CAPÍTULO UNO
Kevin miró horrorizado a la pequeña nave que los arrastraba a él y a Chloe dentro, sintiéndose completamente impotente al ser elevados con su rayo de luz. Estaban colgados en el aire, girando indefensos mientras los arrastraba hacia arriba.
Realmente habían creído que podrían detener a los alienígenas utilizando el virus que habían tomado de los pozos de alquitrán, pero los alienígenas habían devuelto el frasco vacío, casi con desprecio.
Pero esa no era la peor parte. La peor parte era que Luna ya no estaba. Habían convertido a Luna en uno de ellos y eso dolía más de lo que Kevin había creído.
Chloe gritaba a su lado mientras se elevaban, dando vueltas en un aire que ya no parecía indicar dónde era arriba y donde era hacia abajo. Kevin podía oír su miedo, pero también la ira.
El metal los rodeó y cayeron juntos al suelo de la pequeña nave que los había absorbido. Kevin luchó por ponerse en pie, preparándose, casi esperando ser atacado por alguna fuerza alienígena.
En cambio, se encontró en medio de una gran sala redonda de paredes blancas. Había un portal circular en el suelo que parecía que podría abrirse y cerrarse como la abertura de una cámara, y nada más.
Chloe se acercó a una de las paredes y la golpeó con un puño.
―Kevin, ¿qué vamos a hacer?
A Kevin le hubiera gustado tener una respuesta. Pero después de todo lo que había sucedido en la tierra, ya no creía tener las respuestas para nada.
―No lo sé ―le respondió él.
Chloe volvió a golpear la pared y el sonido hueco resonó apagadamente en el interior.
―Chloe, eso no…
De repente, estaban parados en el aire. La pared ahora era tan translúcida como el cristal, lo que permitía a Kevin ver claramente cómo Sedona se alejaba debajo de él y veía la nave más grande que estaba encima de ellos hacia la cual se elevaban.
Desde tan cerca, Kevin podía ver la puerta, que parecía más como una boca cavernosa, abriéndose para recibirlo y dejando que su nave entrara en lo que debía ser un hangar. Cuando entraron allí, algo se onduló, parecía ser un escudo o una membrana que debía de estar allí para mantener la atmósfera.
―Increíble ―dijo Chloe soltando el aire.
Kevin tuvo que estar de acuerdo. El hangar era lo suficientemente grande como para alojar docenas de naves, todas conectadas a pasarelas. Su nave se conectó a una.
Se detuvieron abruptamente y una sección de la pared se deslizó a un lado, revelando un lugar de paso.
Kevin y Chloe se miraron entre ellos. ¿Por qué no los recibían? ¿Ni los atacaban?
―¿Quieren que salgamos caminando? ―preguntó Chloe―. ¿Por qué no nos han matado aún?
Kevin se hacía la misma pregunta.
―Quizás sea una trampa ―dijo él.
Ella empezó a llorar.
Kevin le puso una mano en el brazo. Sabía lo mal que podrían salir las cosas y en sus pensamientos convivían la preocupación por ella y la inquietud por lo que pudiera estar pasando aquí. ¿Por qué estaban solos? ¿Por qué no les esperaba el equivalente alienígena de la policía o los soldados?
―¿Deberíamos salir? ―preguntó Kevin―. ¿O nos quedamos aquí?
Ella lo miró.
―Ninguna opción parece segura ―dijo.
Para sorpresa de Kevin, Chloe se acercó a la abertura y él la siguió. Pero de repente se detuvo, chocando contra algo. Era una ilusión, era una pared translúcida que le impedía caminar a través de ella pero le permitía mirar hacia afuera.
Y luego su pequeña nave volvió a moverse, lentamente, a través del enorme hangar.
Kevin se puso a su lado y miró con asombro. El hangar era enorme y redondeado, parecía más desarrollado que construido, y las paredes parecían palpitar débilmente con energía. Pero además de las filas y filas de naves, el espacio estaba vacío.
No había gente capturada ni máquinas trabajando en cosas y tampoco había alienígenas.
―¿Dónde están todos? ―preguntó Chloe, reflejando lo que él pensaba.
Kevin no le respondió porque estaba ocupado mirando hacia la Tierra. Sedona estaba debajo de ellos, parecía estar tan cerca y a la vez tan dolorosamente lejos.
―¿Por qué no estamos cayendo hacia ella? ―se preguntó en voz alta.
Chloe frunció el ceño al mirar a su alrededor y luego se encogió de hombros.
―No lo sé. Quizás la gravedad funciona diferente aquí. Aunque me alegra un poco que no sea así.
Kevin también se alegraba de ello, porque realmente era una larga caída. Tardó un momento en darse cuenta de que parecían estar cada vez más lejos, alejándose poco a poco, los edificios se hicieron cada vez más pequeños hasta que Kevin ya no pudo distinguirlos.
―¡Todavía no estamos moviendo! ―dijo―. ¡Estamos yendo hacia el espacio!
A pesar de todo lo que había sucedido, a pesar de los horrores que el mundo había atravesado y del peligro que probablemente corrían, a pesar de que no habían conseguido destruir a los alienígenas, Kevin tenía que admitir que una parte de él estaba entusiasmado. La idea de ir al espacio era casi demasiado increíble como para creerla.
―Sería genial, si no fuera por el lugar al que estamos yendo ―señaló Chloe.
Kevin pudo oír el miedo en esa frase, e incluso podía sentirlo él mismo. Si se dirigían hacia arriba, solo había un lugar al que podían ir y sería un lugar peligroso para ambos. La nave nodriza estaba suspendida en el aire más arriba de ellos, su superficie rocosa estaba salpicada de torres en forma de pico, pero casi no había nada más que eso.
Era aterrador, pero la cuestión era que también podría ser su mejor oportunidad para poder hacer algo sobre todo esto.
―Sé que tienes miedo ―dijo Kevin―. Pero no podemos hacer nada para detenerlo. Y mira el lado positivo: no teníamos cómo detenerlos en la Tierra. Quizás aquí arriba podamos hacerlo.
Chloe hizo una mueca de desconfianza.
―¿Cómo?
Kevin se encogió de hombros. Todavía no lo sabía. Tenía que haber una forma. Tal vez hubiera alguna forma de desactivar las cosas que estaban haciendo los alienígenas. Tal vez hubiera manera de ahuyentarlos, de luchar contra ellos o incluso de matarlos.
―Tenemos que intentarlo ―dijo Kevin.
No podía evitar pensar en Luna. Lo que le había ocurrido era mucho peor que ser transportada en una nave alienígena.
Permanecieron parados en silencio, observando cómo la Tierra se hacía cada vez más pequeña debajo de ellos. Pronto tuvo el tamaño de una sandía, luego el de una pelota de béisbol y después el de una canica en el cielo nocturno.
Kevin se dio la vuelta y miró la nave nodriza. No se había dado cuenta de lo grande que era el mundo alienígena, pero cuando la nave giró y se desplazó en el espacio, fue cuando realmente se pudo hacer una idea de lo grande que era.
―Es un mundo de verdad ―dijo Kevin, incapaz de contener el asombro que dejaba entrever su tono.
―Yo lo sabíamos ―respondió Chloe―. Ha estado en el cielo.
―Pero un mundo de verdad…
Había una gran diferencia entre ver algo desde lejos y estar en el lugar. Al igual que con la luna, Kevin podría haber abarcado la nave nodriza con la palma de la mano desde la Tierra, pero ahora que estaban aquí, se extendía hasta donde podían ver en todas las direcciones. Había estructuras en la superficie, aunque la mayor parte parecía inhóspita y vacía, y de ellas solo sobresalían torres gigantes como las espinas de un erizo de mar. También había aberturas en forma de boca lo suficientemente grandes como para que incluso una nave tan grande como en la que ellos estaban pudiera caber sin tocar los lados. Kevin no podía ni imaginarse qué podría haber hecho huecos así en un mundo, pero por el momento tenían cosas más importantes en las que pensar.
―Creo que estamos yendo hacia dentro ―dijo Kevin. No solo estaban yendo hacia un mundo, estaban yendo dentro, más allá de la capa exterior de la superficie.
Chloe no parecía estar muy contenta con eso.
―Quedaremos atrapados. Nunca encontraremos la forma de salir.
―Lo haremos ―respondió Kevin.
Él mismo debía creérselo. La alternativa era que se estaban dirigiendo a una muerte segura mientras la nave que los transportaba descendía hacia la superficie del mundo…
… y a través de ella.
Kevin se quedó mirando fijamente. Todo el interior de la nave-mundo era como una cáscara hueca y en el interior estaba todo lo que Kevin podría haber esperado encontrar en la superficie de un planeta. Había océanos y masas de tierra, vehículos que iban y venían, y ciudades tan enormes que parecían ocupar casi todo el terreno disponible; todo eso hacía lucir a la gran nave como un gigantesco hervidero de actividad. Sobresalían torres en diferentes puntos de la inmensa ciudad, doradas y brillantes, y parecían palacios en contraste con el resto. Un gran orbe de un dorado rojizo palpitaba en el centro del planeta, emitiendo calor y luz.
Kevin creyó ver figuras abajo, pero aún estaban demasiado lejos como para poder distinguir detalles.
―Alienígenas ―dijo Chloe mirando hacia abajo―. No es gente controlada por ellos, no son ni mensajes, ni sus voces… alienígenas.
Kevin entendía lo que quería decir. Hasta ahora, solo habían tenido indicios de los alienígenas, solo habían visto los efectos de lo que podían hacer. Ahora estaban en el mundo de los alienígenas y había mucho de eso.
Sintieron un golpe cuando la nave que los transportaba se fijó en su lugar en el mundo, estabilizando la visión de una ciudad en la que criaturas de todas las formas y tamaños imposibles caminaban en ángulos extraños, aparentemente estables de lado y al revés desafiando la gravedad, o quizás solo tenían el control de la gravedad y de ese modo cualquier dirección podía ser "abajo".
Esta vez, la puerta se abrió de verdad. Kevin pudo sentir la ligera brisa en su cara, cálida y agradable, tenía un olor diferente a todo lo que conocía.
Pero lo que más lo sorprendió era lo que los esperaba del otro lado.
Había un trío de figuras allí paradas, esperando para recibirlos.
Eran casi idénticos, lo que en ese lugar a Kevin le parecía que era algo imposible. Eran altos y sin cabello, de piel pálida, y con unos ojos que le recordaban a Kevin a los de una avispa, salvo que eran de un blanco puro y lechoso. Llevaban túnicas largas sobre monos de color pálido, y cada uno parecía tener una diversidad de dispositivos metálicos, y algunos carnosos, colocados alrededor del cuerpo.
Habló el que estaba en el centro del trío. Sus palabras salieron en español desde el traductor que llevaba en el brazo, pero Kevin no necesitaba nada para poder traducir el tono monótono y chato. Su cerebro lo hizo por él.
―Bienvenido Kevin McKenzie. Te hemos estado esperando.