Gerard Punto de Vista
Fue bastante malo despertarme a la mañana siguiente con una erección enorme gracias a Silvia y a ese beso abrasador que me había dado el día anterior. De mala gana y con rabia, esa mañana me masturbé en la ducha con las imágenes de su inteligente boca envuelta en mi. Todavía estaba molesto después de correrme sobre los azulejos de la ducha porque era muy irritante que ella pudiera, simultáneamente, molestarme, ponérmela dura y provocarme un orgasmo tan bueno.
Al llegar a la oficina, me encontré a Ronny sentado sobre mi escritorio diciéndome que tenía que contratar a Silvia. Era como si no pudiera escapar de ella.
—Aunque le ofreciera el trabajo, no lo aceptaría. La entrevista no fue bien y está claro que no quiere trabajar aquí.
Ronny me miró fijamente durante un rato y luego tomó asiento en mi silla, como si pensara quedarse.
—Estoy seguro de que no hiciste nada para disuadirla de querer el trabajo.
—No encaja aquí, Ronny. Ella sería la primera en decírtelo. —Todavía era temprano, pero sentía que me vendría bien un trago.
—Es artística y creativa, que es exactamente lo que necesitamos en esta campaña.
—No hay duda de que es artística, pero su arte es un tipo de arte diferente al nuestro. Esto es marketing, Ronny. Su estilo boho y libre no va a funcionar en Europa.
Sus cejas se juntaron.
—¿Su estilo?
—Ella destrozó por completo lo que ya habíamos establecido para la línea. Sugirió una especie de tema de surfista Beach Boy. Creo que también añadió vaqueros, no lo sé. Todo lo que sé es que no es lo que necesita esta campaña. —No mencioné la parte en la que ella sugería que la campaña que ya habíamos empezado era aburrida o rancia, ni la parte en la que me preocupaba que, tal vez, pudiese tener razón. Podría reajustar la campaña por mi cuenta con el equipo que teníamos y la nueva persona que contratásemos, que no sería Silvia.
—Tener una inyección de ideas nuevas y diferentes podría ayudar —dijo Ronny—. Y ella también tiene que aprender a estar abierta a lo que necesitamos. Se llama compromiso, Gerard. Trabajo en equipo.
—Estoy intentando con todas mis fuerzas que no te moleste venir aquí y decirme cómo hacer mi maldito trabajo. Si te gusta tanto Silvia, contrátala tú.
—No estoy tratando de obligarte, Gerard.
Me reí de forma burlona.
—¿De verdad? Porque eso es exactamente lo que parece. ¿Le exiges igual a Carter? ¿Y a Noé? Si a alguien le vendría bien que lo presionaran en esta empresa, es a él. Entonces, ¿por qué estás aquí?
Ronny dejó escapar un largo suspiro.
—Silvia tiene las habilidades, es inteligente, es creativa…
—Y es la hermana de tu esposa. Seguro que puedes encontrar otra forma de hacer feliz a tu mujer sin echármela encima.
—Hacer feliz a Katy es un buen beneficio secundario, pero no es la razón por la que te estoy presionando. No tenemos mucho tiempo y Silvia puede hacer el trabajo. —Me pasé las manos por la cara—. Necesitamos que esto se haga pronto, Gerard. Sabes que tenemos poco tiempo. Seguro que puedes encontrar una manera de traerla a bordo, aunque sea solo para esta campaña.
—¿Y qué pasa si ella quiere quedarse y seguimos discutiendo?
Ronny arqueó una ceja.
—¿Realmente la ves quedándose en una empresa corporativa?
No, no la veía.
—El caso es que, aunque le ofrezca el trabajo, dudo que lo acepte. —De esto estaba seguro.
—Pues tendrás que endulzar el trato con ella.
—¿Qué cojones, Ronny? No puedo obligarla a aceptar un trabajo que no quiere. —No podía hacer milagros y, si era sincero, no la quería aquí. ¿Por qué era que Silvia y mis opiniones sobre esto no importaban?
—Tal vez puedas ofrecerle algo que la atraiga a reconsiderarlo. Solo te pido que lo intentes. —Se puso de pie.
—Antes de que preguntes si la entrevisté, bueno, lo hice —dije, poniéndome también de pie.
—Necesitamos que esto se haga, Gerard. Hazlo. Por favor. —Se dio la vuelta y salió de mi despacho. Tenía ganas de dejar mi trabajo e ir a montar en moto con Noé. Pero, por mucho que me molestara que Ronny actuara como si fuera el jefe del mundo, sabía que lo que decía era cierto. Teníamos poco tiempo y nos vendría bien una inyección de nuevas ideas. Aunque no lo admitiera, Silvia tenía buenas aptitudes y una mente orientada al marketing.
Me dolía todo el cuerpo cuando cogí el teléfono para llamar a Silvia. Recé para que no contestara, pero a los dos tonos, contestó.
—¿Llamas para disculparte conmigo, Gerard Hush?
No sé cómo lo logré, pero evité que las pocas palabras que tenía como respuesta salieran de mi boca.
—No, he llamado para ver si te reúnes conmigo.
—No.
Deseé poder aceptar esa respuesta y colgar el teléfono, pero sabía que Ronny me volvería a dar por culo si lo dejaba ir tan pronto.
—Déjame invitarte a una comida y decir lo que tengo que decirte.
—No me interesa lo que tienes que decir.
Esperé a ver si colgaba el teléfono, de esa manera, le podría echar las culpas a ellas. Pero no colgó.
—Eso no lo sabes, porque no me has escuchado aún. Deja que te invite a comer porque creo que te va a gustar lo que tengo que decir. Si no, adiós muy buenas. No hay nada peligroso en eso. Me pellizqué el puente de la nariz, deseando que el dolor de cabeza que se avecinaba desapareciera.
Se quedó callada unos segundo luego dijo:
—Siempre me viene bien una comida gratis.
—Bien. Nos vemos en L´Incontro a las siete. —Como no había nada más que decir, colgué. Me senté de nuevo en mi silla y solté un suspiro. ¿Cómo iba a trabajar con esta mujer? Me daría un ataque de apoplejía o un infarto antes de que terminara nuestro tiempo juntos. Eso demostraba lo mucho que me agitaba.
Levanté el teléfono para hacer algunas otras llamadas para poner en marcha mi plan de contratación.
Antes de entrar a trabajar en la empresa familiar, me dediqué a mis propios pinitos empresariales. Como vivía de forma bastante modesta y no tenía familia a la que cuidar, pude invertir mi dinero de forma inteligente, y así fue como llegué a tener varios negocios, entre ellos una galería de arte y un restaurante/club nocturno de lujo. Esta noche, pensaba utilizar ambos para, como había dicho Ronny, endulzarle el trato a Silvia.
Esa noche llegué temprano a L´Incontro para asegurarme de que saliera bien. Vi cómo llegaba por una de las cámaras de seguridad. Observé cómo entraba con un aspecto fuera de lugar en el lujoso establecimiento y, al mismo tiempo, con un aspecto totalmente adecuado. Me pregunté cómo lo hacía. Tenía un estilo que debería parecer ridículo en un lugar como ese lugar, sin embargo, parecía muy elegante, segura y sexy mientras se dirigía al puesto.
—Es ella. Asegúrate de que la llevan al comedor privado, y trae una botella del mejor tinto de la casa —le dije al ayudante de dirección que había contratado para que me ayudara esta noche.
—Sí, señor Hush —dijo, y se apresuró a salir por la puerta para saludar a Silvia. Mi irritación hacia ella creció un poco al darme cuenta de que estaba tratando de presumir. Estaba tratando de hacer alarde de mi riqueza e influencia. Quería impresionarla, y eso me molestaba. ¿Por qué carajo esta mujer se había metido bajo mi piel?
Esperé hasta saber que estaba sentada en uno de los comedores privados que daban al restaurante, y en particular a la pista de baile del club. Aún era temprano, por lo que no había mucho ruido ni tampoco estaba muy concurrido. Algo que sería totalmente diferente en un par de horas. Así sería más fácil hablar con ella y, al mismo tiempo, que pudiese ver lo que la familia Hush podía ofrecerle.
Por supuesto, ella ya sabía lo que la familia Hush podía ofrecer, porque ya lo había visto en su hermana Katy, pero Silvia se resistía a todo lo que se considerara norma o sentido común. Tanto, que parecía estar dispuesta a rechazar una buena oferta. Le estaba ofreciendo una gran oportunidad, y después de esta noche, una vez endulzado el trato, sería una tonta si se alejara de esta oferta de trabajo. Aun así, sospeché que era tan tonta como para hacerlo. Eso también me irritaba. No era un hombre acostumbrado a escuchar un «no» en los negocios. Cuando terminara de ocuparme de los negocios esta noche, a lo mejor encontraba una mujer en la pista de baile que estaría dispuesta a ayudarme a trabajar esta frustración que estaba teniendo por culpa de Silvia.
Cuando entré en el reservado, ella se estaba bebiendo su copa de vino mientras observaba el restaurante. Tuvo que oírme entrar, pero ni siquiera me miró. ¿He mencionado que también era terca y obstinada?
Me senté en la silla de enfrente.
Finalmente, apartó su mirada de la pista de baile para mirarme. Tenía una expresión de aburrimiento en el rostro. Estaba claro que no estaba impresionada. Sospeché que ella sabía que eso era justo lo que estaba tratando de hacer, lo que me hacía sentir como un idiota.
—¿Sabes, Gerard? Eres demasiado joven para estar envuelto en toda esta falsa fantasía gourmet tradicional. —Mi mandíbula se tensó mientras me ofendía. Este era mi lugar. No había nada de falsa astucia en él—. Creo que un hombre como tú querría un poco de sabor y variedad, algo de comida real, como la que tienen en los foodtrucks que hay en el puerto deportivo. —Enarcó una ceja y ladeó la cabeza—. ¿O tal vez solo te gusta el picante y la variedad en las mujeres?
Levanté las manos en señal de rendición.
—Un momento, Atila el Huno.
Se estremeció ligeramente, y me alegré de que sintiera algo ante mi reprimenda por la forma en la que había empezado a atacarme—. En primer lugar, he venido aquí en el marco de una tregua, así que estaría bien que hiciéramos un alto el fuego, al menos por un rato. En segundo lugar, te garantizo que la comida aquí es excelente, al igual que el vino. —Señalé con la cabeza el vaso de vino a medio consumir que tenía delante.
Ella se encogió de hombros.
—El vino es excelente.
No le di importancia al hecho de que, probablemente, esta fuera la última vez en la que estaríamos de acuerdo en algo.
Pero, por supuesto, el alto el fuego y la tregua no podían durar mucho tiempo.
—En lugares como este no se vende comida de verdad. Sí, la aderezan muy bien, para que parezca arte, pero la comida no solo debe tener un buen aspecto en el plato, también tiene que saber bien. Debe tener una explosión de sabores y una variedad de texturas.
—No me había dado cuenta de que, además de artista hambrienta, eras una crítica gastronómica.
—Me gusta comer —bromeó.
—¿Has comido alguna vez aquí? —le pregunté. Giró la cabeza para mirar por la ventana y supe que la respuesta era no—. Quizá podrías reservarte el juicio hasta después de haber comido. —La estudié durante un minuto—. ¿Vas por la vida blandiendo los puños primero con todo el mundo, o solo conmigo?
Su mandíbula se tensó ante mi comentario. Giró la cabeza y sus feroces ojos grises se clavaron en mí.
—Entonces, ¿cuál es el trato que tienes que ofrecerme?