perdido en esto, Liam! ¡No lo hagas ver como si fuera mi culpa!
—No, espera…
Trato de tomarla del brazo, pero se zafa de mi agarre de manera brusca, dejándome perplejo, en verdad estaba molesta.
—No puedo creer que desconfíes de mí, después de todo lo que hemos pasado.
—Sara…
—¡No! — se da media vuelta y me deja plantado en medio de la oficina, confuso.
¿Pero qué diablos había hecho mal?
Trago grueso, sintiendo que la corbata me asfixia más de la cuenta y que mi corazón comienza a latir en mi garganta. El sudor perla mi frente.
Pensé que comprar la cadena de hoteles Derbez era una buena idea, pero no solo había adquirido sus propiedades, sino sus deudas.
Por supuesto, mi padre va a estar más que furioso, al punto de querer destituirme de su empresa y no darme la presidencia, pero le voy a rogar incansablemente que me dé una oportunidad de enmendar las cosas, aunque la verdad, no tengo idea de qué voy a hacer para sacar la pata del enorme fango donde nos hemos metido.
Mi celular suena y lo ignoro lo mejor que puedo, estoy muy ocupado en estos momentos, queriendo colgarme de mis calzones en plena oficina.
El sonido es insistente y molesto, por lo que luego de segundos sonando de manera irritante, atiendo la llamada con la sangre hirviendo.
Ruedo los ojos, dándole con furia al maldito botón verde, harto de este condenado día.
—¡¿QUÉ?!
—¡Liam Heber Sandford! ¿Qué manera de responder es esa? — estalla mi padre.
Suelto un hondo suspiro, tratando de serenarme. Soy incapaz de salir con una grosería ahora, no cuando me hallo en tan deplorables circunstancias.
—Lo lamento — hago una mueca, escuchando un resoplido de su parte. — Dime para qué soy bueno.
—Aparentemente, para nada más que follar mujeres.
Ruedo los ojos. ¿Por qué ahora sale con esto? Lo había aprendido de él… ¿Acaso lo había olvidado?
—Papá…
—Necesito que vengas a casa, es un asunto urgente sobre la empresa.
Oh no, ¿se habría enterado?
Su tono de voz no me gusta para nada, me hace levantarme de un salto olvidando todo lo que había a mi alrededor.
—¿Qué ocurre?
—Lo sabrás en la cena. Te esperamos a las ocho, no llegues tarde. — Espeta seco y cuelga.
Paso las manos por mi cabello de manera frustrada. Me dejo caer sobre la silla, preguntándome si debo llevar una armadura antes de enfrentarme al viejo Sanford.
Seguramente no va a ser algo bueno para mí, puedo sentirlo.
…
Llego a casa a la hora prevista, sintiéndome ligeramente nervioso.
La mansión es imponente, una de las mejores del sector y sin duda, va a la par del renombre que tiene mi familia por generaciones… hasta ahora.
—Ya estás aquí — mi madre besa mi mejilla al verme.
—Al fin llegas — mi padre me mira severo.
No sé qué esperar y ya me siento más que nervioso, estoy ansioso de saber qué es aquello urgente que quieren decirme.
—¿Qué es lo que ocurre? —cuestiono.
—No te hagas el idiota, sabes bien lo que hiciste.
—Padre…
—Maldita sea, Liam —me mira con frialdad—. Por culpa de tu estrategia de mierda, estamos hasta el cuello de deudas y lo peor es que los socios no nos dan tregua.
—¿Qué saben ese montón de viejos canosos?
—Respeta, muchacho, esos viejos canosos al menos no la han cagado como tú.
Bien, tiene un punto.
—Encontraré una solución, lo prometo.
—No es necesario, Liam.
—¿Qué quieres decir?
Mi progenitor me mira con ojos encendidos, haciendo encoger mi estómago. Lo sé, esto es por mi culpa, pero tiene que darme un poco de tiempo.
—He hablado con William Goldman.
—¿El de la famosa constructora?
—Ese mismo… —suspira—. Está dispuesto a ofrecernos un trato, solo con una condición.
—¿Cuál? —trago saliva.
Mi padre me mira de manera enigmática.
—Que te cases con su única hija y heredera de su compañía.
Siento que se han robado todo el calor de mi cuerpo. Estoy paralizado, mirando fijamente a mi progenitor sin poder dar crédito a sus palabras.
—¡Me niego!
Mi padre bufó, molesto.
—¿Quieres arreglar tu cagada o no, Liam?
—¡No de esta manera!
—Cariño, creo que Liam tiene razón…
Mi padre se vuelve hacia ella.
—No, Rachel, tu hijo se ha metido en un tremendo aprieto por culpa de su prepotencia y vanidad, lo justo es que acepte las consecuencias de sus actos.
—¡Pero es que no es justo!
—¡Es lo que merece! ¿O es que tú tienes 300 millones para darle a tu hijo?
Ella agacha la mirada.
—No.
—Quédate tranquila, deja que arreglemos esto entre hombres.
Mi madre permanece muda, mientras yo trato de controlar mi enojo, apretando los puños a mis costados.
—Esto es una locura, padre.
—¡Locura son las pérdidas que tenemos, Liam!
Aprieto los dientes.
—Puedo buscar una solución.
—Ya te dije que no hace falta, ya lo he hecho yo — habla de manera glacial. — La solución es que te cases con esa heredera y no vayamos a bancarrota.
No puedo creerlo. ¿Tengo que renunciar a todo sólo por un estúpido error? ¿A Sara? ¡Era imposible!
—Ni siquiera conozco a esa mujer, no sabemos cómo es, si es una loca psicópata… —hablo entre dientes.
—Eso es irrelevante, tú harás lo que te diga y punto —me interrumpe, implacable—. De todas maneras, su matrimonio sería solo en papel, meramente comercial.
—¿Y qué si no lo hago? —lo miro desafiante.
—¿Quieres que haga una lista? —trago saliva de nuevo—. Primero, que estés despedido y no tengas la más mínima oportunidad de escalar hasta la presidencia de la empresa, segundo, quedarías completamente arruinado y te dejaría en la calle sin más que la ropa que llevas puesta…
Estoy harto.
—¿Vas a desheredarme? Bien — resoplo. — No voy a someterme a esto solo por haberme equivocado.
—La empresa está así por tu culpa, Liam. No quieras ahora venir a lavarte las manos.
—¡No lo haré! Pero no pienso casarme con una desconocida solo para salvar tu empresa.
—No armes un drama, tampoco te estoy pidiendo que te cases para tener hijos — habla pensativo mi padre.
—¿Cuánto tiempo será entonces? — lo miro ceñudo.
—Hasta que la empresa se estabilice — dice tranquilo. — Luego puedes divorciarte y volver a tu vida de antes, aunque espero que no vuelvas a meter la pata así nunca más.
Me quedo parado allí, reflexionando si en verdad es muy difícil casarme bajo esas circunstancias, solo para que la empresa de mi familia no se derrumbe por mi culpa.
¿Qué le diré a Sara? De seguro me odiará por esto.
Demonios, no me queda de otra.
***
—¡Tienes que estar bromeando!
Mi amigo Xavier, mira la foto con la misma expresión que yo; de asco y desconcierto.
—Amigo… por favor, mátame.
Escondo la cabeza entre mis manos tratando de aguantar las náuseas. Lo peor, es que mi padre me había dicho que hoy mismo la conoceré.
¡Tengo que ir a casa de mis futuros suegros a conocer a mi espantosa prometida! Dios, esto está del asco.
—Es lo más horrendo que haya visto jamás. — Xavier ve la foto de la susodicha con una mueca y luego, comienza a reír a carcajadas como un poseso.
—¿De qué carajos te ríes, imbécil?
—Te deseo paz y descanso, amigo. Con una mujer así, se acabó tu vida social.
—Creo que prefiero vivir bajo un puente el resto de mi vida y alimentarme de ratas.
—Tu padre es muy capaz —añade pensativo.
—¡Gracias por tu ayuda, hombre!
—Oh, vamos. No te pongas así — palmea mi espalda de manera amistosa. — Ve y conoce a tu prometida, quizás puedas hacerle una cirugía, antes de que toda la prensa corazón haga picadillo contigo los próximos… no sé, ¿cien años?
—Eres un imbécil, Xavier.
Lo peor de todo es que tiene razón. ¡No puedo casarme con una mujer de esa clase! Además, tengo la impresión de que su rostro se me hace vagamente familiar.
Quizás es porque me recuerda a Betty la fea.
—Debes comportarte — advierte mi padre, antes de ser recibidos por una estirada servidumbre.
Estos son dignos de la realeza, lo que me hace cuestionar a cuánto asciende la fortuna Goldman. Quizás billones o más.
—Lo dices como si no supiera hacerlo — digo de mal humor.
Mi padre se limita a resoplar, seguramente recordando que no puedo quedarme callado ante nada, es imposible para mí ser hipócrita.
—Por aquí, por favor — habla el estirado.
Nos conducen hacia un salón de ensueño, cinco veces más grande y elegante que el nuestro. Casi quedo con la boca abierta ante semejante espectáculo. ¡Cuánta elegancia!
—Sean bienvenidos —habla el hombre elegante—. Mi hija bajará pronto, por favor, tomen asiento.
—Es un placer volver a verlo, señor Goldman — habla mi padre de manera cortés, extendiendo su mano.
El hombre corresponde su saludo y luego de presentarnos, me mira con ojos curiosos.
—Tú debes ser Liam.
—Sí, señor.
Trago saliva y soy lo más educado posible, pero en verdad no puedo disimular mi horror al ver a la futura heredera bajar las escaleras.
—Maldita sea — murmuro entre dientes, espantado.
Es igual que en la foto… o peor.
Tengo ganas de salir corriendo y puedo notar cierta confusión en el rostro de sus progenitores, sin lograr entender la razón.
—Buenas noches, señores.
—Hija, ¿qué significa esto? — la mira su madre con horror.
—Lamento haberlos hecho esperar — habla el adefesio con voz chillona, poniéndome de los nervios.
—¡Cassandra!
Siento ganas de devolverlo todo. ¿Cómo puede ser tan desaliñada y horrorosa? Con tanto dinero… Lo mejor que puede hacerse es una cirugía.
—¡No! — me levanto de un salto, ante la mirada perpleja de todos. — ¡No puedo hacer esto!
Ella se queda a medio camino, sin terminar de acercarse a la mesa.
En sus ojos hay un brillo peculiar que ni siquiera me molesto en descifrar, simplemente no puedo aguantar casarme con un espanto así.
—¡Vuelve a la mesa, Liam!
Mi padre está furioso, pero esta vez no puedo hacerle caso.
—¡Si quieres desheredarme, bien! ¡Pero no esperes que me case con la copia del jorobado de Notredame!
—¿Y qué me dice de usted, señor Sanford? ¿Al menos sabe sumar dos más dos? — dice la fea, cruzándose de brazos. — No, claro que no… sólo es un niñito malcriado y llorón.
No podía creerlo. ¿Quién se creía que era?
—¡¿Qué dices?!
—¡Esto es tu culpa, Cassandra! ¿Cómo puedes aparecer así ante tu futuro esposo! — dice su madre.
—¡No quiero a este imbécil descerebrado como mi futuro esposo!
La miro furioso. ¿Cómo puede decir algo así? ¡Soy yo quien debe reclamar semejante absurdo! ¡No ella! Y encima llamarme de ese modo…
—Pues yo tampoco estoy contento con la idea — me vuelvo a ella, molesto. — ¿Acaso te has mirado en un espejo? ¡Parece que vas a aparecer en una película de terror! ¿Cómo alguien con tanto dinero puede estar así?, tan descuidada y fea.
Ella me mira con los puños apretados a sus costados, sus ojos están empañados. Quizás la he ofendido y herido demasiado, pero se me hace imposible no decir nada ante semejante espectáculo de circo.
—¡Bien! ¡Entonces la boda se cancela!
—¡Eso ni hablar, Cassandra! — exclama su padre.
Ella se va corriendo, luego de dirigirme una mirada cargada de odio y resentimiento, como nunca nadie me había mirado antes.
¿Qué carajos ocurre con ella?
Sus padres van detrás y yo aprovecho para irme de ese lugar, preparado para los reproches que seguramente mi padre me va a hacer.
Estoy listo para vivir debajo de un puente, pedir limosna o ser un gigoló, lo que sea que aparezca primero.
Todo, menos a casarme con esa horrible espantapájaros.